Euforia.

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Ya está. Ya había pasado. 

Alfred acababa de terminar el último concierto en España de su gira "(Re)Componiendo". Y lo había hecho en casa, tocando en el Palau Sant Jordi por tercera vez en su vida. Ahora solo le quedaba descansar para lo que viniera, en dos semanas comenzaba su gira por Latinoamérica y, una vez acabara esta, tendría unas merecidas vacaciones.

Decidió no entretenerse mucho con los familiares, amigos y colegas de profesión que habían ido a arroparle en un día tan importante para él. Llegó a su camerino, se aseó y se vistió con su ropa de calle. A la salida del Palau le esperaba un pelotón de fans. Perdió la cuenta de cuántas sonrisas, fotos, autógrafos y abrazos regaló a sus seguidores. Por suerte, cuando ya estaba acabando de atender a su público, el taxi que lo llevaba al hotel lo estaba esperando. A pesar de estar asentado en Barcelona, quería dormir en el hotel con su equipo y su banda, para poder estar cerca de ellos e intercambiar opiniones respecto a los conciertos. El viaje en taxi lo aprovechó para pensar en cómo había cambiado su vida desde aquel 23 de Octubre de 2017. Cinco años habían pasado ya y ahí estaba él, iluminando el Palau y con una gira Latinoamericana a punto de empezar. 

Llegó al hotel y allí estaba su equipo técnico, su banda y toda la gente que viajaba con él en la gira, su pequeña familia viajera, lo esperaban para celebrar el fin de esta etapa y el éxito del concierto. Rió, bebió y se sintió el artista más afortunado del mundo. En aquel momento no sabía describir sus sentimientos, pero más tarde lo describiría como "euforia". La euforia es esa exageración de la felicidad que sentía Alfred en momento. El problema, es que la euforia no entiende de grises, y del punto más álgido, te llevaba al punto más oscuro, a un vacío profundo difícilmente reparable. El instante al que llamamos felicidad nos persigue cuando no hay nadie que alcance la velocidad del destrozo, así la describía Alfred en su canción "No es casualidad". 

Y el momento de vacío llegó, ni siquiera esperó a que llegara a la habitación del hotel, ya en el ascensor empezó a sentir ese dolor en el pecho, ese nudo en el estómago que le impedía respirar e, incluso, pensar con claridad. Llegó a la habitación y se dejó caer sobre la cama, con la intención de hacerlo con la intensidad justa para desaparecer. Aunque eso no sucedió. 

Cogió su teléfono y abrió la conversación que estaba buscando.

Te quiero y te querré siempre.

Esas fueron sus últimas palabras, a las que Alfred no encontró respuesta. Al menos no una respuesta que no sonara a despedida. La ansiedad aumentaba, y Alfred tomó una decisión. Se decidió a escribirle.

(Re)Componiendo.Where stories live. Discover now