Despertar.

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-Buenas noches, canaria. -y dejó un beso en mi nuca.
-Buenas noches, prinsesa.
-No me llames prinsesa.

Y su "prinsesa" fué lo último que escuché antes de caer rendida entre sus brazos y su aliento en mi nuca.

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Narra Miriam

El peso del cuerpo de Ana sobre mi brazo hizo que me despertara a mitad noche.
No me podía mover y sentía un hormigueo tremendo en las puntas de los dedos a causa del riego sanguíneo que apenas llegaba a mis uñas. Pude girar mi cabeza y ver que el reloj de mi pared marcaba las 3 de la madrugada.

-Dios... -susurré quejándome.

Ahora me debatía entre mover mi brazo e irme al sofá, cosa que despertaría a Ana, mover mi brazo y seguir durmiendo en MI cama, cosa que tal vez también despertaría a Ana o dejar mi brazo donde estaba e ir a urgencias por la mañana para que me lo amputasen, cosa que no despertaría a Ana pero me dejaría sin brazo.

Dos minutos más pude aguantar en esa posición antes de estirar poco a poco mi brazo y sacarlo de donde estaba. Sin despertar a la canaria.
Me senté en la cama masajeando mis dedos dormidos y me quedé mirando lo preciosa que estaba Ana hasta dormida. Sus pelos revueltos, la camiseta medio subida y su respiración pausada.
Pasé despacio mis dedos entre su pelo y lo retiré de su cara. Ana cuando dormía, se solía quedar poniendo morritos, como si fuese un bebé y ahora estaba en esa posición.
Yo mordí mi labio inferior. Deseaba dejar un beso en esos labios pero sabía que no era lo correcto. Me había prometido a mi misma que no iba a volver a probar esos labios hasta que las cosas estuviesen habladas.
Hacía unas horas había besado parte de su cuerpo y tocado cada esquina de ella, incluyendo su interior, pero nada de besos, un beso para mi siempre ha significado amor puro y no se lo iba a dar sin tener las cosas claras.
No podía apartar mi vista de sus labios así que no me di cuenta que ella había entreabierto sus ojos.

-Puedes besarme si quieres. No te voy a morder a no ser que me lo pidas. -dijo con su voz casi ronca por el sueño.

Yo me sobresalté y me levanté de la cama. Ella rodó y se quedó tumbada mirándome.

-Te vas a ir. -dijo entristecida.
-Ya te he dicho que no me voy a ir nunca -le dije de pie al lado de la cama.

Ella estiró su brazo y entrelazó su mano con la mía, haciendo de agarre para levantarse y quedarse de rodillas en la cama frente a mi.

-No me dejes dormir sola... -dijo paseando uno de sus dedos por encima de mi camiseta.

Yo me quedé en sinlencio. Mirándola.

-Ana, tú y yo... que somos? -pregunté sin pensar.

Ella se acercó más a mi, levantando mi camiseta para dejar un par de besos en el ombligo y levantar su mirada para mirarme.

-Yo soy lo que tú quieras que sea -dijo en tono sensual.
-No, Ana -dije bajando mi camiseta y sentándome en la cama. -no estoy para bromas.

Ella se sentó tras de mi, rodeando mi cuerpo con sus piernas y sus brazos.

-Miriam... Tú y yo somos lo que tú quieras, eres tú quien manda. -esa respuesta me pilló por sorpresa.

Ya no sabía si Ana seguía con el juego de seducción o esa respuesta iba totalmente en serio, pero desviaba la conversación cuando tenía la oportunidad, dejando besos en mi cuello y mordiendo el lóbulo de mi oreja, cosa que me empezaba a cabrear.

-Pues seamos amigas. -dije tajante.

Ella paró con su recorrido de besos y se levantó de la cama para sentarse sobre mis piernas y tener total contacto con mis ojos.

La química de los encuentros. •Wariam•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora