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Con ese pensamiento se hizo de día, y yo, estaba de pie, junto a Tormento, mucho antes de que todos los hombres estuvieran preparados para marcharnos. Esta vez se me acercó un chico bastante joven

-Señora, le guardé algo para desayunar en el canasto – señaló a su brazo donde llevaba colgado el canasto

-No gracias, no tengo mucho apetito esta mañana.

-Señora, todavía queda un largo día de viaje, debería comer algo.

-No gracias – contesté de mala manera aunque recapacité – cuando tenga algo de hambre te avisaré no te preocupes.

El chico se fue y me dejó sola mientras subía a Tormento. Edgar se acercó a su caballo y sin dirigirme una palabra comenzamos de nuevo el largo camino que nos quedaba.

Hoy no iba junto a él, no tapada con su tartán y no junto al calor que su cuerpo desprendía. Hoy, volvía a estar rodeada de los hombres y sola, encima de mi caballo, mientras el frio traspasaba mi ropa.

Llegó un momento que empecé a temblar pero intenté volver a hacerme con el control de mi cuerpo y que esto no fuera a más como por ejemplo a castañearme los dientes. No fue tan largo el camino, de hecho mientras pensaba en el frio que hacía llegábamos a una muralla. Arriba, se veían banderas con los colores del clan, negro y azul. Alrededor de la muralla había un rio bastante grande, y el puente elevadizo se empezó a bajar cuando nos vieron llegar. Entramos en un patio grande cuyo camino era de piedra y a los alrededores había varias casas cuyo techo era de paja.

A lo largo había una casa muy grande, pero el abrir otro portón que estaba empotrado en otra muralla llamó bastante mi atención. Hubo otra muralla más que protegía la casa de todo lo demás.

Entramos y en el medio del pequeño patio había una fuente enorme. A los alrededores, dejando un camino amplio para que puedan entrar carrozas y carruajes, todo estaba lleno de flores y de árboles. En las tres escaleras que separaban la casa del camino había una mujer mayor pero fuerte por lo que se notaba, en sus brazos una niña rubia cuyos ojos negros llamaban la atención y agarrado de su mano un niño, la pura imagen de Edgar.


Edgar estaba esperando a que me pusiera a su altura mientras rodeábamos la pequeña fuente. Junto con los caballos paramos frente a las escaleras. Edgar bajó y acercándose a mi me ayudó también a hacerlo. Agarrada a su mano, prácticamente fui arrastrada a conocer a la que era mi suegra.

-Madre – habló Edgar mientras le besaba sin soltarme la mano – ella es mi mujer, ahora Elsbeth Hamilton, hija del Laird Steward.

Ella me examinó para después asentir y apartarse, dejando así espacio a Edgar que volvió a arrastrarme en lo alto de las escaleras. Por lo que me explicaron, la mujer al llegar a su nueva casa, debía quedarse un escalón por debajo de su marido mientras este la presentaba, aunque después siempre se pusiera a su altura si este se lo permitía, pero Edgar tiró de mi brazo y tal y como el pretendía, me coloqué en el mismo escalón que él se encontraba. Miré al frente igual que él y vi toda aquella multitud que en ese momento se encontraba presente en ese pequeño patio, aunque también había gente que se quedó fuera e intentaba ver algo por encima o entre las cabezas de los demás.

-Elsbeth Hamilton, mi mujer y vuestra señora que como tal la debéis aceptar y atender.

Volvimos a escuchar vítores de aquellos hombres que viajaron con nosotros mientras los demás, sobre todo las mujeres me miraban con un poquito de recelo unas, y con desconfianza las otras. Volvió a tirar de mi mano y al mirarle entendí que era para pasar dentro. Su madre, todavía con los niños, entró después de nosotros.

La entrada era una escalera con un pequeño balcón arriba, es decir que abajo la escalera de dos lados hacía un pequeño rincón redondo donde en las paredes había un cuadro de una mujer rubia y a los lados unos armarios empotrados en la piedra donde a través del cristal se veían copas bonitas y algunos platos, todo muy bien colocado y limpio. En el medio de aquel rincón una alfombra redonda del mismo color que la de la escalera, azul y un sofá blanco junto a dos sillones y una mesita de café. Edgar y yo nos sentamos en el sofá mientras su madre sin pronunciar palabra dejaba a Juan en un sillón y ella se sentaba a mi lado en el otro junto con la niña. Edgar seguía sujetando mi mano y empezó a hablar.

-El es mi hijo Juan y ella la niña, Vicky

-Victoria – le corrigió su madre – mi difunta nuera decidió ponerle mi nombre después de todo.

-Ella, es mi madre – siguió hablando Edgar – Victoria se llama.

-Encantada de conocerla señora – ella asintió sin decir nada.

-Cariño, las cocineras han preparado haggis, deberíamos cenar algo y descansar – me siguió hablando Edgar a mi, mientras ignoraba a su madre.

Seguía sujetando mi mano mientras pasamos por una puerta que había en un lateral de la entrada. Una mesa grande estaba en el centro del comedor, y por lo que me estaba explicando mi marido, era el comedor familiar, es decir que si no había invitados, muchos invitados, nosotros cenábamos y comíamos ahí. En una esquina del comedor había una puerta. Otras escaleras daban a la parte de arriba y otro balcón había encima de un mueble marrón con más platos y más vasos.

Edgar me llevó a mi sitio, a su derecha mientras el se sentaba en la cabecera de la mesa. Juan en el lado izquierdo, su madre en el mismo lado pero en medio de Juan y Victoria. Pasaron varias doncellas por esa puerta de la esquina con varios platos de haggis, por lo que deduje que eso sería la cocina.

Todos comenzaron a comer mientras yo le daba vueltas a esa masa asquerosa.

-No te gustan? – preguntó mi suegra

-Emmmm, la verdad es que no. – contesté con más seguridad en mi misma

-Pues vas a pasar hambre por que solo han preparado esto. Además una buena escocesa, no puede odiar los haggis.

-Mamá – la advirtió él – cariño, pide lo que quieras, eres la señora de la casa – me habló de forma dulce y suave.

-Me gustaría un poco de queso y fruta – le contesté pero realmente con mi tono de voz le estaba implorando

Sin más miramiento hizo a la cocinera de traer un poco de queso fresco y unas mandarinas. Comencé a comer pero al sentir una mirada sobre mi, estaba incómoda y levanté la vista, miré a la niña que no me estaba examinando a mi, sino que estaba mirando el queso y la fruta mientras dejaba de lado su plato.

-Quieres? - le pregunté mientras le sonreía y ella asintió- pues acércate a mi por favor – la niña sin pensar mucho bajó como pudo de la silla y vino a mi lado. La cogí en brazos y la coloqué encima mio para darle un trozo de queso que ella devoraba gustosamente.

-No puedes cambiar asi por que si la alimentación de la niña – me recriminó mi suegra.

Edgar, que en ese momento miraba hacia nosotras sonriendo, se echó hacia atrás en su silla y suspiró. Endureció la mirada y miró hacia su madre.

-No se lo vas a poner fácil verdad? – preguntó irónicamente

-Pedirle que no cambie las cosas en media hora que lleva en esta casa, no es ponérselo difícil – contestó esta

-Es su casa desde el momento que me casé con ella, y si decide cambiar algo, no lo veo mal. De hecho, voy a pedir queso con fruta para nosotros también.

-Yo seguiré cenando haggis, gracias. – contestó esta malhumorada

-Madre, tu no estabas mala? – preguntó él mientras ella se hacia la loca sin contestar – o eso me dijiste en la nota que enviaste

-Te quería hacer volver a casa, ya estaba bien de estar por ahí.

-Estaba en casa de mis suegros – contestó el que ahora echaba chispas

-Follarte a tu mujer en casa de tus suegros no es estar con ellos

Yo me quedé alucinando con lo que ella dijo, de hecho no me lo esperaba de ninguna persona, pero lo que más me sorprendió fue la reacción de Edgar.

2.Elsbeth- Saga BethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora