Me sentía libre, me hacía tropezar a sabiendas de que caería, pero me hacía ser libre, ser yo. Con todos mis fallos, en mi caos personal y destructivo. Yo en estado puro e impuro. Tolerante, con la cabeza en la luna menguante del séptimo cielo.
Con la caída a mis espaldas mientras me sujetaba al viento huracanado que soplaba tras mi nuca.
Yo era la dueña de mis propios fallos, de mis palabras torpes e hirientes cuando la lengua se me hacía cuchillo, arma blanca de doble filo.
Mis errores eran mios, sólo mios, desataba el nudo de miles de gargantas para volver a enrredarme en el.
Me desnudaba en todas las metáforas que sonrojadas iba acumulando en cada estrella casi muerta, renaciendo de una supernova que eclosionó en el cielo violeta donde todos los locos iban a perder el norte.
Y no contenta con toda esa libertad que casi no cabía en mis endebles y desnutridas manos, decidí arrancar cada una de las plumas que me pinchaban mi caparazón sangriento.
Músculo del amor que sin sentido tiene la razón acostándose con el cada noche, compartiendo cama, con el inconformismo de quien soñó con ser ave y acabó siendo rana.
Rebeka V.
