La casa

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Víveme, toda una vida

Cherophobia: Miedo a la felicidad, creer que un evento negativo se derivara de ese momento de felicidad.

Capítulo primero: La casa

—Esta es muy bonita.

—Sí...

— ¿Y ésta? Está a dos cuadras de la avenida.

—Ajá...

Ken la miró, preocupado. Estaban buscando una bonita casa dónde pasar el resto de sus días. Aún no se habían casado ni nada, pero llevaban juntos más de cinco años. Ken anhelaba verla todos los días, ver su sonrisa y sus locuras en una casa propia. Pero ella no estaba entusiasmada, es más, pudo notar que ojos castaños parecían turbados, temerosos. Hasta los notó palpitar anormalmente. Le preguntó qué le pasaba.

—Nada, nada —respondió ella, forzando una sonrisa y besándolo en la mejilla—. ¿Te gusta ésta? Es linda, sí, sí.

Era obvio que ella no estaba interesada en la misma idea que él. Ken refunfuñó, frunció el ceño y cerró el diario en la parte de inmobiliaria. Estaban en la casa de él, tumbados en la cama. Ichijouji se levantó de un sopetón y se fue.

Miyako palideció. ¿Se habría dado cuenta? Claro que sí, Ken no era tonto y ella no sabía mentir. Se sentó en el borde la cama y empezaron a rodar las lágrimas como la fina lluvia de verano. Luego se incorporó y se puso a ver la ventana de su habitación. Wormmon estaba durmiendo una pequeña siesta, así que ni enterado estaba de aquélla situación.

Ken, en la cocina, puso un jarro con agua y lo calentó para preparar té. Tenía el semblante entristecido, ¿por qué ella no querría? ¿Qué le impedía vivir a su lado? ¡Si se amaban, se querían! ¡Convivir era el siguiente paso! Pasó una mano por su cabello azul, despeinándolo. Sus padres habían salido, así que no había nadie en el departamento más que ellos dos.

Ken sólo quería verla todos los días un ratito. Y ella... ¿acaso no? ¿Acaso no lo amaba y fingía quererlo? Abrió sus ojos como dos pelotas y empezaron a aguarse: no, ¡no era posible! Miyako era incapaz de decir mentiras y sabía que cada te amo, cada te quiero y cada caricia eran genuinas, ¿entonces por qué? ¿Por qué no quería...?

El hervor del agua lo sacó y apagó el fuego. Abrió la alacena y sacó tos tacitas de porcelana blanca. En ella, puso un saco de té y luego vertió el agua caliente. Qué curioso, su té era más negruzco y el de ella más rojizo... Sonrió para sus adentros.

Seguramente debía tener una razón lógica. Estaba seguro que ella lo apreciaba tanto como él.

Así que puso las tazas en una bandeja y se acercó a su habitación, donde ella seguía mirando por la ventana, Wormmon dormía y oía un leve hipar. Miyako lloraba. Él se aproximó con preocupación y le preguntó qué tenía. Al girarse al verlo, vio su cara enrojecida, sus ojos mojados y las mejillas húmedas. Se largó a llorar en su pecho, haciendo despertar al pequeño digimon de piel verde, quien se sobresaltó, pero luego al ver la escena, se quedó observando, sabiendo que no debía intervenir...

— ¡Lo siento, lo siento tanto! —Dijo disculpándose—. ¡No es que no te ame, jamás pasará eso! Pero... Pero... ¡Tengo mucho miedo!

¿Miedo? ¿Miedo de qué?

Se lo preguntó, confuso.

Ella alzó la vista para verlo.

— ¡Miedo de mí! —confesó—. ¡Miedo a que pasen cosas y no pueda arreglarlas! ¡Miedo a ser torpe si un caño se rompe, explota la llave de gas o se caiga un modular! ¿Qué hago ahí, Ken? ¡Voy a ser desastrosa! —y volvió a llorar como una niña de preescolar.

Ken sonrió. Su chica, su amatista, su luz, era una completa niña aún con veinticinco años. Le acarició el cabello y la contuvo.

—Eres una tonta —regañó, dulcemente—. Qué importa si no sabes arreglar un caño o edificar una pared, no te quiero por lo que no sepas, te quiero por lo que eres —pero ella seguía insistiendo. Seguía diciendo que era una completa inútil. Ken se puso serio—. ¿Dónde quedó al Miyako enérgica?

—No puedo ser un payaso las veinticuatro horas del día, Ken —dijo ella, encogiéndose hombros, con el semblante triste—. Yo también tengo temores.

—Pero son tonterías —dijo él, intentado animarla y le acarició la mano—. Miyako, quiero verte todos los días, quiero despertarme a tu lado...

—Pero ronco.

—No importa, quiero comer juntos todos los días...

—Pero quemo el pollo cada vez que lo hago —se lamentó.

Ken no aguantó más y la besó con pasión.

—Te amo íntegra —le dijo, acariciando sus mejillas—. No me interesan tus defectos, puedo lidiar con ellos. Yo tengo los míos y no te quejas, somos una pareja, somos dos seres que se aman, y nada me impedirá vivir contigo —la miró a los ojos con decisión. Ella contuvo las lágrimas y lo abrazó por el cuello, haciendo que se cayeran sobre el colchón, suavemente. La chica le dio las gracias y se disculpó por ser torpe. Ken aceptó las disculpas y le dijo que había preparado té. Miyako lo besó más pasionalmente.

Ejem, ejem...

Ambos se sonrojaron y vislumbraron al pequeño digimon en forma de gusano que no los miraba, pero que se sentía incómodo. Ambos rieron y fueron por las tazas de té mientras seguían viendo casas: él quería algo sencillo y ella pretendía una casa de tres pisos... No hicieron más que sonreír.

Víveme, toda una vidaWhere stories live. Discover now