II

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Me quedé observando con un poco de rareza a ese montón de papeles de tinta negra. Esos papeles significaban mucho más de lo que realmente eran. Significaban la entrada a la sala del éxito,  el bloqueo en la sala del fracaso. Tenían... Tenían un significado demasiado elevado para lo que realmente ejercían.  Eran simples trozos de papel. Únicamente eran papel. Eran papel. Eran unos jodidos, vulnerables, sin importancia trozos de papel físicamente.  Pero psicológicamente eran tu vida. Ofendían.

Me dirigí con la misma rabia que me creé yo misma hacia esas hojas.  Eran perfectamente blancas. Tenían arriba un título en negrita, era grande,  pero simple.

                                 Candidatura al roll Odette/Odile

                                                  NYCB 2014

Sentí un oleaje de algo. Al leer esas palabras sentí alguna emoción desconocida para mi ser. No sabía por qué, pero no tenía esa seguridad que creía que iba a obtener al escribir mi nombre en esas finas hojas. Sentí que ese personaje no me correspondía. Y tuve un presentimiento; no debia presentarme candidata a ese roll. Sentía que podría suceder algo no muy bueno. Y lo peor es que hice caso de esa corazonada e ignoré a ese puesto. Ignoré poder ser la bailarina más importante de la compañía.

Me volteé y caminé, lejos. Iba a hacer caso de ese presentimiento, aunque se me pasaran algunas consecuencias por la cabeza. Yo siempre he querido llegar a ser algo más en el ballet, pero casi siempre que me presento, desechan mi idea. Nunca me eligen, y eso me hace sentir desolada, dejando mi poca autoestima por los suelos.

Salí fuera del recinto. El hall estaba solitario, por lo que preferí respirar aire fresco. Intenté sentarme en las escaleras de cemento que algún día habían estado limpias y aseadas. Ahora tenía que saltar entre escalón y escalón para no posarme encima de un chicle ya mascado o el filtro de un cigarrillo consumido. Al final conseguí un rincón digno, y me senté.

Reflexionaba sobre mi libro. Únicamente había llegado a leer la mitad del capítulo uno, pero me había dado bastante a entender. En él, lord Henry le explica a Basil (el pintor) que las personas feas son eruditas, y que las estúpidas son bellas. Lo entendí, pero no le daba la razón. Aunque el libro fuera escrito por Oscar Wilde y tuviera una descripción fantástica, no estaba de acuerdo en esas cosas que decía en lo poco que había leído, aun.

Giré mi cuello esperando encontrar mi libro y poder leer hasta el comienzo del capítulo dos, pero, a mi sorpresa, no estaba. Fruncí el ceño mientras rebuscaba bruscamente en mi bolso, ¿dónde estaría? Me levanté con una velocidad efímera y entré otra vez alhall. Los oscuros ladrillos que conformaban el salón estaban siendo limpiados por la señora Wilson. Una señora regordeta y bajita, con el pelo castaño claro y por arriba de los hombros.

—Buenos días, señora Wilson —saludé. Ella, enseguida se volteó y como siempre, me miró a los ojos con alegría y dulzura.

—Oh, Cara —dijo—. ¿Qué necesitas?

—¿Ha visto aquí, en el hall, un libro? Se llama ElretratodeDorianGray...

Hmm... No cariño, pero recuerda bien por dónde has estado y así, tal vez, lo encuentres.

—Bueno, muchas gracias —le respondí mientras intentaba demostrar una sonrisa. Seguidamente, me giré para irme por la puerta de la derecha.

—¡Adiós ricura! —me despidió la señora Wilson.

Iba a paso rápido, subí al primer piso pasando por las escaleras para volverme a encontrar con las hojas de la candidatura. Pero hice caso omiso de ellas. Empecé a rebuscar por todas partes, bajo de la mesa, entre las hojas, detrás de las sillas... Pero nada. Únicamente quedaba el aula B213.

La compañía no tenia tantas clases (ni mucho menos), por nada del mundo llegaban a ser 213. Las clases comenzaban con la letra B si estas eran para ensayos ordinarios. Pero si eran ensayos para una obra que se avecinaba y necesitabas los fondos, entonces tenías que ir a las que tenían una Adelante del número. Las Aúnicamente eran 15 clases. Eran mucho más grandes y estaban mejor iluminadas, pero no tenían espejos. Las B, eran 70. Y eran pequeñas, con barras y espejos que cubrían toda una pared. Se había puesto tantos números ya que el anterior director (el que organizó la construcción del edificio), le gustaba saltarse los números. Cosa que aun es tema de algunos chistes, como el típico de estar en clase y equivocarse, que el profesor te mire y suelte "No te saltes algunos pasos, acabarás así con los números". Y no tenía gracia, pero reíamos. O cuando andábamos por los pasillos y cada clase era mucho mayor en el número que la anterior y alguien soltaba "Mirad chicos, podemos saltarnos las clases". Eran chistes penosos, que causaban más gracia por ser malos, que por otra cosa. Pero nos gustaban.

Andaba con prisa y con la cabeza mirando a las señales de las puertas de las clases. Me fijaba en cómo cambiaban los números, hasta que mi mejilla chocó con algo. Miré con lo que me había chocado. Era un chico alto, con unos veintiocho años, con el pelo ni muy corto ni muy largo, castaño con ojos azules.

—Lo siento... —pude decir.

—No pasa nada, tranquila —agaché mi cabeza y pude ver unas partituras en sus manos, debía ser pianista. Él, se me quedó mirando extrañado—. Bueno, hasta la próxima —sonrió y siguió con su camino.

Un poco aturdida, intenté procesar lo que acababa de ocurrir. Acababa de tropezar con un chico y no me había dado ni cuenta. ¿Y a qué se debía? A que iba despistada. Debía de corregir eso.

Volví a concentrarme en mi libro y en dónde podría estar. Iba acelerando poco a poco la velocidad y tuve que subir dos pisos más. El edificio era bastante grande, tenía el sótano: donde se encontraban los camerinos para las pocas representaciones que se hacían en este edificio, los vestuarios, la sala de control (de luces, electricidad, etcétera), la biblioteca (donde podías encontrar unos once estantes llenos de libros sobre danza y música y además, ordenadores) y la gran sala de las puntas (con todas las paredes llenas de estantes y en ellas, cientas de zapatillas de puntas de diferentes modelos, marcas y tallas), era el paraíso. El primer piso, tenía el hall, que era el esqueleto de todo el edificio, su estructura era: al fondo estaban las escaleras que conducían al sótano, a la derecha, el pasillo que conducía a las clases B, a la izquierda, a las clases A. Delante de las escaleras que llevaban al sótano se encontraba la puerta principal: una grandiosa puerta de cristal. El hallera bastante espacioso y grande, mediría unos 80 metros, aproximadamente. Era acogedor, pero profesional (de alguna forma llamarlo).

Cuando iba por la clase B206, empecé a pensar en lo que pasaría si el libro no se encontraba allí. No iba a llorar, total, no era más que eso. Eran simples hojas de papel con tinta pegada, como un tatuaje a la piel de una persona. Además de que ese libro en concreto no tenia mucho de especial. Era un libro.

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Sé que es cortísimo, pero lo he escrito en sólo dos días. Además de que estoy super nerviosísima.

Gracias por dedicarme tu tiempo.

Anna

OdetteWhere stories live. Discover now