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Los minutos se amontonan en sus hombros y no tiene el valor de levantarse y correr a donde más deseaba ir. Por eso estaba ahí en ese edificio que fue su vida y que pasaría a ser, simplemente, nada.

- Señor Lee – la nueva recepcionista le sonríe cortés.

- ¿Sí?

- Puede pasar, la junta lo está esperando.

Y sí, ya no pertenecía a esa empresa, por lo que esa reunión sería la última, en la que hablarían de dinero y le pagarían las acciones que había vendido. Entra y, con la seriedad que siempre le había caracterizado, saluda y toma asiento en un asiento de poca importancia, no como cuando fue accionista mayoritario y solía sentarse a la cabecera de esa mesa rectangular dirigiendo todas las reuniones.

Suspira con cansancio y escucha cada palabra de felicitación, incluso aquellas que querían que reflexionara y no dejara la empresa. Sin embargo, ya todo estaba decidido, porque ahora no podía simplemente seguir existiendo como había estado haciendo. Ahora era un maldito adicto al trago para que dejara de doler demasiado, incluso fumaba cuando no sabía qué hacer con su vida, y cada día parecía igual, llevaba una vida vacía que dolía porque era el culpable de estar ahí, así.

El amor de su hermano pesaba demasiado, junto al amor de Minho. Si tan sólo no hubiera sido tan tonto, si tan sólo hubiera escuchado a Kibum y a Sun en esos días nublados, si tan sólo se hubiera quedado con ellos, si tan sólo hubiera decidido no alejarse, todo sería diferente, no los habría lastimado a todos de esa forma tan cruel. Si tan sólo hubiera sabido la verdad. Y si tan sólo hubiera sido alguien diferente, alguien en quien todos hubieran confiado y la verdad no sería un secreto. Porque también está consciente de que en esas épocas no se habría tomado nada bien esa verdad, quizá estaría peor. Quizá.

Recibe los documentos valor como acto final de aquella reunión, y tras una despedida calurosa junto a champagne que no le satisface, sale y se dirige a un bufete de abogados, ese día le darían los documentos donde indicarían que levantó esa orden de restricción que ya tenía más de nueve años de duración.

Todo estaba listo, cada detalle de ese plan que había estado tejiendo en secreto para llegar y no tener las manos vacías. Aunque no tenía donde llegar.

Estando en casa suspira al ver todas las cajas que había empacado, sólo lo que llevaría consigo, porque sentía que no merecía llevarse nada de ahí.

Nada.

Y esperaba que al largarse de allí el maldito sentimiento de culpa lo abandonara, porque, al parecer, Minho ya tenía a alguien más que sí lo quería como era y que incluso lo iba a recoger a su trabajo cada día, seguramente lo aceptaba tal cual, con ese pasado tan lamentable del que mucha gente hablaba.

Cuando siente su rostro húmedo limpia torpemente sus lágrimas, lo había herido tanto que ni se sentía con derecho a ir a rogarle y menos hablarle de amor, aunque el sentimiento continuaba en su interior. ¿Cómo decirle que era amor cuando a los ojos de todos parecía sólo culpa?

Además era un maldito y puto arrogante, había alimentado su ego con sus éxitos creyendo que el estúpido mundo estaría a sus pies. Sólo que no sabía que los cimientos eran el sacrificio de las personas más importantes en su vida. Eso era lo que lo tenía agonizando, cada día. Cada día sentía que no tenía un propósito para continuar, cada día y a cada segundo se preguntaba si Minho se habría sentido de esa forma durante todo ese tiempo, y eso sólo le hacía sufrir más, un poco más. Pero debía olvidarse de él, debía olvidarlo o intentarlo. Después de todo, siempre lo dejó encerrado en un lugar muy en el fondo, creyendo que así lograría dejarlo en el pasado, pero jamás lo olvidó.

La única forma - 2minOù les histoires vivent. Découvrez maintenant