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Sus primeros pasos sobre el marco terrenal son torpes y temerosos, sufre de espasmos constantes debido al frío del bosque a su alrededor, que le oculta del resto. Su cuerpo desnudo muestra la tortura a la que fue sometido días atrás, estas marcas en conjunto a los garabatos tatuados le hacen ver como un sujeto de calle, sin hogar ni familia mientras que cada paso que da arrastra con sus inmensas y, ahora, pesadas alas un puñado de hojas secas y pequeñas ramas de arboles. Nunca se sintió familiarizado con los humanos, su semejanza física a ellos era debido a su creador no obstante allí culminaba el parentesco, siempre pensó que esa raza no merecía lo que tenía. Los sentimientos de un humano son tan nocivos como el arma de un centinela capaces de matar si no se les controla, y percibía el primer síntoma de su castigo como pecador; dolor. No un dolor físico, aquel dolor es capaz de controlarlo con facilidad, si no un dolor sentimental, de aquel que sientes el pecho contraerse y los ojos nublarse.

Llega a la orilla de una carretera, sus inmensas alas ya no son visibles ni siquiera para él, completamente desnudo continua su andar por la orilla de esta misma. No es entonces tras el pasar de una patrulla policíaca que nota su cercanía con la ciudad.

"Un pecador no puede vivir entre santos. Un pecador debe vivir entre pecadores"

El vehículo se detiene unos metros delante para posterior a eso colocar reversa y detenerse junto él. De copiloto va una mujer de piel oscura con unos grandes ojos azules grisáceos, el ángel la percibe hermosa y nota en ella un aura de paz, ella baja y se le acerca preguntándole su nombre.

— Mikael, mi nombre es Mikael.


Ladeo el rostro observando con atención el abdomen ajeno, sonrío con aprobación esperando la misma reacción por parte del contrario. El sujeto asiente agradeciéndome nuevamente el haber plasmado con éxito aquella figura en su piel, procedo a desconectar la maquina de tatuar y a quitarme los guantes de látex. Finalizando por cubrir el tatuaje camino hasta la caja registradora para cobrar por mi trabajo, sentado detrás de la barra se encuentra Ben quien procede a cobrar mientras yo me dirijo a la entrada notando la recién llegada de la oficial Sara.

— Delilah, ¿Cómo estas? —pregunta apenas abro la puerta, detrás de ella un chico camina en silencio. Me quedo viéndolo con el entrecejo fruncido.

— Bien, ¿y tú? — desvío la mirada del chico hacia el sonriente sujeto, que acabo de tatuar, despidiéndose de mi con un ligero asentimiento.

— Igual, sin mucho que reportar —responde con un suspiro acompañado antes de girar hacia la barra y alzar una mano—, Benjamin —le saluda cortamente siendo correspondida de la misma forma—. Veras, ¿recuerdas aquella vez que mencionaste necesitar otro ayudante y a cambio ofrecías una habitación?

— Lo recuerdo, si.

— El es Mikael, lo encontramos perdido hace dos días mientras patrullábamos por el bosque. Es un buen muchacho y necesita donde quedarse, estoy segura que colaborara en lo que pueda y si llegas a tener algún inconveniente sólo avísame y lo recogeré—habla rápido pero claro. Voy asintiendo al compás en que voy recibiendo la información.

Benjamin llegó al pueblo de la misma forma, sin tener donde quedarse ni donde trabajar, sus padres habían fallecido y no tenía mas familia, la casa donde residía fue embargada y posteriormente vendida. Vagó unos días antes de que Sara lo encontrara y me buscara para darle trabajo. No es como si fuera la mamá de las caridades pero conozco a Sara desde pequeña y sé que ella no me enviaría a alguien peligroso.

— Si, la semana que viene recibiré un pedido y Ben no podrá subir todas las cajas solo— menciono como si fuera un dato importante que acotar. Me giro hacia el chico y le sonrío de forma simpática—. Soy Delilah, tu jefa, y él es Benjamin. Bienvenido al grupo, Mikael.

SinnerWhere stories live. Discover now