13 de septiembre de 1989

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«querida emilie:

tengo claro que revivir esto, para ti, está suponiendo un infierno. es todo mi culpa. como siempre. te prometo que a esta historia ya le queda poco.

volvamos a anna, a ti y a mi. el tiempo antes de que entraras a la escuela para infantes, fuimos felices. lo fuimos en cierta medida. lo fui mientras pretendía no acordarme de salma y sus hermosos retratos. 

tu madre y yo apenas discutíamos, producto de su gran fascinación por mi persona y por lo ocupados que estábamos con un bebé a nuestro cargo. a veces pensaba que lo que ella tenía era simplemente una obsesión, pero a medida que la conocía más me daba cuenta de que ella realmente soñaba con formar una feliz vida junto a mi. realmente no quise decepcionarla. anna significaba mucho para mí más allá de ser tu madre. ella significaba la tranquilidad y estabilidad de una relación con las que muchos soñarían, ella era cariño y refugio, hogar y un gran ejemplo de superación cuando consiguió llevar tan bien la reciente maternidad y la búsqueda de trabajo. para mí nunca fue tan fácil, pero cuando llegaba la noche y estaba deprimido, me bastaba con mirar a mi esposa y las penas se me pasaban porque sabía que al día siguiente lo intentaría más y mejor. claro que la quería, que la quise. fue mi compañera durante muchos años. me dio lo más importante de mi vida: tú. siempre le estaré agradecido. 

pero cuando las cosas se complicaron y tú empezaste una vida fuera de casa, nosotros comenzamos a distanciarnos. me di cuenta de que lo único que me había unido a ella fue nuestra hija, y que sin ella no tenía sentido compartir aquella mentira. me sentí muy mal durante algunos años, cansado y sin sustancia. el círculo familiar era cada vez más ambiguo y apenas tenía fuerzas para darle las buenas noches a tu madre. tampoco quería seguir engañándola porque ella era inocente.

creo que fue cuando tenías doce o trece años, casi entrando en el nuevo milenio.

recibí una llamada inesperada de un número extranjero. una voz femenina y dolorosamente conocida dijo por la otra línea: "hola, james. soy salma. cuánto tiempo, ¿no?" y mi vista se nubló.

de nuevo los demonios del pasado, de nuevo las inseguridades, y, lo que más me asustó: de nuevo, la incertidumbre de un corazón acelerado. hablamos durante todo el día y finalmente quedamos en vernos al siguiente, en una cafetería cercana.

 ella estaba radiante, y preciosa, y un millón de adjetivos calificativos de la misma índole. con el pelo castaño recogido en dos moños, unas gafas de sol y unos pantalones de tela negra acampanados, el jersey igualmente negro de cuello alto y unos aros enormes en las orejas. me dio la impresión de que se había convertido en toda una mujer de negocios.

claro que no me equivoqué. se quitó las gafas y sonrió con suavidad (y algo de temor y remordimiento):

"tenía miedo de saber cómo estarías después de más de 10 años sin saber el uno del otro."

para mí, aquel día fue como un redescubrimiento del mundo entero. resultó que salma estaba de paso por seattle, para una exposición que realizaba de sus obras. finalmente ella había conseguido su sueño deseado y yo la admiraba tanto por ello, porque era buena. buena como no te imaginas. me invitó a pasarme una tarde por la galería donde estaba expuesta su obra y le prometí ir en cuanto tuviese un tiempo libre.

cumplí mi promesa. me escapé del trabajo sin siquiera avisar a anna y caminé hasta el lugar. nunca antes fui a una exposición, nunca antes me había visto envuelto en una situación similar. me encontré con un atrayente ambiente vanguardista del que sólo salí cuando vi un retrato que lo cambió todo: «james». así se llamaba la obra. era uno de los retratos que me enseñó más de una década antes, cuando brevemente retomamos nuestra relación. 

alguien me tocó el hombro y me encontré con su penetrante mirada, frente a mi.

"no esperaba verte tan pronto" rió. quedamos en una cena aquella noche y mi mente viajó a otro planeta cuando desconecté. me avergüenza pesar que, durante unas horas, me olvidé de anna, del trabajo, y lo más importante, de ti, emilie. nos acostamos. y no solo una. nos acostamos muchas veces a partir de ahí. salma se buscó un apartamento en la ciudad y dejó temporalmente las exposiciones para centrarse en lo que ambos teníamos. y lo más triste es que fui feliz. fui feliz todo el tiempo que compartí con ella.

cada vez que estaba en casa y te veía hacer algún buen dibujo de los tuyos, te veía reír con los programas de la tele, o simplemente te veía dormir en tu camita, mi corazón y mi moral se caían más a pedazos. no lo soportaba. vivía en una gran mentira. vivíais una gran mentira. siempre vivisteis una gran mentira. me di cuenta de que un ángel como tú no merecía un padre como yo, que ponía sus intereses por encima de su ser más preciado. tan egoísta, tan irresponsable. una noche, cuando anna yacía dormida a mi lado, la contemplé durante largo rato. ella estaba tranquila y plácida durmiendo, sin saber del monstruo con el que compartía lecho. me cansé de no ser capaz de coger el rumbo de mi vida. me levanté, hice el menor ruido posible y recuerdo que aquella madrugada te levantaste a ir al baño y nos encontramos. seguramente lo recuerdes porque fue la noche que me marché. te dije: "no pasa nada cariño, vuelve a la cama y hablaremos cuando te levantes mañana". nunca lo cumplí. nunca volví a aquella casa. hice una maleta y me encontré con salma al final de la calle. tomamos un tren y nos marchamos juntos. meses después, la carta de divorcio de tu madre llegó y un par de cosas tuyas con ella.

me sentí tan miserable.

papá.»

amar pelos doisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora