La ducha

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Raoul.

- No puedo, Mireya.

- Claro que puedes, Raoul. - La malagueña dejó su maleta a un lado para atender a su amigo. - Escúchame.

- Sabes que no puedo sin ti, Mireya. Lo sabes.

- Raoul... Ahora más que nunca tienes que poner en práctica lo que tantas veces hemos hablado. - Negó con la cabeza repetidas veces. No podía aceptar eso. - Ahora vas a tener a Agoney contigo, estáis bien, podéis trabajar bien, y podéis ganar toda esta mierda. - Alzó las manos para cogerle el rostro, acariciando sus mejillas. - Vas a ganar, Raoul. Una oportunidad más desperdiciada y te prometo que no vuelvo a hablarte en la vida. - Ante su silencio, la rubia suspiró, lanzándose a sus brazos después.

La fuerza con la que estaba abrazándole le dolió, pero no físicamente, era el corazón lo que le dolía. Esa chica quería estar ahí mil veces más que él mismo. Eso no era justo. Lo que se suponía que iba a ser un verano para aprender antes de afrontar el siguiente curso en la academia, había acabado siendo el matadero.

Se los iban a ir cargando poco a poco hasta que solo quedaran algunos.

Y él no estaba dispuesto a participar en eso. Prefería mil veces antes irse por su cuenta a tener que ver cómo sus compañeros y amigos se iban uno a uno, aunque tal vez el peor golpe se lo había llevado ya con Mireya.

Cuando su amiga se separó de él y empezó a caminar hacia el pequeño autobús que les esperaba, se fijó en todo su alrededor. Todos sus compañeros estaban allí, despidiéndose de los cuatro expulsados. Y no había ni uno con buena cara. Fue a despedirse de todos los demás, y vio a Agoney ayudando a subir la maleta de Mireya.

Y entonces se abrazaron. Ella le susurró algo al oído, y el canario se limitó a asentir.

Aquello le hizo recordar la noche anterior.

Perdió los papeles delante de todos y le mandaron fuera de allí. Tuvo que recibir la ayuda de Agoney, que le acompañó hasta la habitación, y era tal la frustración que llevaba encima, que lo pagó con él cuando tropezó y cayó en las escaleras. Sin embargo, el moreno en lugar de echárselo en cara, había permanecido a su lado, respetando su silencio. Hasta que llegó Mireya al cuarto.

Estuvo mirándoles desde el escritorio durante bastante tiempo, sin pronunciar una sola palabra, y poco después les dijo que iría a dormir al cuarto de Mireya para que pudieran estar a solas aquella noche. Se lo agradeció en silencio, porque eso era lo que necesitaba, estar con ella sus últimas horas.

Se pasaron la noche abrazados en su cama, llorando juntos. Cuando uno se calmaba, el otro volvía a llorar, se reían juntos por aquello, y no se rindieron al sueño hasta que no les quedó ninguna banalidad más de la que hablar.

Recordaba cada palabra que su amiga había pronunciado esa noche, cada sonrisa que le había arrancado pese a ser él quien debería estar haciéndole reír a ella, y aun en ese momento, era incapaz de sonreír aunque fuera por ella.

Cuando se quiso dar cuenta, Mireya estaba caminando de nuevo hacia él, después de haberse despedido de todos. Volvieron a abrazarse, y la rodeó con tanta fuerza que dudó poder dejarla ir después de eso.

No pudo evitarlo, y volvió a llenar el cuello de su amiga de lágrimas.

- Ay, Raoul... Por favor.

- Te quiero muchísimo, Mireya. De verdad.

- Yo también te quiero... Pero tienes que hacerme caso, ¿vale? Aprovecha el tiempo, por favor. Hazlo por mí, y por él.

Nature | RagoneyWhere stories live. Discover now