Capítulo 12

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Las cosas fluyen


Cassie fue la primera en despertarse, se giró y contempló a su marido dormir a su lado. Intentó tocar su mejilla, apenas rozó sus yemas por la áspera mejilla, y él se removió. Ella salió de la cama y decidió ducharse, eligió lo que se iba a poner, y una vez que entró al cuarto de baño, él se estiró en la cama, para encontrar el lado de su esposa vacío.

—¿Cassandra? —preguntó.

—Estoy en el baño.

—¿Tienes idea de la hora que es?

—No he visto el reloj.

Él miró su reloj pulsera, el cuál yacía sobre su mesa de noche.

—Estoy llegando tarde al trabajo —dijo, se levantó de la cama, y de inmediato abrió las puertas del vestidor para comenzar a vestirse.

Ella, salió minutos después, vestida, luego de ducharse y secarse.

—¿Por qué estás tan apurado?

—Son las nueve, voy a contrarreloj.

—Te prepararé el desayuno.

—No, no lo hagas, cuando tenga tiempo, tomaré algo por ahí.

—Aunque sea, deja que te prepare una taza de café.

—De acuerdo.

Cassandra, caminó hacia la puerta.

—Buenos días.

—Buen día —le contestó ella.

Salió del cuarto, y a las corridas bajó las escaleras para prepararle una taza de café a su marido antes de marcharse.

La joven, sentía que las cosas se estaban empezando a acomodar de a poco. Y esa fue la razón principal, por la que tenía ganas de hacerle una taza de café. Su teléfono móvil sonó, miró la pantalla, y comprobó que había recibido un mensaje de texto de Anton.

Siento molestarte tan temprano, solo quería saber si querías almorzar conmigo en el restaurante sobre la calle principal del triángulo dorado —texteó Anton.

No quiero problemas, Anton —le escribió ella.

No los tendrías, solo almorcemos como amigos, habíamos quedado en que sería amigos, Cassy —le volvió a escribir él.

Lo sé, pero siento que lo estoy engañando —le envió ella.

No estás haciendo nada malo, solo almorzarás con un amigo —le escribió Anton.

Está bien, ¿a qué hora quieres?

¿Te parece bien a las doce? —le preguntó.

De acuerdo, me parece bien —le texteó Cassie.

Ella apagó el teléfono móvil, guardándolo en el bolsillo trasero de su pantalón.

Cassandra escuchó a su esposo, bajar las escaleras y en el umbral de la puerta de la cocina, le ofreció la taza de café.

—Gracias —le dijo él.

—No hay de qué.

—¿Tú no desayunarás?

—No tengo hambre.

—Buenos días, perdón por la demora, había mucho tráfico.

—Buen día, no te preocupes, Corina, haz que Cassandra coma algo —le dijo a la sirvienta, y bebió el último sorbo de café—, gracias, no tenía idea que hicieras tan rico el café —le contestó entregándole la taza vacía en sus manos.

Amor se paga con amor ©Where stories live. Discover now