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Empezó siendo un beso suave, dulce, tierno; como los que nos habíamos dado durante la noche anterior o la tarde de ese mismo día. Igual que la primera vez que nos habíamos besado, parecía que el cuerpo de Miriam se relajaba en cuanto entraba en contacto con el mío. Mis manos acariciaban sus costados con suavidad y Miriam puso sus manos en mi nuca.

En el silencio de la noche solo podía escuchar nuestras respiraciones, nuestros latidos, y el leve gemido que soltó Miriam cuando cambié la intensidad del beso y agarré su labio inferior con mis dientes antes de separarme lentamente.

Miriam me miró con las mejillas encendidas, no sé si por el frio exterior o si por su calor interno. Nos empezaban a sobrar las chaquetas.

—Ana... —intentó hablar, pero no se lo permití; puse un dedo sobre sus labios para que se callase, y luego le aparté el pelo de la cara mientras le acariciaba su mejilla.

Miriam suspiró de nuevo, miró mis labios, y me miró a mí.

—Otro momento que sumar a la lista de cosas sobre las que deberíamos hablar, pero sobre las que no encontramos palabras —dijo bajito, pegando su frente a la mía.

—Tal vez hay cosas sobre las que no hace falta hablar —opiné yo. Pero por la cara que puso Miriam, supe que ese no era su estilo para nada.

Un ruido detrás de la puerta nos interrumpió, y ésta se abrió, dando paso a la madre de Miriam, envuelta en una bata y con cara somnolienta. La rubia y yo nos separamos al acto.

—Miriam, creía que estabas en tu cuarto. Me has dado un susto de muerte cuando no te he visto allí —dijo, antes que nada. Luego reparó en mi presencia. A mi sí que me había dado un susto de muerte —Ana, cariño. ¿Pero qué hacéis en la calle?

—No podía dormir, y Ana ha venido a hacerme compañía —respondió Miriam, lo cuál en parte, era verdad.

Yo asentí y sonreí, aunque el corazón me iba a mil por hora después de que casi nos pillara la mujer.

—Bueno, vale. Pero ya va siendo tarde. Miriam, te recuerdo que mañana tenemos comida familiar y te necesito temprano para que vayas con tu hermano a buscar a los abuelos.

—Sí, mamá. Ahora subo.

La madre de Miriam asintió no muy convencida.

—Buenas noches, Ana —me dijo luego, con una sonrisa.

—Buenas noches —respondí, con un hilo de voz.

La puerta no quedó cerrada del todo y Miriam puso una mano para sujetarla y no tener que usar las llaves.

—Debería subir —me dijo, mordiéndose el labio.

—Sí, sí. De hecho eso ibas a hacer antes de... bueno.

Miriam asintió con la cabeza y luego me sonrió.

—Buenas noches Ana.

—Buenas noches, leona —le dije, dándole un beso en la comisura de los labios y dándome la vuelta para ir hacia casa.

No hace falta que diga, que no pegué ojo en toda la noche.

🦋🦋🦋

Llevaba toda la mañana pegada a la ventana de la cocina. No paraban de entrar coches por el camino de piedra; parecía que las reuniones familiares de los Rodríguez se hacían a lo grande. Decidí mandarle un mensaje a Miriam para preguntarle cómo había dormido y deseándole suerte durante la comida. Tendría que soportar muchas preguntas y no iba a ser agradable para ella.

—¿Ana?

Me di la vuelta al escuchar la voz de mi tía.

—Hola —sonreí. —¿No te has levantado hasta ahora? ¿Quién eres y qué has hecho con mi tía? —bromeé.

Que lo bueno está por llegar 🦋 || WARIAMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora