1. El niño perdido

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— ¿Mami ya llegamos? —preguntó un ansioso Tony Stark de cuatro años que se jaloneaba el apretado cinturón de seguridad de su silla de coche para niños.

—Tranquilo, cariño. Ya estamos muy cerca —respondió su madre en ese tono suave que le ayudaba a tranquilizarse.

—Ya quiero jugar en el pasto —se quejó inconforme cruzándose de brazos aunque dejando de luchar contra su cinturón de seguridad.

Howard Stark se rio con suavidad.

— ¿Para qué quieres llegar? —Preguntó su padre con un tono divertido—, si cuando estás afuera quieres volver a la mansión para encerrarte a jugar con tu computadora.

Tony hizo un puchero y no respondió, sabía a la perfección que su padre tenía razón. Le emocionaba ver la naturaleza, pero el encanto se esfumaba rápido cuando veía que no podía controlar su entorno como lo hacía con la computadora. Estando con su dispositivo podía hacer muchas cosas que no podía hacer en la vida real por lo que le costaba mucho trabajo convivir con las personas que lo rodeaban.

Después de unos cuantos minutos Howard estacionó el coche y vio que su madre salió aprisa para dejarlo salir. Su mamá era muy consentidora y dulce haciendo gran contraste con su padre que era un poco más distante por su voz dura y demandante. Siempre quería contradecirlo aunque cuando engrosaba su voz no podía hacer nada más que obedecer y eso lo frustraba demasiado.

En cuanto puso un pie fuera del auto se echó a correr con la intención de recorrer los árboles y perseguir ardillas. Antes de que pudiera apartarse de su familia, su padre gritó su nombre con un gruñido y su cuerpo se detuvo de manera tan abrupta que se resbaló raspándose las rodillas.

María se acercó con tranquilidad y le ayudó a levantarse.

—Tony —lo reprendió su madre—, ya te hemos dicho muchas veces que no corras así.

Tony se agachó y se disculpó. Su padre se acercó a ellos con la canasta del almuerzo que había preparado su madre y le pidió con amabilidad que se mantuviera cerca de ellos. Tony tomó la mano de su madre y juntos se dirigieron al lugar en el que solían pasar los fines de semana. Un prado que tenía flores de muchos colores que a Tony le gustaba admirar mientras sus padres platicaban y reían.

Howard extendió una manta y sus padres se sentaron encima de ella para sacar el almuerzo. Tony volteó a ver a los árboles con el deseo de ir a buscar ardillas, su madre rio con suavidad y acarició su cabeza.

—Ve a divertirte, pero no te alejes mucho, amor —dijo ella con una sonrisa enternecida.

Tony hizo un ruidito feliz y se echó a correr hacia los árboles sin esperar la confirmación de su padre.

Entró al pequeño bosque de puntitas para no espantar a las ardillas que pudieran estar cerca. Después de recorrer un poco el lugar, sin perder de vista a sus padres por si lo llamaban, se frustró al no encontrar ninguna ardilla. Lo único que podía ver eran los pájaros que se concentraban en las copas de los árboles así que se acostó en el pasto para verlos y contemplar su melodioso canto.

Estaba comenzando a quedarse dormido por la tranquilidad del lugar cuando escuchó un sonido que no encajaba con el hermoso canto de los pajaritos. Se incorporó tallándose los ojos y puso atención para averiguar qué era. De nuevo lo escuchó y se dirigió curioso al lugar del que provenía.

No le tomó mucho tiempo llegar a la fuente del sonido y cubrió su boca con sus manitas cuando vio a un niño tirado en el piso con su ropita rasgada y sucia. El pequeño sollozaba cubriendo su rostro, parecía asustado. Se acercó un poco temeroso para acariciar la rubia cabellera que brillaba bajo los rayos del sol. El niño dejó de cubrir su cara y sus miradas se conectaron de inmediato.

Inocente atracción (Stony)Where stories live. Discover now