El antifaz

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Agoney bajó las manos hacia los muslos del rubio, alzándole para que rodeara su cintura con las piernas, y Raoul no dudó en aferrarse al cuerpo ajeno; provocando aquella fricción entre sus entrepiernas que tenía a ambos cuerpos deshechos.

Los labios de Raoul se perdieron en el cuello ajeno, aquel que esa misma tarde no había podido aprovechar. Se encontró de nuevo el chupetón que le había hecho Ricky, pero le dio igual. No le creó rechazo, al contrario, le dejó otro en pleno cuello; bien visible. Se apartó con una sonrisa triunfante en los labios, pues parecía un adolescente marcando territorio.

Marcando territorio...

Intentó razonar lo que estaba sucediendo, pero sus hormonas se lo impidieron, y se dejó llevar por aquella mano que estaba deslizándose entre sus cuerpos, de camino a provocarle un gemido más alto de lo que esperaba. Sin embargo, no le dio tiempo a provocar que les pillaran por sus gemidos, pues sus labios fueron acallados por los labios del moreno. Ese mismo, cuya mano, sin ningún tipo de vergüenza, se estaba paseando por su miembro. Aquella situación había pasado de cero a cien demasiado rápido y su cuerpo estaba demasiado sensible, se le iba a ir de las manos como no le hiciera parar.

Trató de pronunciar su nombre en medio de un gemido, pero no le salía la voz. Movió sus manos; una acabó sobre el pecho del moreno, tratando de llamar su atención, y la otra bajó hasta la mano ajena, que comenzaba a aumentar las caricias sobre su erección.

- Agoney...n-no. – El moreno le miró a los ojos, con una lujuria que le hizo estremecerse.

- No me jodas, Raoul. – Lejos de apartar aquella mano, comenzó a bombear el miembro ajeno, sin dejar de mirarle a los ojos. – ¿Cuándo vas a dejar de intentar mentirte a ti mismo? – Murmuró aquello con la voz ronca, apartando la mano del menor de su pecho para poder acercarse más, acabando la frase sobre sus labios. Raoul le miraba con los ojos entrecerrados, víctima del placer que estaba golpeando su cuerpo, y de él. – No aprietes los labios, no lo niegues... Déjame escucharte, Raoul...

Agoney supo que había ganado cuando su propio nombre, en medio de un gemido ahogado, llegó a sus oídos. Sonrió, completamente satisfecho, y soltó al menor. Escuchó un quejido necesitado de sus labios, y su sonrisa se ensanchó.

Raoul acabó girado, con las manos apoyadas en el bordillo de la piscina, y su frente contra estas, de espaldas a Agoney. El moreno se pegó a él, haciéndole notar su propia erección, y su mano volvió a atender al miembro ajeno.

En cuestión de segundos ambos eran un remolino de jadeos y gemidos. Una de las manos de Raoul viajó hacia atrás, colocándose en las lumbares de Agoney. Sus dedos se aferraron a su piel, haciéndole pegarse más, y por ende, producir aquella simulación de embestidas con una intensidad mayor.

Ambos querían más, y ambos sabían que estaban en su límite demasiado pronto. Y sobre todo, sabían que era por culpa del cuerpo ajeno. Sin embargo, el final llegó para Raoul cuando los labios de Agoney se pegaron a su oído, y pudo escuchar allí cada sonido que salía, gracias a él, de aquellos labios. Escuchar su nombre así, con ese tono ronco y a la vez tan dulce y ahogado, lleno de necesidad... Estaba necesitado de él, y se lo estaba haciendo saber.

Su cuerpo no pudo más, y llegó al orgasmo. Se mordió los labios con fuerza y todo su cuerpo tembló, pues fue tan silencioso que el bombeo sobre su miembro por parte del mayor continuó, prolongando su orgasmo, hasta que su propio cuerpo no tuvo fuerza para continuar moviéndose. Necesitaba respirar, y recomponerse. Entonces Agoney se dio cuenta, y con una sonrisa triunfal, se dejó caer sobre su espalda, dejando que sus respiraciones se acompasaran. Dándole un respiro, mientras iba abandonando su miembro, sacando la mano de debajo de su bañador.

Nature | RagoneyWhere stories live. Discover now