Capítulo veinte

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Berlín-Alemania,

20 de octubre del 2014



Pesadillas.

Una clase de ensueño que provocaba una fuerte respuesta emocional; como el miedo, terror o incluso la ansiedad.

Sí, pesadillas era lo que la ex princesa había estado teniendo desde aquel día y no porque el agente se tratara de una especie de monstruo que la perseguía y atemorizaba en sueños, sino todo lo contrario, aparecía para susurrarle palabras de amor y recordarle el beso que habían compartido, y que seguía esperando una respuesta suya. Sin embargo, Charlotte ya había tomado una decisión y no se echaría para atrás.

No, definitivamente no cambiaría de parecer. Temía herir a Stephan y alguien tan especial como él no se lo merecía.

No había forma, simplemente ella no podía traicionarlo.

¿Pero qué sería de Gabriel? Él simplemente tendría que conformarse con una amistad.

— Me debes un café, unos pastelillos y también una tarta de manzana enumeró , es lo mínimo que puedes hacer después de haberme dejado plantada ese día.

— Aly, ya te expliqué que...

— ¡Nada! La rubia no le permitió acabar con su explicación —. Se suponía que era nuestra tarde de películas, Kauffman ¿Sabes el dinero que gasté en toda esa comida chatarra? — le reprochó e hizo un puchero.

Jeremy sacudió la cabeza en negación, aun así intentó protestar.

— Pero...

— ¿Y los kilos en mi peso de pollo frito que tuve comer ese fin de semana por tu culpa? — dijo con un tono infantil — ¿Y los dos litros de helado que se echaron a perder esa tarde? Era helado de fresa, Kauffman y por esa razón, no pienso perdonarte tan fácilmente — El pobre pelirrojo conocía lo glotona que era y que a veces no tenía límites cuando de comida se trataba, así que evitó comentar al respecto. No obstante, no pudo dejar de sentirse un poco culpable.

— Te llamé una hora antes — intentó justificarse, pero su astuta amiga no le dejaría ganar esta discusión —, realmente lo lamento mucho, pero creo que no tengo la culpa.

— Eso no dijo el chico de las pizzas cuando llegó a mi casa — deslizó con un tono que él no fue capaz de descifrar del todo; o era de molestia o de sarcasmo — ¡Hasta tuve que darle propina! — se quejó, poniendo en evidencia que era un poco tacaña.

— De acuerdo — suspiró y es que se había dado por vencido —, te consentiré y te compraré todo lo que quieras. — La alegre jovencita dio un salto de victoria, lo cual provocó más que risas en el pelirrojo. Alice era una muy buena amiga y persona, aunque a veces se comportara como una niña caprichosa.

Mientras los dos jóvenes se dirigían hacia la cafetería de la universidad, la cual era a campo abierto, una atormentada Charlotte Luttenberger se encontraba sola, ocupando una de las mesas del cafetín. La joven tenía la mirada perdida y el café que compró ya se había enfriado. Sus dos mejores amigos que se dirigían hacia el mismo lugar donde ella se encontraba, no dudaron en apresurar su paso al divisar de lejos la figura de la muchacha, tanto Alice como Jeremy ignoraban lo que había sucedido entre Charlotte y Gabriel, es decir que ellos desconocían por completo lo mal que la joven lo había estado pasando en los últimos días.

— ¡Vaya! — exclamó su mejor amiga al verla.

— Te ves algo... ¿cansada? — comentó Jeremy con prudencia. Sin embargo, su compañera no la tendría.

El Secreto de la PrincesaWhere stories live. Discover now