Capítulo 19 - La carta

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No podía dormir.

Nada nuevo, el mismo problema de siempre. Después de todo no tenía a mano ninguna de sus drogas favoritas, ni a Link ni la esencia de amapola. Además, aquella noche era calurosa. A veces soplaban vientos del Este, que traían ráfagas cálidas al desierto y elevaban las temperaturas nocturnas, que solían ser muy frías. Esa noche el viento del Este sacudió la Ciudadela Gerudo.

Zelda escogió un par de frutas que habían dejado en sus aposentos y salió de allí. Sabía que había una fuente de aguas cristalinas manando alrededor de las cámaras reales y se le ocurrió acercarse con la excusa de lavar la fruta y refrescarse un poco.

Aún estaba furiosa con Link, otra vez le había dado nuevos argumentos para sacarla de quicio. Aunque aquello tampoco era nuevo... era Link y su eterno empeño de protegerla sin dejar que ella pudiera defenderse por su cuenta. Cien años atrás era una inútil, vacía como una promesa que nunca llega a cumplirse, pero ahora poseía experiencia y un poder tan grande como para detener el giro del universo si así lo deseaba.

Le aterrorizaba que él fuese a luchar sin ella. Lo había visto morir... dos veces. La primera fue hacía cien años, entre sus brazos, al pie de la muralla de Hatelia. Fue el momento más amargo de su vida y no quería ni pensar en ello. Por eso ordenó limpiar a los aldeanos toda la chatarra ancestral que se acumulaba allí, como un macabro recordatorio de ese día.

La segunda... la segunda fue a través de un sueño. No era exactamente Link a quien veía morir, pero a la vez sí era él. Era muy parecido a él. Fue la misma sensación de vacío y de pérdida desgarradora la que invadió su alma. La diosa Hylia se lo mostró, le mostró que tendría que estar con él para que eso no volviera a repetirse.

—Alteza, ¿qué hacéis despierta a estas horas? —Riju apareció ante ella, al parecer no era la única que no podía dormir.

—Me ha dado un poco de hambre y no podía dormir, así que... ¿y tú? ¿No deberías estar también descansando?

—Sí, claro —Riju desvió la mirada.

—¿Es que pasa algo? —preguntó Zelda, intuyendo nerviosismo en la joven.

—Nada.

—Quédate un rato conmigo. Puedes comer un poco de mi fruta, si quieres y así nos hacemos compañía.

—Alteza, Link es muy fuerte, ¿verdad? Yo lo he visto luchar, lo vi derrotar al monstruo del maestro Kogg.

—Sí, es muy fuerte —dijo Zelda, frunciendo el ceño —¿acaso te preocupa algo?

—Sé que Link ganaría en cualquier enfrentamiento. Mis guardianas lo dicen, que es el shiok más fuerte que han visto. Él no tiene por qué correr peligro.

Zelda dejó la fruta a un lado y se puso en pie para acercarse a ella.

—Dime qué está pasando, Riju.

—No puedo —dijo ella, mordiéndose el labio —prometí que no diría... Pero... pero ahora me preocupa que algo pueda pasar.

—Riju, si crees que Link o cualquiera de nosotros está en peligro tienes que decírmelo. No pasa nada por romper una promesa si es por algo tan importante.

—Link no está en peligro, para nada. Y... y vos no deberíais pasar tanto tiempo a solas con él, ¡es deshonroso! —Riju enrojeció y dio la vuelta, regresando a sus aposentos.

Zelda la vio marchar sin dejar de fruncir el ceño. Después agitó la cabeza, desechando la idea de que algo realmente grave estuviera pasando. Sabía que Riju sentía atracción por Link, era imposible no darse cuenta de cómo lo idolatraba. Aquello no habría sido más que un pequeño ataque de celos, típico de su edad. Riju trataba de evitar que ella pasara tiempo a solas con Link y casi siempre intentaba ponerse en medio de ambos. A Zelda le resultaba tierna la idea de que ella tuviera una especie de enamoramiento platónico con Link, y de alguna manera hasta le parecía comprensible, pero no esperaba que causara tanto desasosiego en Riju, no esperaba que eso fuese a más que sus divertidas jugadas para separarlos o espiar cuando hablaban a solas. Lo que había visto esa noche traspasaba cierto límite, tal vez tendría que hablar con ella del tema.

El trono perdidoOù les histoires vivent. Découvrez maintenant