Corrompido

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En un principio era ayudante de herrero, del máximo exponente entre los practicantes de ese oficio: Aulë. Por lo mismo, en un determinado momento vislumbró de que quedándose donde estaba sobrepasarlo sería imposible. A pesar de ser el más poderoso entre todos los maiar a su servicio, lo que creara siempre estaría menguado por su luz y su título.

Todo llegó a desembocar en un punto en el que Mairon quería crear su propia leyenda, ser capaz de realizar objetos y escenarios que cambiaran el curso de Ëa, ser un máximo referente y hacedor. Entendía que objetivos como aquellos eran de largo aliento, pero su meta contemplaba sobrevivir como diera lugar a las edades del mundo mientras construía, poco a poco; su imperio, con su propio sello e historia. Se prometió a sí mismo hacer temblar los cimientos de Arda gracias a su poder. Quizá sólo así los valar dejarían a un lado, por un rato, su grandilocuencia y se darían cuenta de que la perfección no era una cualidad exclusiva de ellos. A veces podía tener otra tonalidad, otras formas podían conducir a ella.

Y para eso tenía que dejar atrás a Aulë, si bien parte de lo que le enseñó le seguiría sirviendo. Antes de llegar, a éstas; sus contundentes conclusiones, progresivamente había comenzado a guardarle una ligera apatía, pero lo disimulaba tan bien que nadie pareció notarlo.

El principio de toda esta historia comenzó de lleno un día, cuando en medio de su fragua, sintiendo culpa por sus turbulentos y recientes pensamientos, escuchó una voz haciendo eco en su mente.

―Mairon, sé que en tu interior ha comenzado a surgir un pensamiento, la esencia de una idea.

Ante eso, dejó el atizador a un lado y se agarró la cabeza como intentando evitar la voz. Esa sería una de las veces en las que experimentaría profundo terror ante la duda y lo desconocido. Intentó eludirlo pero fue inútil y gradualmente se resignó a escuchar.

―Sabes que tus grandes talentos nunca tendrán la atención que aquí merecen, jamás podrán extenderse sin límites.

Al escucharlo, Mairon pensó en cómo era posible que una presencia como esa encontrara un hueco, un canal hasta la tierra que compartía con los demás valar. Sin embargo, pronto comprendió que tan sólo él era capaz de escucharlo. Él era la grieta, él se estaba transformando en una fisura dentro de aquella inmaculada tierra bendecida. En aquel instante sintió repulsión de sí mismo y un mareo tomó control de él.

―¡No te asustes de ti! Temes de las elecciones y acciones que podrías llegar a tomar, pero no tengas miedo de tu propio ser, eres digno de sobrepasar los confines permitidos ―declaró el extraño.

―¿Quién eres y qué quieres? ―preguntó. Pensó entonces que podía tratarse de una prueba de los valar, su intuición le indicaba que de ser así no la superaría con éxito. Estaba condenado al destierro y la humillación.

―Soy lo que no quieren que conozcas, mi nombre está vetado, al igual que mi poder. Dicho esto tú ya sabes muy bien quién soy. Ven conmigo, sabes que quedándote acá nunca tendrás ni lograrás lo que mereces. Te enseñaré lo que no quieren que sepas y no te pondré limitaciones; serás libre, porque sé que en el fondo de ti eres capaz de serlo.

Mairon se sintió dividido, era como si en su interior se librara una batalla entre sus deseos y su deber. Sí, sabía quién era el que estaba hablando, el exiliado vala de la melodía disonante. Hablaba de sus anhelos como si estuviese muy seguro de qué trataban, pero ni siquiera él mismo sabía con claridad sobre éstos ¿qué quería lograr? ¿A qué aspiraba? ¿Había algo que los otros querían que no conociera?

―Te dejaré meditarlo, pero sé que terminarás tomando la decisión correcta. Cuando estés listo, basta con pronunciar mi nombre y te llevaré hasta donde estoy. Allí te dejaré forjar tu lugar y destino.

