▫ [1.] Calidez ▫

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Todo lo que Shouto recordaba de ese molesto diciembre —con una claridad que hasta a él mismo le sorprendía—, eran las manos pequeñas y frías de un joven pecoso.

No debió tener más de siete años cuando fue por primera vez al banco de créditos en el que su padre era regente. Lo había llevado a regañadientes porque su mamá se ocupaba del brote de varicela que se les había pegado a todos sus hermanos (cortesía de Dabi, por negarse a recibir la vacuna y, de paso, convencer a sus otros dos hermanos de hacer mismo).

Shouto había sido más inteligente, por supuesto.

Y a pesar de que no era tan grave y podían manejarlo con algo de medicina y los cuidados necesarios, tanto su madre como Enji habían decidido repartirse las responsabilidades. Ella cuidaría de los tontos de sus hermanos, mientras que él y su padre dormirían por algunos días en un hotel. Enji estaba por echar chispas por los ojos por verse obligado a dormir fuera de su casa y, encima, convertirse en niñero; pero no se había negado a la petición de la señora Todoroki.

Está demás decir que Enji no tenía idea de cómo cuidar de un niño, ni mucho menos estaba cerca de estar interesado en preocuparse por él las 24 horas del día. Shouto tuvo que arreglárselas prácticamente solo con las cosas que recordaba. Como cepillarse los dientes o comer una fruta por día.

Sin embargo, era sólo un crío, y firme a su desagrado de andar abrigado bajo capas y capas de tela —porque su mamá era algo paranoica—, había decidido ignorar el abrigo que reposaba tras la puerta. Sólo fue capaz de moverse rápido cuando Enji le había dicho que se alistara para salir. Era eso o que su padre se decidiera a dejarlo encerrado con la suficiente comida y agua para las próximas veinte horas.

«Ni que fuera un perro», seguramente pensaría el Shouto de dieciocho años, pero el Shouto de siete sólo se cambió sin rechistar y dejó el confortable abrigo tristemente olvidado tras la puerta del cuarto de hotel

Fue una muy mala elección. Lo supo apenas puso un pie en la calle que comenzaba a teñirse de blanco por la primera caída de nieve de la temporada. El frío fue tan intrusivo que sintió que ya no podría despegar los brazos de su cuerpo, ni mucho menos dejar su cuello al descubierto del intenso ventarrón que amenazaba con arrebatarle el alma.

Agradeció infinitamente cuando llegaron al lugar de trabajo de su padre. El viaje había sido un infierno de tembleques y bajos siseos repletos de «Shouto, ¡quédate quieto!». Prácticamente no podía moverse debido a que ya casi no sentía su cuerpo, pero obedeció por inercia a su padre cuando le dijo que se comportar bien mientras él trabajaba. Y que si tenía algún problema, le dijera a su asistente.

Shouto se quedó quieto en el sillón que estaba justo en frente de un gran ventanal, e incluso el hecho de mirar cómo caía la nieve, le hizo temblar aún más. Pero prefirió no quejarse, no serviría de nada después de todo. Simplemente se acomodó mejor y decidió dormirse para tratar de ignorar, aunque sea un poco, lo helado que se sentía. Desesperado por olvidar todo lo que sentía al menos por un pequeño momento.

No supo el momento en que se quedó dormido. Tampoco tuvo muy claro el instante en que el frío se fue y pudo respirar tranquilamente una vez más, aferrándose a la cosa cálida y reconfortante con la que alguien lo cubrió y arropó.

Shouto simplemente se dejó llevar mientras una pequeña lágrima resbalaba por su mejilla.





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Shouto de verdad no quería abrir los ojos ni mucho menos alejarse de su pequeño nido cálido, pero el olor del pollo especiado, acompañado de arroz, le convencieron de lo contrario.

Por los caminos que me llevaron hacia ti [TodoDeku Week 2018]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora