Capítulo 10 - Solo intenta no intercambiar fluidos corporales conmigo

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"Constantly, boy, you play through my mind like a symphony;

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"Constantly, boy, you play through my mind like a symphony;

there's no way to describe what you do to me."

Love You Like A Love Song – Selena Gomez

Cate y yo no podíamos hablar de otra cosa que no fuera la noche de víspera de Año Nuevo a medida que los días transcurrían. Nos preguntábamos a dónde me llevaría Ben después de medianoche, qué debía esperar, cómo debía vestirme y actuar. Cate repetía que seguramente me llevaría a un hotel de primera, pero yo no me imaginaba a Ben haciendo semejante cosa por chicas a las que se tiraba una sola vez. Me lo imaginaba más recurriendo al asiento trasero del coche o a un motel barato. No quería hacerme ilusiones esperando una noche llena de lujos para luego encontrarme con algo completamente distinto y tener que esforzarme para que mi rostro no delatara mi decepción.

Todo lo que estaba ocurriendo me tenía tan entusiasmada que ni siquiera me molestó tener el estrecho apartamento lleno de mexicanos ruidosos en Nochebuena. Cada vez que sentía que estaba por perder la paciencia, me recordaba a mí misma que faltaban solo siete días para la noche con la que había soñado durante meses y meses, y entonces conseguía sonreírle a todos y seguir las conversaciones sin problemas.

Generalmente, las mujeres en la familia de mi madre son muy perspicaces y las típicas tías que cuando te ven muy sonriente lo atribuyen a la presencia de un nuevo hombre en tu vida; pero dado que la época navideña siempre me ponía de un humor excelente, nadie notó nada extraño o inusual en mi comportamiento alegre.

Excepto mi hermano.

Antonio y yo teníamos una relación muy especial. Él era el clásico hermano sobreprotector que siempre insistía en saber sobre mi vida amorosa y me recordaba que si necesitaba que golpeara a alguien en la cara, lo haría sin pedir razones (como si en su vida hubiese golpeado a alguien).

Tony era un romanticón incurable. No deseaba a las mujeres, las amaba. Y tenía con qué atraerlas. No lo decía porque fuera mi hermano, pero era un muchacho muy apuesto: alto, fornido, de cabello negro azabache, una piel trigueña algo oscura como la de nuestro padre y ojos color miel. Además, era muy inteligente y culto, cocinaba delicioso y solía estar siempre de buen humor. Hasta el momento había tenido tres relaciones estables y siempre lograba convencernos a todos de que se casaría con la novia de turno. Contaba en voz alta sus planes para el futuro, cuándo se casarían, dónde vivirían, cuántos hijos tendrían, cómo los llamarían... Y cuando más tarde la relación llegaba a su fin, acudía a mí y me confiaba sus sentimientos y hasta sus lágrimas (antes de verlo llorar por primera vez a causa de su ruptura con Valerie, su primera novia, había creído que eso de que los hombres lloran por las mujeres eran mentiras que solo aparecen escritas en las novelas empalagosas).

Yo era prácticamente lo opuesto a él: le huía al romanticismo a menos que alguien me gustara mucho, y cuando una relación acababa, solía llorar de rabia en lugar de llorar de tristeza. Me frustraba sentir que había perdido mi tiempo y, a la vez, sentirme así me confundía.

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⏰ Last updated: Apr 03 ⏰

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La Nube Dorada©Where stories live. Discover now