Capítulo 13

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  La noche era fresca, sobre todo en la zona de Inner Harbor por su proximidad a la bahía Chesapeake, aunque con ropas de abrigo, el frío y la humedad no resultaron un inconveniente. Los bares circundantes al paseo siempre gozaban de una actividad frenética cuando caía la noche y cerraban las tiendas, pero Kagome y Sesshomaru  prefirieron pedir una ración de pizza para llevar, en lugar de encerrarse en cualquiera de los múltiples restaurantes de comida rápida en los que no habría sido posible mantener una conversación tranquila.

El puerto parecía un manto de terciopelo negro engalanado con millares de lucecitas. A los destellos de luz brillante que derramaban las farolas que lo bordeaban se unían las de los comercios próximos, así como las más lejanas de los distritos vecinos, haciendo que las oscuras aguas de la orilla se tiñeran de ráfagas de oro, plata y rojo. El escenario era adecuado para tocar temas más personales mientras comían la pizza y emprendían un lento paseo por el muelle hacia el imponente edificio acristalado que albergaba el acuario nacional. La conversación pronto se centró en los primeros recuerdos que tenían sobre la ciudad, y Kagome le contó que, cuando era niña, obligaba a su abuela a que la llevara todos los domingos al acuario.

—Mi primer relato romántico lo escribí cuando tenía doce años, y el argumento trataba sobre un delfín hembra que se enamoraba de un tiburón macho.

—Menuda imaginación.

—Lo presenté a un concurso en el colegio y gané un premio. Fue mi profesora de Literatura la que me alentó a que siguiera escribiendo.

—¿En qué consistió el premio?

—En un bono para acudir al acuario gratis durante un año entero. Imagínatela cara de horror que se le quedó a Kaede. —Soltó una carcajada—. A la pobre no le quedó más remedio que acompañarme tres veces por semana. Ese fue el trato al que llegamos.

—¿Y de dónde te viene la afición por el mundo marino? —preguntó Sesshomaru, antes de darle un bocado a la jugosa prosciutto.

—Una vez leí un cuento sobre una sirena a la que desterraban de su grupo porque no era tan hermosa ni cantaba tan bien como las demás. Así que se marchó lejos, surcó los mares y conoció a un príncipe guapísimo que se enamoró de ella. De adolescente no fui muy popular en el colegio, era la típica empollona a la que jamás invitaban a las fiestas. Además tenía voz de pito, usaba gafas para corregir mi hiper metropía y estaba más plana que una tabla de planchar, tardé mucho tiempo en desarrollarme.—Movió la cabeza, ahora todo eso que contaba le parecía divertido—. Por eso quería ser como Ariel, la sirena, para que apareciera en mi vida un príncipe azul que me hiciera sentir especial.

—Viéndote ahora, resulta increíble imaginar que algún día te sentiste acomplejada.

Kagome aceptó el halago con agrado, el cuál le provocó un placentero cosquilleo en la piel.

—¿Por qué te hiciste cirujano? —Cambió ella de tema.

Sesshomaru esperó a tragar un trozo de pizza para contestarle.

—Cuando era adolescente le salvé la vida a una persona y eso hizo que me replanteara mi futuro. Es una historia muy larga, estoy seguro de que te aburriría.

—Me encantaría escucharla —le contradijo—. Yo te he hablado de sirenas y príncipes azules, no existe nada que pueda ser más aburrido que eso. 

Sesshomaru la miró a los ojos, ávidos por conocer más detalles de su vida, y decidió contárselo. Volvió la cabeza hacia la derecha y observó el muelle como si buscara un punto concreto. Cuando pareció encontrarlo, lo señaló con la cabeza.

Después de la lluviaWhere stories live. Discover now