19 - La apuesta

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Entre Saúl y Altagracia siempre había sarcasmos. Pero esta vez no Saúl no lo usó como un ataque. Ese beso hizo que ellos se sintieran distintos.

_ Sí, mi doña. Jamás volverá a pasar... a menos que quieras. - dijo con una leve sonrisa de victoria enfatizando el hecho de que el beso fue consentido.

_ ¡Eso es precisamente lo que dije! Esto nunca se repetirá. - Altagracia fingió no entender.

_ ¡Jamás! - Él repitió casi en un susurro sonriéndole. - Te amo, Altagracia. ¡Te amo! - No pudo resistirse a declarar su amor por ella. - Y estoy seguro de que te amaré por toda la vida.

_ Me voy a mi habitación. ¡Con permiso!

Altagracia se volvió a tomar el pasillo que daba en las habitaciones, pero él agarró su mano estremecéndola. Ella pensó que él volvería a reclamarle que le dijera el lugar en donde había estado hasta tan tarde, pero él miró su mano, miró a sus ojos y le dijo:

_ Buenas noches, amor.

Ella soltó delicadamente su mano y le sonrió rápidamente. Le gustó oírlo decirle amor.

Estaba muy confundida y perturbada con ese contacto. En un día común, jamás se habría dejado ver tan vulnerable por Saúl y mucho menos lo habría besado. Pero en aquel día que había acompañado a Sofía durante una fiebre alta se sentía inexorablemente susceptible a él y con palabras tan dulces, tan llenas de amor...

Al entrar a su habitación se sentó en su cama sintiendo que dentro de sí todo estaba enrevesado, caótico. ¿Lo amaba? ¡Por supuesto que sí! Pero este amor no sería posible, ella no podía perdonarlo, no conseguiría. Lo que le hizo Saúl era imperdonable, pero, a veces, a veces el amor parecía palpable y, en esos momentos, se sentía totalmente confundida. Le daba miedo pensar que podría entregarse a él sí Saúl insistiera.

Saúl entró a su habitación y tuvo el impulso de ir hasta la puerta que lo conectaba con el cuarto de Altagracia que seguía cerrada a llave. Esa misma cámara nupcial en la que ella lo había humillado hace unos días. Se apoyó en la puerta como intentando oír algún sonido de dentro de su cuarto, como tratando de agarrar aquel olor de lavanda que había quedado impregnado en él después de besarla.

Comprimió su labio superior sobre el inferior y cerró los ojos. Quería el perdón de Altagracia, lo necesitaba para vivir. La verdad es que su historia estaba llena de dolor, humillaciones, abandono, pero su sueño era recuperarla. Ya no podía vivir sin recuperar su amor y su respeto.

***

Cuando Saúl llegó de la repartición, la tarde siguiente, la casa ya estaba totalmente preparada para la reunión de aquella noche. Altagracia había organizado pocas reuniones sociales, pero era extremadamente hábil en todo a lo que se proponía.

Él se extrañó que ella hubiera podido organizar todo tan perfectamente especialmente porque por la mañana, cuando salió hacia el trabajo, ella no estaba en la casa, había ido a otra de aquellas salidas misteriosas que tanto lo intrigaban.

Sin embargo en medio de la tarde, cuando llegó del trabajo, la casa estaba impecable. No perdía en nada para la decoración y organización de ninguna de las reuniones sociales de personas ricas que había frecuentado en la corte. Se encontró con Altagracia en la sala arreglando una maceta de flores. Ella lo saludó como si nada hubiera pasado:

_ Saúl, que bueno que llegas. Quiero pedirte una cosa.

_ Sabes que, en se tratando de mí, tú no pides, mi Doña, lo mandas. - El sarcasmo no podía dejar de aparecer.

_ He pedido un esmoquin francés para ti. Por suerte llegó esta mañana. ¿Serías tan amable de usarlo esta noche?

_ Perdóname Altagracia, pero prefiero usar uno de mis trajes.

Marido Comprado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora