Capítulo II: Sorpresa

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La noche se había dejado caer en Kvitingan, una ciudad al pie de las montañas del norte de Erinnere, y la luna llena iluminaba más que todas las antorchas colocadas a través de las adoquinadas calles y callejones de la urbe. A diferencia de las aldeas dentro de las montañas, las construcciones eran de piedra y bastante más sólidas que las casas de madera que Astrid, una joven viajera que dejó su pacífica vida de campesina en Aardal, la aldea más alejada de Erinnere, había visto durante su travesía. Por azares del destino, la muchacha terminó vagando por un callejón estrecho y poco iluminado de la ciudad.

A pesar de la oscuridad, muchas personas caminaban a paso apresurado por las calles de la atareada ciudad, que normalmente es un punto de encuentro entre diversos poblados cercanos y goza de una gran actividad comercial. Una gran torre de piedra se erguía a los lejos, dando a entender que la Cruzada Divina se encargaba del orden y la seguridad del lugar.

Astrid caminó lentamente a través del callejón, para luego sentarse sobre un balde vació que divisó en las cercanías. Su rostro lucía notablemente cansado y pálido debido a la fatiga que sufría. Desde su boca, una dulce voz se hizo escuchar en la soledad de la noche.

— Quien diría que mi primera gran aventura terminaría así, tengo tanta hambre... —se lamentó la muchacha mientras acariciaba su barriga con una voz a punto de quebrarse—. Tal vez tenía razón después de todo, madre... no sé cuidarme sola.

Dicho esto, abrazó su mochila y rompió en un silencioso llanto, debido a la impotencia que sentía en aquel momento.

Sin embargo, un ruido la distrajo de su lamento y la alarmó de forma inmediata: en las cercanías de donde se encontraba, un grupo de hombres bebiendo a cántaros acababan de romper una botella mientras reían sonoramente. Astrid se sobresaltó ante el ruido del vidrio quebrándose, respingando de forma automática. Esto llamó la atención de los hombres que se encontraban cerca y uno de los hombres se acercó tambaleante hacia donde ella estaba, mientras Astrid estaba paralizada, debido a una mezcla de miedo y fatiga que sentía en aquel momento.

— ¿Qué sucede, primor? —preguntó el evidentemente borracho sujeto, cuyo aliento no tardó en llegar al rostro de Astrid. Lo que no hizo más que aumentar su nerviosismo ante la situación. Al ver que se trataba de una mujer, los otros hombres no tardaron en aparecer junto a la joven.

— Está llorando... —dijo otro de los hombres, cuya nariz era bastante grande—. ¿Creen que la haya dejado su novio?

— Debió ser el imbécil más grande del reino para haber abandonado a una belleza como esta—exclamó un tercer tipo, mientras movía sus gruesas cejas—. Pero nosotros podemos ser su consuelo, ¿no creen?

Los tres sujetos rieron al mismo tiempo que tomaban a Astrid de sus brazos. Astrid forcejeó y pateó para tratar de escapar del lugar, pero los hombres eran más fuertes que ella y, a tirones, la forzaron a acompañarlos a una casucha cercana que parecía abandonada hace bastante tiempo.

— ¡Socorro! ¡Que alguien me ayude! —gritó Astrid, pero fue rápidamente acallada por un puñetazo en el rostro que provocó un intenso dolor y sangrado en su nariz, manchando su blusa y dificultándole la respiración. Otro de los hombres dio un jalón a su cabello color chocolate, para entonces susurrar a su oído.

— No intentes nada, perra, o esto saldrá muy mal para ti —. A continuación, abrieron la puerta, pero un ruido tras ellos los hizo detenerse por unos instantes.

— ¡Deténganse ahora mismo, infelices! —exclamó una voz femenina con bastante autoridad. Los hombres voltearon bruscamente en búsqueda de aquella molesta voz y vieron a una hermosa joven, que no sobrepasaba los veinticinco años, mirarlos de forma despectiva, mientras la brisa nocturna acariciaba su cabellera que caía desordenadamente hasta sus pronunciadas caderas. Su postura firme y ojos azules penetraron firmemente en la vista de Astrid, intimidándola por unos instantes.

— ¿Cuál es su problema, señorita?, ¿Para qué tanta violencia? — preguntó burlonamente uno de los hombres, mientras volvía a jalar el cabello de Astrid, causando que sus ojos color ámbar se llenaran de lágrimas y que la mujer apretase los dientes con furia. Luego de sonreír ante la reacción de la joven, agregó—. ¿Está acaso usted celosa de no tener tan buena compañía masculina?

Las carcajadas de sus acompañantes no se hicieron esperar, lo que causó que la mujer lanzara su mochila al suelo y se acercara decidida hacia donde estaba el grupo.

— Sí, tal vez esté celosa —respondió de forma irónica y sensual, llevando sus manos a la cintura—. Veo que ustedes tienen muchas ganas de divertirse y, coincidentemente, llevo bastante tiempo sin pasar un buen rato con un hombre... ¿Qué tal si dejan a esa pequeña y disfrutan de una mujer de verdad?

Los sujetos quedaron hipnotizados ante el provocativo tono de voz de la mujer y más aún cuando esta señaló sus abultados senos. Aprovechándose de este descuido, la joven desenfundó a gran velocidad una espada que ocultaba a sus espaldas y con ella perforó uno de los hombros del sujeto de las grandes cejas, para luego golpear la enorme nariz de otro de los hombres, con el mango de su espada, haciéndolo sangrar profusamente. Al verse amenazado, el tercer hombre se alejó un par de metros, liberando a su prisionera en el proceso.

Astrid aprovechó la confusión para escabullirse entre los luchadores, correr tan rápido como sus piernas le permitieron y alejarse del callejón en el que había entrado. El hombre que se había alejado del grupo, cuyo ojo derecho tenía una gran cicatriz, tomó un hacha de mano desde su cinto y la lanzó a toda velocidad contra la joven, quien desvió el hacha con su espada y corrió a atacarlo. Rápidamente, el tuerto tomó un martillo de herrero que había cerca suyo y contuvo el furioso ataque de la espadachina, para luego repelerlo con mucha fuerza y contraatacar. La mujer esquivó los ataques con mucha agilidad, a su vez, punzaba las extremidades de su oponente cada vez que este dejaba un flanco abierto, provocando heridas que supuestamente reducirían su movilidad, pero para su sorpresa, este no parecía retroceder.

Repentinamente, el hombre de la nariz sangrante sorprendió a la joven por la espalda y la aprisionó del cuello, mientras ella trataba de soltarse. El hombre del martillo golpeó el brazo derecho de la mujer, provocando que ella soltase su espada al tiempo que daba un grito por el dolor. La espadachina observó a su oponente con furia mientras este se acercaba.

— Tienes un rostro muy hermoso para ser tan problemática, maldita perra —exclamó el hombre de la cicatriz, mientras tomaba violentamente el mentón de su nueva prisionera.

— Por tu forma de tratarme, veo que nunca has logrado intimar con una mujer por algún otro medio que no sea la fuerza... —respondió la joven sonriendo burlonamente—. Observando tu rostro con más detalle me doy cuenta del porqué.

Los compañeros del mencionado dejaron salir una carcajada sonora, provocando que el aludido abofeteara a la mujer y tomara su cabello muy violentamente, acercando su rostro al de él. El hedor alcohólico que salió de la boca del hombre irritó a la prisionera.

— ¡Pedazo de mierda! ¡Te metiste con nosotros y lo pagarás con tu cuerpo! ¡Terminarás como un estropajo sucio! —exclamó el hombre. Entonces, tomó una navaja de su cinto y cortó el vestido de la joven sin la más mínima delicadeza. Ella no mostró ni un ápice de miedo, ante lo que se hacía inevitable hacia su persona.

La joven buscaba en su mente alguna forma de liberarse de sus captores, pero para su sorpresa, los cabellos y ropas del hombre que la tenía inmovilizada comenzaron a incendiarse. Sin dejar que su suerte la distrajese, aprovecho esta situación para liberarse de la llave que la sujetaba, dar un rodillazo a gran velocidad en el mentón a quien pretendía abusar de ella, noqueándolo al instante, y recuperar su espada. Mientras que el hombre, que había sido herido en su hombro momentos atrás, trataba de apagar, con el brazo que aún le funcionaba, las llamas de su compañero, quien rodaba desesperadamente por el suelo.

La mujer sintió un jalón en su mano, al voltear vio a Astrid con un rostro afligido.

— ¡Salgamos de acá, señorita! —exclamó Astrid, sin soltar la mano de la mujer.

— ¿Acaso tú prendiste fuego a aquel infeliz? —preguntó extrañada la joven sin mirar a Astrid, ya que permanecía atenta a los hombres que seguían gritando.

— Es una historia complicada... pero juro que no tengo idea de cómo lo logré, señorita —respondió Astrid, muy nerviosa—. Por favor, salgamos de aquí.

La joven observó a Astrid yasintió en respuesta, entonces, y luego de recuperar sus pertenencias, ambashuyeron del lugar, mientras los gritos de los hombres alarmaban a los vecinos,quienes comenzaron a formar un tumulto dentro del callejón.

Astrid: La búsqueda (Preview)Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum