CAPÍTULO V

133 2 0
                                    

  Al cuarto día llegó el astrólogo procedente de su vieja torreruinosa del fondo del valle, donde, según yo creo, supo la noticia.Conversó en secreto con nosotros, y le dijimos lo que pudimosdecirle, porque nos inspiraba gran terror. El hombre se quedó un ratomeditando y meditando para sus adentros; luego preguntó: 

—¿Cuántos ducados visteis vosotros? 

—Mil ciento siete, señor. 

 Entonces él, como si estuviera hablando consigo mismo, dijo: 

—¡Qué cosa más curiosa! Sí, es una cosa por demás curiosa. Unacoincidencia rara. 

Acto seguido comenzó a hacernos preguntas sobre todo lo que yahabíamos hablado, y nosotros le contestamos. De pronto dijo: 

—Mil ciento seis ducados. Es una fuerte suma. 

—Siete—dijo Seppi, rectificándole. 

—¿Siete, decís? Desde luego que un ducado más o menos notiene importancia; pero antes dijisteis mil ciento seis. 

Nosotros no podíamos contestar sin peligro que se equivocaba,pero estábamos seguros de ello. Nicolás dijo: 

—Perdónenos usted el error, pero quisimos decir siete. 

—No tiene importancia mocito; lo dije nada más que para quesupieseis que yo me había fijado en esa diferencia. Han pasado variosdías y no es de esperar que os acordéis con exactitud. Esasinexactitudes pueden darse fácilmente cuando no existe ningúndetalle especial que ayude a grabar en la memoria la cuenta deldinero. 

—Pero lo hubo, señor—dijo Seppi ansiosamente. 

—¿Cuál fue, hijo mío?—preguntó el astrólogo, simulando no darleimportancia. 

—En primer lugar, todos nosotros contamos los montones dedinero, uno después de otro, y todos coincidimos en la mismacantidad: mil ciento seis. Pero yo, por broma, había dejado caer unducado al empezar el recuento, y cuando terminó, lo volví a colocarcon los demás, y dije: «Creo que nos hemos equivocado. Son milciento siete; volvamos a contarlos». Así lo hicimos, y, desde luego, yoestaba en lo cierto. Los demás se quedaron asombrados; entoncesles dije lo que yo había hecho. 

El astrólogo nos preguntó si era cierto, y le dijimos que sí. 

—Eso deja decidida la cuestión —dijo—. Ya conozco ahora alladrón. Mocitos, aquel dinero había sido robado. 

  Acto continuo se marchó de allí, dejándonos muy turbados, ypreguntándonos qué significaría aquello. Lo supimos alrededor de unahora después; para entonces había corrido ya por toda la aldea lanoticia de que el padre Pedro había sido encarcelado por robar alastrólogo una gran suma de dinero. Todas las lenguas andabansueltas y activas. Aseguraban muchos que un acto semejante nocorrespondía al carácter del padre Pedro y que, con seguridad, setrataba de un error; pero los demás movían a un lado y otro lascabezas diciendo que la miseria y la necesidad eran capaces dearrastrar a un hombre a casi cualquier cosa. Sobre un detalle noexistían diferencias; convenían todos en que el relato que habíahecho el padre Pedro de la manera como el dinero había llegado a susmanos era completamente increíble; aquello resultaba imposible detoda imposibilidad. Encontrar dinero de aquella manera era cosa quepodía ocurrirle al astrólogo, ¡pero jamás al padre Pedro! 

  Nuestro crédito empezó ahora a padecer. Éramos los únicostestigos del padre Pedro. ¿Cuánto nos habría pagado, probablemente,para que respaldásemos su fantástica invención? La gente nosinterpelaba de ese modo con toda libertad y despreocupación, ycuando nosotros les decíamos que nos creyesen que sólo habíamoscontado la verdad, nos dirigían toda clase de burlas. Quienes peornos trataban eran nuestros padres. Decían éstos que estábamosdeshonrando a nuestras familias; nos ordenaban que nos purgásemosde nuestra mentira, y cuando nosotros insistíamos en que habíamosdicho la verdad, su irritación no conocía límites. Nuestras madres nosabrazaban llorando y nos suplicaban que devolviésemos el dinero delsoborno, para recuperar el honor de nuestro nombre y salvar anuestras familias de la vergüenza, dando la cara y confesandohonradamente. Por último, llegamos a sentirnos tan aburridos yacosados, que intentamos referirlo todo, incluyendo a Satanás y suscosas; pero no, nos salían las palabras. Durante todo aquel tiemponosotros esperábamos anhelábamos que viniese Satanás nos ayudasea salir de nuestros apuros; pero por ninguna parte se advertía señalalguna de él.

El Forastero Misterioso.Where stories live. Discover now