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Tenía 21 años cuando lo conocí y en ese entonces creía que era lo suficientemente inteligente para no dejarme seducir por alguien como él, sin embargo, y como era de esperarse terminó siendo todo lo contrario.

Fue una noche de verano en la que lo conocí, él era un año mayor, y al igual que yo estudiaba medicina. Nuestros estilos de vida eran bastante similares, fiestas a montones y sin control, evasión al compromiso de cualquier tipo y una especie de miedo a eso que llamaban amor y, sin embargo, nos creíamos diferentes el uno del otro, aunque al final del día terminamos siendo exactamente iguales.

Nunca fui la típica chica que esperaba virgen a que el amor de su vida le pidiera matrimonio, y vivieran felices por siempre, él por otro lado no pretendía sentar cabezas con una mujer y serle fiel; lo nuestro era simplemente ser libres y disfrutar de aquello.

Desde siempre odié los cuentos de hadas, la idea de la indefensa princesa que espera a ser rescatada por el apuesto príncipe nunca fue lo mío, o hacer de mi vida una en la que todo girase en torno a alguien más que no fuese yo, mucho menos, entonces, ¿Qué era lo mío? Lo mío era disfrutar de mi juventud, de mi vida universitaria a niveles excesivos que, más de alguna vez me llevaron a tener grandes problemas, y sobre todo olvidar, olvidar lo que había sucedido hace ya 4 años y si para ello debía vivir de fiesta y desaparecer sin dejar rastro, lo hacía sin un dejo de culpa; y al final, es por eso que le agradezco tanto que haya aparecido en mi vida, porque Stefan fue quien me hizo mejor persona, fue quien me hizo ser quien soy hoy en día...

... La historia de cómo me enamoré de sus demonios comenzó así:     

El dolor punzante y constante en mi cabeza me hizo despertar con ganas de querer quitármela, mi cuerpo pedía a gritos un poco de agua y mis ojos ardían producto de que la luz en mi habitación aún con las cortinas cerradas era excesiva; sabía sin siquiera abrir mis ojos que afuera había un sol radiante y, aunque la migraña era insoportable y mis ganas de levantarme decaían a cada segundo, lo valía absolutamente; estiré mis brazos hacia arriba y sonreí, ¡Qué noche!

Minutos después de batallar contra el sueño, me erguí sobre el suave colchón y al segundo noté un pequeño papel en el lado -ahora- vacío de la cama, lo tomé extrañada y procedí a leerlo, en una perfecta caligrafía tenía escrito: "Voy a necesitar mi polera de vuelta, algún día ;)".

Bajé mi vista y sonreí sin poder evitarlo. Ok, estaba con la polera de aquel chico de anoche, del cual no podía recordar su nombre, aunque su perfecta sonrisa no salía de mi cabeza, ¿Qué la hacía acreedora de tal calificativo? Sencillo. Era la mezcla perfecta y a la vez perturbante de misterio y encanto que, sin mucho esfuerzo dejé que esa noche me sedujera por completo.

Giré mi cuerpo hacia el borde de la cama, mis pies se posaron en el helado y crujiente piso de madera y no pude evitar mirarme en el reflejo del espejo en frente, mis ojos que generalmente eran de un tamaño promedio, y muy vivaces, ahora parecían pequeños y muy cafés. Mi cabello se encontraba alborotado y mi rostro se veía pálido con cierto rubor en las mejillas, la prueba fehaciente de que había sido una excelente noche.

Me puse de pie y caminé a la ventana para correr las cortinas y dejar que la luz inundara la habitación, tal como había supuesto hace unos instantes, el sol afuera era abrumante, aunque al abrir la ventana la brisa matutina me hizo estremecer e inmediatamente corrí hacia mi cama en busca de refugio.

– ¿Puedo entrar? –Sentí el sigiloso golpeteo de mi puerta. Era Matt.

– Si no traes desayuno ni lo pienses Matty. –Giró el pomo de la puerta y entró con una gran bandeja llena de comida. Desayuno para 3.

Demonios: Mi Error FavoritoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora