1. Los secretos del bosque

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Miriam no se arrepentía de haber tenido a Emma. Había sido duro, todavía lo era, el hecho de criarla sola. Pero era lo mejor de su vida. De lo que tal vez se arrepentía un poco era de la elección del colegio. Era el que más cerca le quedaba de casa, y el colegio estaba muy bien. El problema era que la hija de Amaia iba al mismo, y concretamente, a la misma clase que Emma. Ya era casualidad que la chica viviera en su barrio, a su misma edad hubiera decidido también tener una hija sola y encima matricularla en ese colegio. Lo peor es que encima, sus hijas eran amigas.

Miriam nunca había pensado que fuera una persona gafe, hasta que el primer día de parbulario se la encontró en la puerta del colegio con una niña cogida de la mano. Desde entonces, su mala suerte respecto a eso, solo hacía que empeorar.

Amaia siempre estaba en todas partes. En las reuniones del ampa, en las fiestas de cumpleaños de los niños, en las quedadas que organizaban los padres, hasta en el mismo puto parque donde iba ella. Miriam había cambiado de parque por lo menos cuatro veces, diciéndole a Emma que era bueno conocer otros ambientes y relacionarse con otros niños. Se sacaba excusas de la manga con tal de huir de esa chica, pero es que la cabrona siempre aparecía por algún lado.

Al final desistió y volvió al parque de siempre, lo que hizo que Amaia dejara de recorrer parques y se quedara también en ese. Qué casualidad. Estaba segura que lo hacía a propósito para sacarla de sus casillas. Se mostraba muy simpática y educada delante del resto de padres, pero si alguna vez se habían quedado a solas, la miraba mal y le hacía comentarios despectivos. Y Miriam no podía hacer más que rodar los ojos y ignorarla, porque sino, educando a su hija como lo hacía, desde el respeto, la tolerancia, la paz y la amistad, ¿cómo le explicaba que se había puesto a tirarle de los pelos a la madre de su mejor amiga?

No. Miriam se controlaba. Como siempre había hecho. Como tendría que seguir haciendo hasta que su hija acabara la primaria en dos años. Y realmente esperaba que después de eso, no coincidieran en el mismo instituto.

El instituto. Miriam y Amaia se odiaban desde entonces. Habían ido al mismo, y siempre fueron de grupos enfrentados. Siempre se estaban peleando. Pero no eran peleas absurdas o tonterías de adolescentes. No. Miriam y Amaia se peleaban a lo bestia. Habían llegado a pegarse, a tirarse de los pelos, a tirarse la escobilla del váter a cara, ponerse pasta de dientes en el pelo, tirarse la comida y acabar tirando la bandeja entera a la cabeza de la otra, se pegaban con las cuerdas, con las raquetas, los bates de béisbol en Educación Física. Se hacían putadas de las grandes, como hacer el cambiazo en un exámen mal hecho y poner el nombre de la otra, o mear en una botella de agua que más tarde la otra se bebería y acabaría vomitando en medio de clase. Habían llegado a estar expulsadas más de una vez. Pero a ellas no les importaba, porque cuando volvían, de nuevo se puteaban tanto como podían.

Amaia y Miriam se odiaban desde el instituto, y lo seguirían haciendo hasta el día que murieran. Aunque no supieran ni por qué.

-¿Mami, has cogido el spray de los mosquitos? –preguntó Emma desde el comedor.

-Sí. –contestó Miriam mientras cerraba la maleta. –Ya está todo.

-No, no está todo. –dijo la niña, acordándose de algo y corriendo hacia su habitación. Volvió enseguida. –Faltaba Leonie. –dijo, con su peluche de león en la mano.

Miriam rodó los ojos, pero se le escapó una sonrisa.

-¿De verdad te la vas a llevar?

-No puedo dormir sin ella.

-¿Y si se pierde?

-No se perderá, te lo prometo. –puso puchero para intentar convencer a su madre.

Love Me Good, Hate Me BetterWhere stories live. Discover now