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Me llamo Lilja Hauksdóttir, 20 años, sin educación superior y administradora de una pequeña cafetería llamada Heitt, lo que podría considerarse irónico.

Vivo en Reikiavik, capital de Islandia. Una de las ciudades más verde, limpia y segura del mundo, donde conviven aproximadamente 212.120 habitantes. La temperatura promedio es de unos 12° C en verano, de ahí la ironía de que la cafetería que mi padre me heredó se llame Heitt, porque claro, esta palabra significa acalorado y creo que esa sensación, por lo menos aquí, no es muy común tenerla.

Desde que tengo memoria siempre fue mi padre y yo, mi madre brillaba por su ausencia. Nunca la conocí y cuando tuve edad suficiente para asimilar las cosas, mi padre me contó que ella había decidido suicidarse pocos meses después de que yo naciera. Depresión posparto era el demonio que atormentaba a mi madre. Cuando mi padre se vio solo con una bebé de solo meses, decidió invertir el dinero del seguro de vida de mi madre y abrió una pequeña cafetería que, con el tiempo, fue haciéndose mas y mas conocida. Decidió ponerle Heitt porque su sueño siempre fue conocer el Caribe y estar realmente acalorado, sin embargo, con una pequeña cabeza a la que alimentar e instruir, jamás pudo hacerlo. Esa pequeña cabeza era yo, una chica que desde los 3 sabe leer y siempre presenté una afición a las matemáticas y a la economía. Claro que esa afición, la iba a descubrir tiempo después.

Mi padre me tuvo cuando el tenía 20 años y falleció a los 38 de un cáncer de estómago, si hacemos las matemáticas, yo había cumplido los 18 y estaba terminando el colegio. La cafetería pasó a mis manos y decidí que una enseñanza autodidacta sobre administración de empresas (o cafeterías) era suficiente para llevar las cuentas de Heitt, el sueño de mi padre. Llevo 2 años desde la partida de el y han sido 2 años de una vida, que, a pesar de extrañar a mi compañero y confidente, puedo llevar a cabo tranquilamente.

Describiré a mi padre para que puedas entender mi aprecio hacia una persona tan esforzada como él. El era un hombre que cumplía con el estereotipo de un islandés, rubio, alto y barbón. La última, era mi característica favorita debido a que esta característica me hacia reír desde pequeña, disfrutaba ver como se esmeraba para que su barba se viera siempre prolija y ordenada. Además, era un hombre preocupado, leal y muy pero muy agradable. Algo que siempre admiré era que les fiaba a los chicos que no tenían como pagar, porque cuando mi madre murió, el se vio en esa misma situación y se reflejaba en cada chico que veía con problemas.

Hoy, un sábado, la cafetería abrió a las 7 a.m como cada día y ha estado concurrida como normalmente, los clientes frecuentes y los turistas. El transcurso de la mañana ha sido normal y me he dedicado a recoger mesas junto a Anna, una de las pocas meseras que trabajan conmigo. Anna es una irlandesa que vive aquí desde hace más o menos unos 3 años.

Estaba tranquilamente anotando la orden de una pareja que frecuentemente venía, cuando Anna se me acerca.

—Lilja, ¿Podrías ayudarme con la mesa de la ventana sur? Hay una mesa un tanto complicada de la que me tengo que ocupar—me dijo la pelirroja suspirando.

Como no me podía negar a sus ojos suplicantes, le dije que sí y partí a atender la mesa de la esquina sur. Mientras me acercaba, pude ver a dos hombres con traje, por lo que asumí que se trataban de hombres de negocios. Lo que me sorprendió fue que estos eran gemelos y jóvenes. Deberían tener unos 27 años a lo mucho.

Los gemelos eran todo un cliché, pelo negro, ojos azules profundos, piel blanca y muy altos. Pero créanme cuando les digo que estos no se parecían a ningún hombre de novela, eran hermosos a su manera.

Me acerqué a ellos, anoté su pedido y fui a buscarlo. Cuando llegue a la barra, me acerqué a Anna y le comenté la maravilla que mis ojos pudieron apreciar. Ella me repondió que le tirara el café a uno de los gemelos y así podría hablar con ellos, en cuanto escuche la alocada idea de mi única amiga, comencé a reírme porque no había posibilidad alguna que lo hiciera. Nunca había arrojado una taza de café a alguien y esta no sería la ocasión.

Salí de la cocina con el par de cafés y el pastelito de frambuesa en mi bandeja. Y como si el destino me odiara, tropecé con la pata de una silla y lo dí vuelta en uno de los gemelos. Tal cual Anna me lo había dicho. ¿Acaso leerá el futuro la irlandesa?

HeittWhere stories live. Discover now