El maiar dejó de escuchar la voz y a ratos comenzó a ver imágenes, como premoniciones, en donde se veía con un gran ejército formado por él, sacudido por victorias y un poder desconocido. Le parecieron tan reales ¿y posibles? Aunque cabía la posibilidad de que el innombrable estuviese jugando con él. Por otra parte, estaba hastiado de la rutina, la tranquilidad estaba volviéndolo inquieto, sabía que si continuaba con esas líneas de pensamiento probablemente los demás podrían percibirlo. No pasaron muchas horas y supo que sería inútil frenar sus ambiciones, sus ganas de ser algo distinto, de cruzar los márgenes. Ya no dudó, si ese tenía que ser su destino lo afrontaría. Y si eso significaba perder el favor de los otros y sobre todo de los más poderosos, lo aguantaría. De lo contrario, era consciente que en toda su inmortal existencia se lo preguntaría cada día y sería por siempre atormentado por la duda de lo que podría haber llegado a lograr.

―Melkor ―pronunció decidido como nunca antes. Su batalla personal fue intensa, no obstante creía que aquello desconocido que sentía era más potente y fascinante de lo que había hasta antes en su vida. Se entregó, dispuesto.

Y sólo hasta ese preciso entonces los valar lo percibieron, y también supieron que era muy tarde. El más brillante de los maiar, ya no estaba y no volvería a ser jamás como antes. Y por primera vez en largos años, Aulë se sintió atormentado, desde el comienzo de la existencia Melkor estuvo celoso de su capacidad; pues los dos eran hacedores, dioses creadores. Prolongada fue la lucha entre ambos en los primeros días de Ëa, por su parte siempre había sido fiel a Eru y su propósito ¿pero qué fue lo que hizo mal con su discípulo? Fue así como una gran preocupación fue alimentando su corazón. Los valar tomaron conciencia que su único y monumental enemigo ya no estaba solo con sus criaturas, tenía un aliado. Tal vez el más letal que pudo haber seducido, no dudaban de lo excelso que era el desertor. De este modo, comenzaron a prepararse, tenían plena certeza de que otro golpe vendría, así como había sido en los primeros días.

Después de su propia decisión, en cierta manera Mairon "El Admirable" había muerto, aquel maiar, el más brillante entre todos los de esa categoría. Quizá su destreza llegó a tal punto que quebrantó su espíritu, dejó que lo dominara, lo cegó y sólo obedeció a los deseos que podían evocarle. Ahora nacía otra vez, lejos de la tierra bendecida, lejos de Aüle, cerca de Melkor. Comenzaban los días de Sauron.

Algo en él no cambió, seguía siendo un alumno abnegado y perfeccionista ahora brillante con las artes oscuras. Aprendió a cambiar de piel, a tomar la forma física que quisiera; a ser un experto del engaño, la magia y la estrategia. Se refugió y perfeccionó la fortaleza en Utumno; entrenó a su ejército, domó y corrompió bestias y los espíritus de muchos seres. Pues era la mano derecha del vala terrible, del cual no dudó. Sauron admiraba a su referente porque consideraba que lo comprendía y veía que construían algo juntos, diferente y desafiante que, en efecto; no tenía límites y que cuestionaba lo establecido ¿por qué los demás se creían dueños de la verdad? ¿Acaso él y su mentor no provenían de Eru también? Para él, eso significaba que representaban otra concepción válida del orden y la vida, eran elementos necesarios. Tenían un ideal claro: destruir y entonces crear de nuevo, y si eso conllevaba arrasar con lo que los demás ainur habían erguido, lo harían, demostrarían que no había una sola manera de organizar el mundo, y quien fuese que se les pusiera en el medio lo enfrentarían. Sauron consideraba que una fuente de poder inagotable recorría su ser. 

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Esta es la primera parte de este fic, que tendrá sólo dos capítulos para el concurso de RDTMTolkien (intenté citarlos así en el disclaimer pero no me dejó, así que los cito acá). Espero que haya sido de su agrado, una parte de mí siempre quiso escribir sobre Sauron y he disfrutado mucho escribiendo, si bien Tolkien fue el que dio los elementos que sostienen la trama, como es habitual, no dio grandes detalles de cómo Melkor sedujo a Sauron. He demorado en hacerlo pues estudié algunos escritos que pudiesen darme pistas sobre el asunto (ya lo saben, me gusta ser fiel al canon) para hacerlo lo más preciso posible.

Saludos desde el invierno.

*La imagen pertenece a la artista BohemianWeasel

El desertorWhere stories live. Discover now