F I N A L A L T E R N O

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Karamatsu volvía a estar sólo.

Y esta vez, lo deseaba. Ahora sonreía al entender el porqué de estar sólo todas aquellas veces en la camilla de un hospital, siendo atendido por médicos que le preguntaban como si realmente él fuera importante o valiese algo. En aquellos momentos todo le parecía doloroso.

Ahora, no le importaba.

Una sonrisa amarga se formó en sus labios cuando miró por la ventana. Llovía a cántaros, y en el reflejo del cristal podía verse a un chico de pelo negro mirando hacia el cielo con lágrimas que se deslizaban al son de la las gotas de lluvia.

Era triste, y desolador.

Perdiendo el tiempo, sólo alejaba lo inevitable. Miraba como las agujas del reloj avanzaban, torturando a cualquiera que no quería que el tiempo pasara. Que se asustaba con el tic tac que hacían las manecillas al moverse. Como la ansiedad aumentaba con las manecillas del reloj, que se burlaba de él desde lo alto de la pared.

La habitación estaba oscura, como lo estaba su interior. Caminaba por la habitación descalzo, congelándose los pies por puro gusto. Porqué el frío que entraba por la ventana era el único que podía sentir.

No puedes sentir si notaste como tu corazón se detuvo hace tiempo.

Caminó en completo silencio por el oscuro pasillo cuyo final era el lugar donde pondría fin a toda aquella farsa a la que se atrevía a llamar existencia. Porqué ni tan sólo llegaba a ser vida. No si ya estaba muerto.

Su manera de avanzar era lenta y calmada, como si quisiese retrasar lo inevitable. Como si desease que el de rojo le tirase del brazo para evitar el destino fatal que le esperaba con los brazos abiertos.

Pensó en la famosa leyenda del hilo rojo y una sonrisa agridulce se formó en sus labios. Ya sabía quien había al otro lado del hilo del destino, y para su desgracia, no era a quien amaba.

Era la mismísima muerte, que se burlaba de él mientras le señalaba con el dedo índice y reía. Sin embargo, él no dejó de sonreír en ningún momento. Seguía avanzando con la cabeza bien alta, sin echar la vista atrás ni un mero segundo de los que pasaba.

Llegó al famoso lugar y se miró al gran espejo que había en el baño. El cristal era trasparente, tan limpio que podía ver el más mínimo detalle de él en el reflejo. Una perfecta imagen de un chico triste con una sonrisa rota. Dió un suspiro que empañó el cristal y de su bolsillo sacó el gran bote de pastillas que antaño su hermano lo había traído.

Happy Pills.

Aquel nombre sonaba perfecto para completar la ironía de la situación. Lo abrió con cuidado para no desperdiciar ni una de ellas y miró el interior de él. Las blancas y pequeñas pastillas esperaban a la tentación de tomarlas. Agarró un puñado y dejó el bote en la pica del lavamanos.

Contra todo final feliz posible, cambiando todos los estereotipos de los famosos cuentos de hadas y fábulas famosas, nadie llegó a tiempo.

Degustó levemente las pastillas y las tragó sin pensarlo más, antes de poder arrepentirse.

No tuvo que esperar demasiado para que hicieran efecto. Empezó a notar como su cuerpo no mantenía el equilibrio y su vista empezaba a oscurecerse.

Ya conocía la sensación pero... Sabía que esta vez, sería para siempre.

Su cuerpo no notó dolor en absoluto, cosa que sin querer le hizo sonreír. Sin embargo, su corazón se encogió de una extraña tristeza al pensar en el final.

Tienes que dormir, Karamatsu. Ven, duerme.

Sus últimas lágrimas caían por sus mejillas cuando no tenía fuerzas ni para retenerlas o secarlas.

Happy Pills. | Osomatsu-san. Where stories live. Discover now