Hijos

3.3K 202 115
                                    

El sol aun no se colaba entre las cortinas, pero había amanecido hacía una hora. Y ella tenía un reloj dentro que la hacía identificar inmediatamente el comienzo de un nuevo día.

Salió entre las sábanas asomando su cabeza morena y su cabello desordenado. Se estiró antes de sentarse en la cama y pasar la vista por la habitación. El estómago le crujió de hambre y se sobó la barriga. Se puso de pie y caminó descalza hasta la puerta abierta para salir al pasillo.

Sus ligeros pasos no alcanzaban a hacer sonar la madera del piso, por lo que su caminar era silencioso, pero rápido. Llegó hasta la puerta al final del pasillo, también estaba abierta. Sin mediar en el silencio ni en los respirares profundos y pausados dentro de la habitación, se metió por los pies de la cama entre las tapas y se coló hasta llegar arriba saliendo entre sus padres.

Estaba cálido entre ellos y olía a mamá. Según la pequeña Rosie, no había mejor aroma en el mundo que el de su mamá. Se quedó quietecita mirado a sus padres, quien estaban uno frente al otro. Lo que Rosie no sabía es que no dormían realmente y la habían sentido colarse entre ellos, pero fingían dormir renuentes a salir de aquel estado tan temprano.

Le dio la espalda a su mamá y se le apegó. Ahora comenzaría el ritual de cada fin de semana. Su pequeña manita regordeta pasó a tocar la barba de su papá. Le daba cosquillas en la palma. En su mente infantil imaginaba que sus dedos eran los pies de un gnomo que paseaba por un camino de césped y tenía que ir saltando obstáculos. No podía tocar donde no hubiese pelo. Por lo que el gnomo saltaba de un lado al otro del rostro de su padre, por las cejas, enredándose en su cabello, que para Rosie era un bosque que el gnomo tenía que salvar.

Sin saberlo, su madre la observaba en silencio. Le encantaba verla jugar a aquello mientras Jean se quedaba tranquilo para no interrumpir las aventuras del gnomo. Hasta que el gnomo metió uno de sus piesdentro de la nariz de su padre.

-No, Rosie -fue Jean quien le apartó la mano con suavidad.

Fue entonces que Mikasa acarició la espalda de la niña para luego pasar a tratar de ordenarle su oscuro cabello.

-Buenos días, bebé -dijo la madre -Deja la nariz de papá.

La niña se volteó rápido hacia su mamá rebotando en el colchón.

-Mami, ¿por qué papi tiene pelos en la nariz?

-Todos tenemos pelos en la nariz -respondió Mikasa aprovechando la posición para ordenarle el tupido flequillo.

-¿De verdad? -se hizo hacia abajo y con poca delicadeza le tomó la nariz a su mamá -Es cierto… Mami -soltó la nariz de Mikasa -¿Por qué la gente tiene pelos en la nariz?

-Para que atrapen la mugre del aire. Así no se mete tierra ni mosquitos.

Rosie abrió sus ojos con sorpresa.

-¿Los mosquitos se pueden meter en la nariz?

-Bueno, puede pasar si no los atrapan los pelitos antes. Por ejemplo cuando galopas muy rápido en un caballo puede meterse uno.

Rosie asintió pensativa.

-¿Es por eso que papi tiene más pelos en la nariz que tú? ¿Por qué anda a caballo y tú no?

-Eso es porque papá es hombre y los hombres tienen más pelos que las mujeres -explicó la madre -Además yo andaba a caballo como tu papá.

-¿Y por qué ya no andas a caballo? -preguntó la pequeña curiosa.

-Porque ahora mamá se queda en casa para cuidar de ti -respondió Jean y la niña se volteó hacia él con otro rebote.

La niña lo observaba con curiosidad.

Es solo otra historia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora