Les marques du siècle [FRUK]

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Las marcas de siglos

Sus ojos verdes se fijaron en aquellas marcas que relataban en la fina y clara piel, de quien descansaba plácido a su lado. Solía ser un hombre altanero, descarado, y bastante asiduo a buscar los afectos, pero cuando dormía, se veía sereno, a veces vulnerable.

Y esos momentos, le recordaban a mucha de su historia juntos; no sólo aquel siglo en que se enfrascaron en una, lo creía con certeza, muy larga guerra. Su tiempo de pirata le dio también otra perspectiva de Francia; todos esos momentos los unieron de una u otra forma.

También recordaba, el momento en que realmente temió por esa nación de ojos como el cielo, algo que solía pensar con frecuencia, pero esas opiniones prefería guardarlas, o susurrarle de manera casi inaudible en la intimidad, cuando sus labios rozaban esa piel lisa, como decorada con varias cicatrices.

Arthur Kirkland, Inglaterra, era más bien discreto con sus afectos y pasiones.

Pensó en un momento que realmente sintió una furia que le hizo temblar, un resentimiento genuino en una guerra, algo ilógico, porque muchas veces el origen de esas épocas, eran meramente humanos, pero igual lo sintió.

1940 fue un año, que marcó a muchos, y demostró que una nueva era de sangre en el suelo había comenzado sin remedio; sus líderes ordenaron, como siempre, que tomaran las armas sin dar un segundo vistazo.

Ese año jamás podría olvidarlo, vio como acorralaban a Francis varias veces, fue testigo de cómo este se retorció en agonía, cuando bombardearon París; cuando lastimaron la capital, y corazón de Francia.

Fue un ataque pequeño, poco significativo si se comparaba con actos y atentados posteriores de la guerra.

Pero a veces, la importancia de ese pequeño atento radicó en su significado, y en el costo del mismo: murieron inocentes, solo personas desgraciadas en haber estado en aquel lugar.

Cuando Francis se recobró del dolor del bombardeo de París, este se levantó lentamente, y con sus ojos azules vidriosos le pidió:

Angleterre —exhaló con voz ronca, pero forzándose a esbozar esa sonrisa burlona que siempre le mostraba a él, quizás por costumbre, o porque todas sus eternas vidas intentaban retarse de alguna manera—, déjame sólo.

Arthur no supo en el momento que decir, pero lo miró atónito, enojado porque le pidiera eso en un momento así: vulnerable, herido, y con la mano en su pecho, con una expresión de terror, e incredulidad.

La guerra había comenzado, y no habría marcha atrás.

Quizás, Francia le pidió aquello porque el miedo era una existencia terrible, y porque la guerra era un evento tan doloroso, que no dejaba espacio para otras emociones en cuanto se percibían sus raíces torcidas.

Francis le explicó décadas después, que en el momento, no podía soportar la expresión de dolor y angustia de Arthur; que no podía decidir qué hacer, o sentir: la presencia del otro, le era abrumadora con lo que estaba pasando.

Inglaterra se negó rotundamente a dejarlo, aferrándose a los hombros de Francia, que estaba temblando en el momento.

Cuando las cosas se calmaron, al final de la guerra, Inglaterra le confesó a Francis sus sentimientos; aunque en un principio discutieron por nimiedades, como solían hacer, Arthur ignoró las provocaciones y burlas de Francia, diciéndole con voz decidida lo que había sentido desde hace un par de siglos, quizás.

—¿Mon amour?...¿Qué haces Arthur? —murmuró medio dormido Francis, sacando de sus cavilaciones a Inglaterra, que estaba observando el rostro del otro, y con sus dedos sobre la cicatriz en el centro de su pecho, un recuerdo de aquel día.

La nación de ojos verdes se sobresaltó, y con sus mejillas rojas se acostó, girándose con las cobijas hasta la cabeza. Se quedó quieto esperando la burla usual del otro sobre ser descubierto, en algo que el mismo Arthur había considerado cursi, o molesto.

—Cher, puedes tocar, ¿sabes? —agregó con una sonrisa Francis, descubriendo la cabeza de Arthur—, lo hiciste de muchas maneras hace unas horas. —rio Francia, abrazando por los hombros a Arthur, que estaba dándole la espalda.

Francis no dijo más, porque cuando Arthur estaba observando su reposo, él, con ojos entrecerrados, vio esa expresión, esa que le dolía ver y que presenció por primera vez a inicios de las segunda guerra mundial.

—Esas cicatrices son recuerdos, cosas importantes: de nuestras vidas, y nuestras batallas —suspiró Francia, contra el cuello de Arthur—, y esa en especial, es una que me hace feliz, porque me mostró que soy importante para ti.

Arthur, sorprendiendo a Francis, se movió de su posición, acomodándose sobre Francis, y con ambas rodillas entre sus piernas; Francia comprendió que ese recuerdo aún le inquietaba, y aceptó con una sonrisa, que el dolor de esos recuerdos se olvidan con el roce de sus labios.

Pasando por las marcas dejadas por los siglos.



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Capitulos dedicados como premio a una  personita  <3

Este capitulo es como un extra, y el penultimo de esta serie de shots.

El seiguiente es el ultimo.

Pietà, amore mio [GerIta] [Hetalia]Where stories live. Discover now