Día 8. Rutinas Mañaneras

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Nota principal: Quiero destacar algo muy importante. En esta época, el desayuno no se consideraba como comida del día. Sólo tenían el almuerzo y la merienda; la cena se usaba para ocasiones especiales. El almuerzo no se consumía al medio día, sino más bien como a las 10 u 11 de la mañana.









¿Qué asesino podría tener lindas rutinas mañaneras, si lo que debían hacer, era conseguir información cada mañana, husmear, y a la noche, ejecutar?

Cabe recalcar, como comienzo, que si se pudiera considerar esto como una rutina mañanera de pareja, era muy difícil que ambos compartiesen habitación. Muchas veces, se levantaba primero aquel sarraceno. Muchas veces parecía que ni dormía por las noches en lo que parecía trabajar hasta el amanecer, pero siempre aparentaba lucir tan pulcro como intocable al día siguiente. Muchas veces, el florentino salía por las suyas en sus propias ocupaciones, aunque últimamente, no era mucho lo que debía hacer. Era el sirio, quien tuvo que acostumbrarse lentamente a ir conviviendo junto a un hombre de la manera exacta en la que se veía. Ese había sido el comienzo para mantenerse oculto de los que intentaban darle caza ambos, para luego ir a sus respectivas misiones. Los espacios de ambos, eran bien respetados cuando debían serlos, en sus principios.

Era una rutina para ambos, entrenar temprano en la mañana, aunque no siempre se constituía de eso, sí se convertía en una rutina también, ver cada mañana, al entrar la potente luz del sol en esa habitación, a ese asesino de blanco por completo, meditar. Moverse majestuosamente ante el luminoso brillo de la mañana, casi como un ritual, y preparase para salir. Pero, era tan difícil poder almorzar juntos, como Ezio hubiera deseado. Vamos, él era un chico romántico, la clichería era lo suyo por muy asesino frío de sangre que fuese cuando debía serlo. Pero a veces, no podía haber un compromiso absoluto. Era casi una vida individual entre ambos, y era justamente lo que Ezio planeaba cambiar.


Una mañana, cerca ya del medio día, después de que Altaïr hubiera vestido por completo, y se hubiese saciado, bajó por las viejas y rechinantes escaleras de aquel inquilinato prestado, y se fijó en la mesa de la pequeña sala que contenía una pequeña biblioteca, donde acostumbraba a mantener una pequeña mesa, había una cacerola en medio, y dos tazones de madera con aquellos extraños utensilios italianos a sus lados. También había más con diferentes cosas, y sobre todo, de ahí salía un olor maravilloso, así que la curiosidad del sirio, no le impidió ir a fisgonear lo que se encontraba en mesa.

Una tabla de madera con pescados asados bañados en aceite de oliva y condimentos, junto a arroz y pastas calientes, verduras escabechadas y hortalizas, también habían a los lados tazones con diferentes especias tales como pimienta, cardamomo, nuez moscada, y canela. También había dos tazones medianos de madera con leche, avena y frutos secos. Panes de cebada y trigo, y por último, una extraña ensalada de fruta con leche dulce, y a un lado, naranja disecada en rodajas, con unas pequeñas porciones de nueces. Era un banquete de los burgueses, totalmente indigno para un asesino como este, pero la mesa se veía totalmente perfecta, como en una obra de arte pintada por aquel amigo de Ezio, Da Vinci, con cada objeto de servicio situado impecablemente en orden, el vapor emergiendo, y la luz del sol entrando de la ventana, como si fuese divina, abrazando la comida que ahí estaba servida.

El estomago del sarraceno rugió al ver todo eso, y casi se llevó las manos a su estomago. ¿Cuánto tiempo estuvo al sustento de sopas con trozo de pan de centeno flotando junto a unas cuantas verduras, y manzanas?


-No es que quiera impresionarte,- dijo la jovial voz a un lado, haciendo al sirio voltearse curioso, alzando una ceja en busca de respuestas entonces. -pero te he visto muchas veces muy silencioso. Mi madre antes decía que cuando el silencio se hacía, era porque hambre tenía.

-¿De dónde sacaste todo esto? - Había preguntado Altaïr con confusión, mientras era casi empujado con suavidad para que se sentara en frente del florentino quien corría a sentarse en la otra silla.

-Antonio-, sonrió, para luego soltar un suspiro y girar los ojos. -Bien, me ayudó a conseguir unas cuantas cosas, pero, no me costó nada comprarlas.

Era tan poco común comidas como estas en estos momentos, incluso para Ezio, que lo ponía bastante feliz, hasta observando el rostro de asombro de este sirio, quien tras un silencio y otro, hacia preguntas tan cándidas respecto a este momento, que al florentino le hacían reír. Más divertido era que ni siquiera se hubiese resistido poniendo como excusa alguna misión.

-¿Tu cocinaste todo esto?

Tenía todo el derecho de preguntarle.

-¿Sabes cocinar?

Era común que sólo hubiese cocineros o mujeres que lo hicieran. Ezio no era más que un asesino.

-Fue una fascinación que tuve en mis momentos de ocio. Aprendí con el tiempo a manejar algunas texturas de la cocina.

Altaïr había tomado aquello que llamaba "tenedor" en Venecia, observándolo un momento antes de tocar con este tímidamente la comida que se le era ofrecida. -¿Y esto por qué? ¿Cómo?

-No sigas pensando que no eres acreedor de esto- rió Ezio, cortando con el cuchillo y tenedor, ambos de plata, un trozo de pescado asado en oliva. -Lo he conseguido para nosotros, y eso es suficiente. Lo cociné para ti, y pensé que podríamos hacerlo más seguido, ¿Sabes? Por cierto, sé que la Pasta de hojaldre te encantará.


Altaïr había quedado en silencio, pensando plenamente aún si debía comer aquello. Partió por probar algunos de los escabechados, que así le llamaba, lo que le pareció horriblemente acido, pero que al momento, se fue acostumbrando. A su lado, un vaso de plata con hidromiel, del cual fue bebiendo bastante.

-¿Más seguido, dices?

El florentino levantó la mirada, con una media sonrisa. -Más seguido, así es... si lo deseas. Digo, aparte de lo bueno que es en estos momentos, te quiero invitar a que lo hagamos más seguido.

-¿Comer juntos cada mañana?

Esa fue parte de su sobremesa, luego fue con el pan y con los cereales, y luego había ido con las pastas y las carnes, y había sido uno de los mejores almuerzos de su vida.

Ezio mantuvo su mirada en él, ante su satisfacción. -No me digas que no. Hasta podrías compartir con los demás chicos del gremio,- pero quería que esto fuera una rutina de ambos, y se lo hizo saber. Comer juntos cada mañana antes del medio día, independiente de lo que tuviesen que hacer.

Altaïr había mantenido su mirada, negando con la cabeza en una tranquila sonrisa. -A veces pareciera que no bastas para encontrar cosas con las cuales cautivarme.

Ezio ensanchó su sonrisa, riendo. Le enseñaría a cómo manejar mejor una cacerola, o cómo cocinar las mejores pastas italianas, y compartirían juntos cada mañana esta pequeña rutina, hasta incluso con los ladrones, para luego partir a lo que debiesen. Pero quería compartir esto con él, que fuera un momento para ellos, y el más precioso, de todas las mañanas.


Y así mismo se convirtió, en su pequeña rutina.

Ogni giorno ti amo di più [EzioxAltaïr] «28 días con la OTP»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora