Prólogo

27 6 1
                                    

1980 Habana, Cuba

Manuel Díaz fumó su cigarro Cubano mientras veía el sol ocultándose en el horizonte, disfrutando lo que quedaba del calor que iba a dar antes de que la tierra girara sobre su eje y lo hiciera brillar y dar calor al otro lado del mundo. La suave y cálida brisa sopló suavemente sobre su piel besada por el sol. El hombre de treinta años tenía líneas de expresión en la frente y en la esquinas de sus ojos marrones. Su corto cabello castaño y rizado se estaba volviendo gris a medida que envejecía. Usó sus pies para balancearse suavemente hacia adelante y hacia atrás en su vieja y desgastada silla de madera sobre el viejo balcón pintado de un amarillo desvaído que ahora parecía gris debido al clima. Levantó la mano se sacó el cigarro de la boca y dejó que el humo saliera al aire, viendo cómo la nube se desvanecía en el viento antes de volver a llevárselo a la boca.

El hijo de diez años de Manuel, Santiago, estaba sentado en el piso frío dentro de la sala chiquita, jugando con sus soldados verdes rotos que eran las únicos juguetes que su familia podía comprarle para que se pudiera entretener a él cuando no estaba en la escuela. Bueno, no lo compraron exactamente. Lo tomaron cuando el tipo no estaba mirando cuando salieron al mercado, algo que pasaba a menudo en la isla. Tenía el mismo cabello oscuro y rizado que su padre y los mismos ojos color chocolate. Su incisivo lateral izquierdo se había caído hace unas semanas y lentamente comenzó a crecer nuevamente. Sacudió sus sucios dedos de los pies mientras sentía la hormigueante sensación de que sus pies se estaban quedando dormidos, pero no se molestó demasiado con eso. Le sucedía a él cada vez que jugaba con sus juguetes, así que no se molestaba con eso.

Suspiró antes de comenzar a sacudir su pierna lamentando dejar que su pie se durmiera al instante. Hizo un puchero y dejo de moverlo cuando comenzó a sentir un hormigueo tanto que le dolió mover su pie. ¿Por qué se hizo esto a sí mismo? Tal vez fue la pereza o tal vez fue algo más. Mientras esperaba que los hormigueos pasarán, volvió a jugar con sus juguetes sabiendo que si hacía ruido irritaba a su padre que se enojaba rápido.

Francisca Díaz irrumpió dentro de la pequeña casa y pasó a su hijo, que todavía estaba en el suelo, yendo directamente al desgastado balcón donde su esposo la miró por la esquina de su ojo antes de volver a ver la vista en el horizonte. Ella tenía una mirada grave en su hermosa cara envejecida. Al igual que la mayoría de los cubanos, era mulata de cabeza hasta los pies y tenía el cabello largo, oscuro y rizado que había atado en un moño para mantenerlo fuera de su cara en el trabajo.

"¿Qué pasó?" Manuel preguntó mientras fumaba de su cigarro y tiraba las cenizas al piso ensuciando aún más el balcón, algo que molestaba a Francisca incondicionalmente, pero ella tenía otras cosas en mente en ese momento que estar enojada por un pequeño montón de cenizas de cigarro en su balcón. Abrió la boca para hablar, pero el sonido de unos pasos marchando hicieron mirar los dos hacia abajo y Manuel se puso de pie repentinamente maldiciendo. Los hombres de Fidel estaban aquí. Necesitaban llevar a Santiago a un lugar seguro mientras manejaban la situación. "Santiago, ven aquí."

"¿Que paso, Papi?" Preguntó Santiago mientras se levantaba y se paraba en la puerta del balcón, apretando sus juguetes con fuerza, su corazón acelerado pensando que había hecho algo mal y que ahora iba a meterse en problemas.

"Quiero que tu vayas a la casa de la vecina, Maria, y te escondas ahí. Qué no te vean los soldados." Manuel dijo apuntando su cigarro a su hijo, quien asintió rápidamente y se puso sus sandalias antes de salir corriendo de la casa usando la puerta secreta de atrás hacia la casa de su tía. Bueno, ella no era realmente su tía sino su madrina a quien él consideraba su tía. Manuel se sentó rígidamente en su silla sin mirar a su esposa. "Actúa como si nada está pasando y prepara la comida."

Francisca asintió y fue a la cocina a preparar la cena.

"¿Santiago?" María preguntó sorprendida mientras miraba al pequeño y flaco chico que aún apretaba fuertemente los juguetes con los ojos llorosos. La mujer de mediana edad miró por la ventana y vio a los soldados tumbando la puerta de los Díaz y se cubrió la boca con su mano, sus ojos se agrandaron mientras miraba la escena enfrente de ella. "No."

El Sicario CubanoTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang