19. Cleveland y la aristocracia: comidillas para Londres.

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La brisa movía las ramas de los árboles con cierta gracia, el cielo estaba escaso de nubes y los rayos vividos del sol le daban un semblante amarillento a las calles.

Ciel y su mayordomo tenían tiempo de haber vuelto a su residencia principal, en el espeso bosque a las afueras de Londres. Sin embargo, paseaban en coche nuevamente por la ciudad, pues la necesidad les obligó a comprar algunos artículos en la localidad.

El amo sacó la vista por la ventana, poseía un rostro indolente y apacible, mas algo de cansancio se dejaba entrever en su ojo descubierto. Recargó el codo sobre el marco de la ventanilla.

El escándalo en la calle Cleveland escapó de las manos de Scotland Yard; madres, hermanos, familiares lejanos y amigos de los implicados del caso se vieron inmiscuidos en el asunto, siendo esto horror para ellos y pena de la policía londinense. Acrecentado el número de terceros se provocó que todo el asunto del burdel llegara a oídos de más gente, llegando a publicarse en los boletines de las próximas semanas y, finalmente, siendo la comidilla de los clubes de todo Londres.

Que la lista de clientes de Cleveland se viese encabezada por personajes de alta cuna produjo un prejuicio en todo aquel de clase media y baja, se consideraba de ahora en más que la homosexualidad era un vicio propio de la aristocracia que corrompía a los jóvenes de clase inferior.

Entre los acusados como clientes del burdel estaba el conde de Euston, Henry FitzRoy, que exitosamente denunció a los periódicos por injuria. En realidad, ningún cliente se acusó gravemente; en cuanto a los mensajeros de la oficina central de telégrafos que también trabajaban en el burdel del barrio Fitzrovia, fueron condenados a penas leves, a excepción de Newlove, aunque su sentencia fue más leve de lo que en principio sería gracias a la información que le proporcionó a Scotland Yard.

Respecto a Charles Hammond y lord Arthur Somerset, nunca se les volvió a ver por Londres. Se rumorea, aunque sin certeza, que se han vislumbrado por Paris, pero como se dijo antes, no son datos seguros.

En la acera pincelada del color dorado por la estrella luminosa, delante de las tiendas, dos mujeres de vestidos bastos cotorreaban con un volumen no bajo:

—Dicen que Alberto Victor, el hijo mayor de Eduardo VII del Reino Unido, era uno de los clientes.

—¡Dios misericordioso! —exclamaba la otra—. Seguramente el gobierno encubrió esa sórdida molly house para proteger los nombres de los clientes aristócratas.

—Qué escándalo. La opulencia siempre es acompañada por la indecencia. Los nobles creen que son iguales a los dioses cuando la demás gente le sirven, ¡ah, pero yo te digo, que jamás les serviremos como les servimos a los santos!

—Te cuento que hace dos meses mi hija era cortejaba por un hidalgo de rango alto, cuando la dejó de frecuentar ella estaba devastada, ¡pero mira de lo que se ha salvado ella! De casarse con él, habríamos caído en la desgracia. Seguro era uno de esos impíos sodomitas.

El joven noble suspiró y al quitarse de la ventanilla se recargó en su asiento, sin quitar aquella expresión indiferente.

—Qué lamentable, ¿no, joven amo? El caso de Cleveland ha despertado los escrúpulos del vulgo hacia la aristocracia.

—Sólo por el comportamiento de unos pocos, como si hombres provenientes de otras clases no...

El pequeño amo se acalló así mismo. Estaba consiente que las masas, incluso si se les explicara que sólo los nombres de los aristócratas aparecieron en los periódicos por su fama de nombre y no por la ausencia de clientes de baja e intermedia clase, conservarían su opinión inmutable. Era para él más sensato sólo esperar a que el escándalo perdiera el interés de las personas en unas cuantas semanas.

—En fin —continúo el menor—, hay que dejarlo pasar. Pronto se cansarán del asunto.

—Usted razona correctamente. Y por cierto, joven amo, ya nos han informado cómo terminaron las cosas para el señor Veck. ¿Quiere saberlo?

—Sinceramente, no me interesa saberlo. Cualquier nueva información relacionada con esa casa de lenocinio prefiero privarme de ella. Ahora, sólo quiero comer algo dulce. Prepara algo cuando lleguemos a la mansión.

Vaya, Sebastian estaba preparado para decirle a su amo que la policía detuvo a Veck en los andenes de la estación de Waterloo, que al poner únicamente un pie fuera del tren fue detenido y registrados sus bolsillos, donde se hallaron epístolas insinuantes de un tal Algernon Alleys. Claramente, fue despedido de la oficina central por conducta "inapropiada" con los mensajeros.

Qué más daba sino sólo sonreírle a su amo y decir un "yes, my lord".

¡Ciel es FUDANSHI!- Kuroshitsuji.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora