XII. Promesas.

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La directora McGonagall los observaba por encima de sus gafas. Había hecho que Harry Potter, Hermione Granger y Draco Malfoy se sentaran, en este mismo orden, delante de la mesa de su despacho. Sin embargo, ella no había tomado el asiento situado detrás de esta, sino que había permanecido de pie frente a ellos, por delante del escritorio.

—Antes de empezar, quiero que los tres me prometan que no saldrá ni una palabra de lo que digamos aquí —les pidió con seriedad—. Entiendo que usted, señorita Granger, tenga más amigos con los que quiera compartir esto, pero no es el momento apropiado. Quizás más adelante.

—Tiene mi palabra, profesora —la chica adoptó un tono solemne—. Lo que digamos aquí, quedará entre los cuatro.

Y obtuvo la misma respuesta de parte de Malfoy y Potter. Con un suave suspiro, la directora posó su mirada llena de sabiduría en los tres jóvenes, pasando por cada uno lentamente.

—No creo que esta noticia vaya a sorprenderle, señorita Granger, pero Greyback no fue a por usted por el señor Potter.

—Lo intuía, aunque no sé por qué —frunció el ceño.

—¿Entonces qué interés tienen en ella? ¿Está diciendo que esto no es por la guerra? ¿Qué no es por Voldemort? —preguntó Harry.

—Eso mismo —asintió la directora—. No tiene nada que ver. Ellos ya no actúan bajo las órdenes del señor tenebroso y este no tiene opción de regresar. Se ha ido para siempre.

—¿Por qué?

Todos entendieron lo que Hermione estaba preguntando y los tres pares de ojos se clavaron en los de Minerva McGonagall. Parecía que aquella situación no era nada fácil para la directora.

—Tiene que abrir la mente, señorita Granger, porque lo que voy a contarle es una historia de hace muchos siglos y no es fácil de asimilar. Y menos para usted.

Hermione Granger puso toda su atención en las palabras de la directora. Ni siquiera sintió la mano derecha de Harry en su pierna ni la intensa mirada de Draco Malfoy en su rostro.

—Todo comenzó, o más bien terminó, con una bruja llamada Janery Granger —comenzó McGonagall—. Es una antepasada tuya que vivió hace unos seiscientos años, más o menos. La cuestión es que era una bruja muy poderosa. Su familia era la encargada de guardar un objeto mágico de gran poder para que no cayera en manos equivocadas. Solo las brujas Granger podían utilizar dicho artilugio. Se decía que solo las obedecía a ellas y que por eso no había nadie mejor en el mundo capaz de guardarlo.

—Profesora McGonagall, debe de haber un error —la interrumpió Hermione—. Todos los miembros de mi familia son muggles, no magos.

—Ahora sí, así es, pero antes no —explicó—. Janery fue la última de su linaje, la última bruja Granger. Después, al parecer, la magia quedó en un estado de hibernación, dormida en las siguientes generaciones, pero allí estaba. Tú has sido la primera y la única que ha conseguido que ese poder vuelva a renacer.

—¿Y dónde está el objeto mágico? —preguntó Malfoy.

—Esa es la cuestión, ¿verdad? —la directora sonrió tristemente—. Nadie lo sabe. Existieron rumores sobre que Janery lo escondió en un remoto lugar al comprender que ninguno de sus hijos ni ninguno de sus nietos iba a poder hacer magia. Así, el artilugio estaría a salvo.

—¿A salvo de qué? —inquirió Hermione—. ¿Cómo va a ser peligroso si nadie excepto los magos del linaje Granger podían utilizarlo?

—Porque esa afirmación era falsa —los ojos de la profesora se clavaron en los de ella—. Janery sabía muy bien que solo un miembro de la familia Granger tenía magia suficiente para contener el poder de aquel objeto. En manos de cualquier otro mago, al artefacto provocaría una catástrofe.

DESTINO  [ Dramione ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora