Capítulo veinticuatro

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Berlín-Alemania,

18 de diciembre del 2014



Todo en su vida se iba derrumbando como un castillo de naipes.

Esos días en los que sonreía, esos días en los que era feliz habían desaparecido por completo. Su felicidad se había esfumado y todo se lo debía a ella.

Era increíble admitir que una mujer era la culpable de su desgracia. El nombre de Charlotte Luttenberger únicamente le producía dolor y decepción. No quería saber más de ella, no quería escuchar su nombre jamás. Sin embargo, no estaba listo para dejar atrás todo lo que vivió con aquella muchachita. Él la amaba con locura y jamás había amado de tal manera.

Tal vez sólo estuvieron unos meses juntos, pero fue suficiente para que Stephan se enamore de ella, al punto que no le importó proponerle matrimonio cuando sintió que se alejaba de él.

— ¿Por cuánto tiempo seguirás así? — El estado en el que se encontraba era patético. Nunca había estado tan deprimido —. Mírate, no eres el mismo.

Stephan ignoró a Jonathan y volvió a beber de su copa de coñac.

— Y todo por culpa de una mujer que no te ama lo suficiente para casarse contigo. — El alma de Burkhard parecía haber abandonado su cuerpo, actuaba como un muerto.

Y la verdad es que estaba muerto en vida.

— Charlotte — No pudo evitar mencionar su nombre en el estado en el que se encontraba — ¿Por qué? ¿Por qué, Charlotte? — Unas lágrimas se deslizaron por su apuesto rostro, preocupando más a Duhamel.

Stephan jamás lloraba, ni siquiera lo hizo cuando murió su madre, por lo que verlo en ese estado tan deprimente, llamó muchísimo su atención. Debía sacarlo de ese agujero negro en el que había caído.

— Charlotte — El nombre de la joven se había convertido en una especie de poesía repetitiva en los labios de Burkhard — ¿Por qué tu recuerdo no me deja en paz? ¿Por qué? — sollozó.

Jonathan definitivamente debía actuar de inmediato.

— Olvídate de la hija de Arthur — insistió una vez más —, tú realmente no la amabas, sólo estabas encaprichado con ella, porque fue la única que se resistió a tus encantos.

Sabía que no era cierto, pero tratándose de la salvación de su mejor amigo, tenía que jugar todas sus cartas.

— Y ya que no lograste nada con ella, siempre puedes recurrir a una vieja amiga — le recordó —. Hellen estará más que contenta por tenerte de vuelta y que yo recuerde, ustedes no se llevaban nada mal en el pasado.

Un clavo sacaba otro clavo, por lo tanto su plan no era para nada descabellado y no fallaría, pues estaba muy bien informado de la relación que Hellen tuvo con su amigo en el pasado. Si bien se trataba de una relación pasional, esto le ayudaría a despejar su mente y finalmente olvidaría a su ex novia.

— ¿Hellen? — cuestionó, hace mucho que no sabía de ella —. Já, como si yo realmente quisiera volver a verla. — soltó una carcajada amarga.

Evidentemente no quería a su ex amante a su lado y tenía ciertas sospechas de las intenciones de su amigo.

— Ella ni nadie podrá conseguir que me olvide Charlotte, a esa mujer la tengo metida en la sangre.

Jonathan no pensaba darse por vencido, seguiría insistiendo. No obstante, llegó a preguntarse qué es lo que había hecho aquella muchacha rebelde para tener a su mejor amigo comiendo de la palma de su mano, prácticamente lo tenía embrujado. Sin duda era una joven hermosa, pero según él, no le conocía más talento alguno que salir en cada nota de los noticieros de la noche, ya que la aristócrata jovencita gustaba de participar en las protestas contra el gobierno. Jonathan, como todos los demás — excepto por las personas que la conocían realmente — tenía un concepto muy vago de quien verdaderamente era la menor de las hijas de Arthur.

El Secreto de la PrincesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora