No eres humano si no has cubierto tus manos en sangre, me dijo una vez alguien, si no has sentido el verdadero dolor; ya sea de perder a un ser querido, o perder una parte de tu cuerpo, o simplemente el hecho de sentir agonía hasta la muerte.
No me sentía humana, hasta que llegué a mis límites, mi cordura se lanzó del borde y mi alma yacía en algún otro lugar, mientras mi cuerpo vagaba en las calles sin sentimiento alguno.
La ciudad estaba iluminada, mas yo no era más que oscuridad. Y él, con inocencia y pureza, tomó mi cuerpo ignorando cada una de las espinas que se clavaban en sus dedos y curó mi alma, sacrificando la suya.
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