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  Le dio con el puño al manubrio de la chatarra que conducía y se estrujó la cara. No podía creer que había perdido esos papeles. La doctora Hange lo mataría mañana.  Esto de seguro le costaría el trabajo en ese hospital. Tal vez debió hacer caso a su padre y trabajar en el negocio familiar. Eso sería dar su brazo a torcer, pero si era la única opción no tendría de otra que volver a casa con el rabo entre las piernas. La simple idea de eso le hacía fruncir el rostro.

  Además su humor no mejoraba con el tremendo embotellamiento que había en las calles a esa hora. Avanzaba algo así como diez metros cada veinte minutos, con suerte. Sólo esperaba que a su vecino no se le ocurriera hacer otra fiesta en mitad de la semana o él personalmente subiría y cortaría todos los cables de audio que hubieran en ese lugar sin importarle ningún reclamo o mala cara. No tenía los ánimos de soportar a nadie.

  La noche estaba viva. Había gente paseando por todos lados. Los colores de la ciudad y sus luces eran cegadores. Los bares y sus luces neón en grande invitaban a los jóvenes a beber y drogarse. Bendita juventud.

  Quedó parado en una esquina y se puso a tararear y tamborilear con las manos contra el manubrio la canción que sonaba aberrada por la mala señal de su radio, tratando de que el mal humor no lo pillara y lo hiciera gritar de frustración. Le dio un manotazo a la radio para ver si así dejaba de chicharrear, pero eso no pasó. La gente pasaba hablando por sus teléfonos, riendo, otros tomado de las manos y a él le gustaba observarlos de lado a lado. Cuando siguió con la mirada a una pareja de la vereda derecha a la vereda izquierda, junto a donde él estaba, una cabellera rubia llamó su atención. De no haber sido por ese tono de piel con un leve bronceado veraniego no la habría reconocido, pero lo hizo.

  Sus ojos se abrieron ante la sorpresa de la situación y si hubiera tenido que hablar, de su boca no hubieran salido más que unos balbuceos estúpidos, un dejavú dio un paseo por su mente y se fue tan rápido como vino. La luz había dado verde para él y por alguna razón no deseaba avanzar o sus pies no lo permitían y tampoco le importaba el hecho de que los demás conductores le tocaran la bocina enfurecidos. No podía dejar pasar esto.

  Cuando se hubo calmado, bajó la ventanilla del auto. Ella no parecía tener intenciones de moverse de ahí. En cambio, se movía igual que si llevara puestos audífonos y estuviera sonando una vieja canción de Aerosmith, sus brazos flotaba en el aire y ella tenía una sonrisa ladina en sus rosados labios. Era como una versión más bronceada y sencilla de Alicia Silvertone en "crazy", sí, algo así.

Notó en su pierna derecha una liga blanca con una rosa del mismo color. Un detalle sencillo y dulce.

  —¡Hey!— se animó a gritar Eren por la ventanilla sin poder quitar la sonrisa de sus labios.

  Ella pareció no oírle, demasiado ensimismada en su pequeño show por lo que volvió a hacerlo, con más fuerza. No le importaba en lo más mínimo los insultos que le lanzaban los demás conductores porque ella había girado, podían pasar por arriba si deseaban. Lo estaba mirando y se sorprendió un poco también, pero se acercó de todos modos al auto, inclinándose sobre el bordillo de la ventana.

  —Hola, ¿tienes algo que hacer?— musitó Eren, un poco más entusiasmado de lo que debería.

  Ella le sonrió y él supo que también estaba sorprendida de verle.

  Parecía que las palabras le salían un poco más bajas de lo que en verdad deseaba, pero si la alzaba y mostraba su verdadera felicidad probablemente la asustaría.

  —No.— respondió ella sonriendo de vuelta. Su ojos celestes se notaban vivos, pero había algo dentro que no dejaba a Eren ver a la mujer que él había conocido años atrás.

"My little Versailles"» Eren Jaeger.Where stories live. Discover now