2. En el fondo del lago

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-Nos hemos perdido. –suspiró Miriam.

-Que no, que seguro que el camino está por aquí.

-Sí, por aquí, ¿pero dónde?

-Ay, Miriam, no lo sé.

-Pues entonces, estamos perdidas.

Se apoyó en un árbol, mientras Amaia miraba a su alrededor.

-Bueno, al menos tenemos comida. –dijo la chica, cogiendo una mora del cesto y metiéndosela en la boca.

-¿Quieres dejar de comer eso? –se indignó la gallega. –Son para la actividad.

-Bueno, tendré que comer algo, ¿no? –dijo Amaia. –Ya bastante tengo con estar perdida contigo, solo me falta morirme de hambre.

-Eres una exagerada. –resopló. –Además, si te hubieras comido la comida en vez de tirármela por encima, ahora no tendrías hambre.

-Si ti hibiiris cimidi li cimidi... –le hizo burla la otra, moviendo los brazos exageradamente.

-Ugh. –resopló Miriam. –Dame el puto mapa.

-Dimi il piti mipi.

-¿Quieres parar?

-¿Qiiris pirir?

Miriam suspiró de nuevo, intentando controlar sus ansias de arrancarle la cabeza y tirarla al lago. Se acercó a ella y le quitó el mapa de la mano, bruscamente.

-Sí, ahora encima cárgate el mapa. –dijo Amaia.

-Piérdete, por dios.

-Ya lo estoy. Lo estamos. Y no sé que pretendes con el mapa, si no lo hemos entendido esta mañana.

-Mira Amaia. –dijo seriamente. –Está empezando a oscurecer y no me apetece dormir aquí en medio, así que estoy intentando situarme. Si tú ayudaras en vez de comerte todas las putas moras, quizá conseguiríamos algo.

Amaia la miró sin decir nada, comiendo otro de los frutos del cesto.

-A ver... –dijo acercándose a ella. -¿Dónde está el lago?

-No lo sé. ¿Tú lo ves? Yo tampoco.

-Pues lo llevamos claro, yo sin el lago no me puedo orientar.

-Pues genial. –dijo devolviendo el mapa a Amaia, frustrada.

Se empezó a recoger el pelo para hacerse un moño, y la otra chica no pudo evitar quedarse embobada mirando sus movimientos. Miriam era preciosa. Siempre lo había sido. Desde el primer día que la vio, con 12 años, lo supo. Y durante toda la secundaria estuvo intentando negárselo a ella misma. Hasta aquella noche, cuando todo se descontroló y no pudo hacer otra cosa que aceptarlo.

-Amaia. –la llamó Miriam, sacándola de su trance.

-¿Qué?

-¿Qué hacemos? –preguntó, desesperada. –Está anocheciendo, no hay nada de cobertura aquí en medio... ¿Qué coño hacemos?

Amaia se encogió de hombros, mientras seguía comiendo moras.

-¿Puedes parar ya de comer? –Miriam se acercó a ella, quitándole el cesto de las manos con rabia. –Esto es serio.

Love Me Good, Hate Me BetterWhere stories live. Discover now