Chapitre 70

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Antoine

—No, por favor, no —corría de un lado para otro mientras buscaba lo necesario.

—¿Qué pasa papi? —preguntó Adrien, que acababa de llegar a casa después de que los padres de Léa me avisaran de que no podían quedarse con él, minutos antes del accidente.

Las lágrimas brotaban de mis ojos. Guardé todo en un mochila y cogí a Adrien en brazos.

—Te vas a quedar con la tía Nerea un ratito ¿sí? Papi tiene que ir con mamá.

Intentaba no llorar delante de él, pero se me hacía imposible. No podía creer en el hecho de que, la madre de mi hijo, la mujer más fuerte de este mundo, la acabaran de malherir.

Nerea llegó al instante. Cargué la mochila al hombro y salí disparado, sin poder explicarle a Nerea nada.

Conduje lo más rápido que pude al hospital. Al llegar corrí a la recepción y pregunté por ella.

—Se encuentra en el quirófano. En la cuarta planta.

Subí corriendo las escaleras, y cuando llegué en la puerta se encontraban Paul y Amélie abrazados.

Al oírme gritar sus nombres voltearon y se acercaron a mí. Nos fundimos en un abrazo y acabamos los tres llorando.

—Por favor, decirme que no ha muerto. Va a sobrevivir, ¿verdad? —pregunté mientras mordía mi labio inferior.

—Aún está viva —respondió Paul—. Ha perdido mucha sangre y está en coma. Cuando llegué estaba a punto de dispararle. Afortunadamente, llegué a dejarlo inconsciente y el disparo salió desviado.

—Si el disparo hubiera llegado a alcanzarle, definitivamente hubiera muerto —sentenció Amélie.

Me dejé caer en las sillas y me llevé las manos a la cabeza.

—¿Dónde has dejado a Adrien? —preguntó Ame.

—Lo he dejado con Nerea... No le he podido explicar nada. ¿Ustedes le dijeron algo?

—Sabe que estamos en el hospital, pero no le hemos dicho nada para que no se altere. La única que lo sabe es Gabrielle, y aún no ha venido.

Las siguientes cinco horas nos las pasamos en el hospital. Ya había amanecido, y Nerea me llamaba preocupada. Se lo conté todo con detalle y ella empezó a llorar. Desde el otro lado de la línea se podía escuchar a Adrien preguntando por nosotros y el por qué de las lágrimas de la griega. Le advertí a Nerea que no dijera nada y que viniera corriendo al hospital.

—Lleva seis horas ahí metida. Solo quiero volver a verla una última vez —dije sollozando.

Llevaba horas llorando y Léa estaba en manos de los expertos; en manos de Dios. Ya sabrá él si quiere que se quede con nosotros, o vuelva con su hermano.

Decidí ir a la cafetería para relajarme. Lucía, Gabrielle y Marc ya hacía rato que habían llegado, y no quería hablar con nadie. Paul y Amélie se habían encargado de ellos, mientras que yo me limitaba a esperar delante de la puerta del quirófano.

Pedí una botella de agua y me senté en una de las sillas. Me toqué el labio inferior con la yema de los dedos. Un líquido rojo apareció en esta.

—Estás muy rojo. ¿Necesitas ayuda? —habló alguien delante mía.

Meneé la cabeza y alcé la vista, encontrándome con una una señora de unos cincuenta años, no de muy alta estatura. Al parecer trabajaba aquí.

Negué con la cabeza y volví a bajar la mirada.

—¿Me puedo sentar?

—Sí, claro.

Á tes souhaits |Antoine Griezmann| #R&RAwards2017Where stories live. Discover now