Fin de fiesta

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-Gracias -la voz susurrada de Alfred llena el silencio de nuestra habitación de hotel en el momento en el que él cierra la puerta.

Es casi la primera palabra que me dirige desde que ha terminado el concierto del Vistalegre. Al llegar al backstage sólo ha habido abrazos y besos con todos nuestros compañeros en medio de la euforia de La Revolución Sexual y de haber vuelto a cantar delante de miles de personas, y en el autobús de vuelta nos limitarnos a sentarnos juntos y apoyarnos el uno en el otro para robarle unos segundos al sueño, cansados en extremo tras la locura de agenda, llena a niveles absurdos, que hemos tenido los dos desde que salimos de la Academia.

Le miro sorprendida y sin darle una respuesta porque tampoco sé qué responderle. Quizás por eso decide repetírmelo.

-Gracias -esta vez eleva un poco más la voz y da un paso hacia mí.

-¿Gracias por qué? -pregunto todavía confusa.

-Por el beso -su tono de voz me indica que estamos en uno de esos momentos en los que él se desnuda y se muestra tal cual es, un chiquillo lleno de inseguridades y necesitado de fuertes dosis de afecto.

Una vez, todavía dentro de la Academia, Roi me preguntó si había cambiado mi opinión inicial de alguno de nuestros compañeros y sin dudarlo un segundo respondí que de Alfred. Al principio se te presenta rodeado de esa aura mezcla de superioridad y prepotencia, seguridad en sí mismo y alta autoestima, pero no hace falta escarbar mucho para darte cuenta de que eso es solo fachada.

O al menos a mí no me hizo falta. En seguida me percaté de que en realidad tenía una potente autocrítica, era perfeccionista hasta niveles insospechados y siempre era capaz de verse posibilidades de mejora. Era humilde y sincero, y no dejaba de pedir la aprobación de las personas en las que más confiaba: los Javis, Manu y yo. No nos hizo falta City of Stars para que él necesitara mi opinión sobre sus actuaciones o sobre cualquier otro tema que le produjera dudas.

Pero llegó La La Land y entonces mi criterio pareció volverse imprescindible, y yo era casi la única persona en la Academia, al menos durante muchísimas semanas, que pudo ver más allá de su pantalla de sobrao. Sólo en la intimidad de la habitación, lejos de los micros, las cámaras y nuestros propios compañeros compartía conmigo sus miedos e inseguridades.

Al terminar el concurso y empezar a pasar mucho tiempo juntos con la promo de Eurovisión pensé que estos episodios no iban a producirse más, que habíamos sorteado la etapa más dura en la que él usó su paso por OT casi como una terapia para superar una crisis personal fuerte. Pero de nuevo aquí estamos, solos en nuestra habitación de hotel, recién llegados de la efervescencia de otro concierto multitudinario en el que él ha brillado con luz propia, y él vuelve a ser mi niño indefenso, el que necesita una caricia para poder hilar una frase.

-Ay, Alfred -le digo acercándome más a él para darle el abrazo que sé que precisa -. No me tienes que dar las gracias por eso -pongo una mano sobre su mejilla y con la otra acaricio su nuca, como sé que le tranquiliza cuando se pone nervioso.

-Sí -me replica -, porque no es solo por el beso, es por lo que significa.

Lo vuelvo a mirar perpleja, sin tener claro a qué se refiere con eso. Creo que llego incluso a fruncir el ceño y él parece darse cuenta de que no lo estoy entendiendo.

-Necesitaba sentir en público un beso como ese, Amaia. Necesitaba besarte y que no te apartaras en seguida, sentirte junto a mí más de un segundo.

De haber prestado atención creo que podría haber oído el sonido de mi corazón al romperse. Sé de inmediato a qué se está refiriendo: las innumerables veces que él ha tratado de mostrarse cariñoso conmigo, que ha intentado darme un beso y que yo me he apartado, dejándolo en alguna ocasión incluso en mal lugar, dando la imagen de que yo no le quería y que él me estaba acosando.

Fin de fiestaWhere stories live. Discover now