Prólogo

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Dicen que cuando estás enamorado tu cuerpo te lleva a tal nivel que pierdes el control de ti mismo. Otros aseguran que se roza la locura, que haces por esa persona cualquier cosa y antepones su felicidad a la tuya.

En este caso, yo antepuse su vida a la mía.

El impulso ganó la batalla entre lo que debía hacer y lo que no. Prefería morir esa misma noche antes que vivir condenada a una vida sin él.

Cuando apretó el gatillo, lo último que vio fue mi cuerpo interponerse entre esa bala y él.

Mi cuerpo cayó tan pronto la bala atravesó mi piel. Mi corazón tomó una marcha vertiginosa al ver las expresiones de sorpresa de los allí presente. Miré hacia abajo, hacia donde mi cuerpo ardía y dolía como si me estuviesen hundiendo clavos oxidados. La tinta roja de sangre comenzó a expandirse a la velocidad de la luz sobre la tela de mi ropa. Llevé la mano a la zona que sangraba en un pésimo intento por detener la hemorragia, pero al comprobar las palmas de mis manos llenas de mi propia sangre, el pánico hizo mella en mí, paralizándome.

Mis ojos buscaron con urgencia los suyos, estos me miraban con miedo y dolor, como si fuese protagonista de una de sus peores pesadillas.

Una pesadilla que se había hecho realidad.

Medio cuerpo lo sentía adormecido. Estaba mareada, aturdida. Sentía que mis párpados pesaban. Era casi imposible mantenerlos abiertos.

Dos figuras que forcejeaban.

Un disparo.

Silencio.

Y todo se volvió negro.

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