5. El pájaro rompe el cascarón

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  El pájaro de mi sueño se puso en camino, en busca de mi amigo. Del modo másextraño me llegó su respuesta.Un día, después del recreo, encontré en clase, sobre mi pupitre, un papel metido enmi libro. Estaba doblado como era costumbre entre nosotros cuando los compañeros seenviaban recados secretos durante la clase. A mí me sorprendió que alguien memandara uno, pues yo no mantenía esta clase de comunicación con ningún compañero.Pensé que sería una invitación a participar en alguna broma escolar en la que yo notomaría parte, y dejé el papel -sin haberlo leído- en el libro. Durante la clase, porcasualidad, volvió a caer en mis manos. Jugué un rato con él, lo desdoblé distraídamentey encontré unas pocas palabras escritas. Eché un vistazo y tropecé con una de ellas; measusté y seguí leyendo, mientras mi corazón se contraía ante el destino como invadidopor un repentino frío.«El pájaro rompe el cascarón. El cascarón es el mundo. Quien quiera nacer, tiene quedestruir un mundo. El pájaro vuela hacia Dios. El dios se llama Abraxas.»Después de haber leído varias veces estas líneas, quedé sumido en hondospensamientos. No cabía duda, era la respuesta de Demian. Nadie podía saber nada delpájaro, excepto él y yo. ¡ Había recibido mi dibujo! Había comprendido y me ayudaba ainterpretar. ¡¿Pero qué relación tenía todo aquello?! Y sobre todo, ¿qué significabaAbraxas? Yo no había oído ni leído nunca ese nombre. «El dios es Abraxas.»La clase pasó sin que me enterara de nada. Dio comienzo la siguiente, la última de lamañana. La daba un joven ayudante que acababa de salir de la universidad y que nosgustaba porque era muy joven y no se daba importancia ante nosotros.Bajo su dirección leímos a Herodoto. Esta lectura pertenecía a las pocas asignaturasque me interesaban, pero esta vez estaba ausente. Había abierto el libromecánicamente, pero, sumergido en mis reflexiones, no seguía la traducción. Por cierto,había hecho ya varias veces la experiencia y era verdad lo que Demian dijo una vezdurante la clase de religión: lo que se desea con bastante fuerza, se consigue. Sidurante la clase estaba yo intensamente dedicado a mis propios pensamientos, podíaestar tranquilo; el profesor me dejaba en paz. Pero si estaba distraído o adormilado, letenía de pronto ante mí, como me había pasado ya otras veces. Sin embargo, cuandouno pensaba de verdad y estaba absorto, estaba protegido. También había probado amirar fijamente a los ojos, y me había dado resultado. En la época de mi amistad conDemian no lo conseguí; mas ahora presentía que con la mirada y los pensamientos sepodía hacer mucho.Estaba yo muy lejos de Herodoto y del colegio cuando de pronto la voz del doctorFollen me traspasó la conciencia como un rayo y me despertó sobresaltado. Oí su voz:se encontraba muy cerca de mí, y casi creía que había pronunciado mi nombre. Pero nose fijaba en mí. Respiré aliviado.Entonces volví a oír su voz, que pronunciaba claramente una palabra: «Abraxas».El profesor prosiguió su explicación, cuyo comienzo se me había escapado: «Nodebemos imaginarnos que las doctrinas de aquellas sectas y comunidades místicas de laAntigüedad eran tan ingenuas como parecen desde el punto de vista de unainterpretación racionalista. La Antigüedad no conocía el concepto de la ciencia, en elsentido actual. En cambio, había una actividad muy desarrollada en el campo de lasverdades filosófico-místicas. En parte esto degeneraba en magia y superficialidad, queseguramente condujeron más de una vez a engaños y crímenes. Pero también la magiatenía un origen noble y pensamientos profundos, como la doctrina de Abraxas, que puseantes como ejemplo. Se cita este nombre en relación con fórmulas mágicas griegas y sele considera a menudo el nombre de un hechicero, al estilo de los que hoy tienen lospueblos salvajes. Pero parece que Abraxas significa mucho más. Podemos pensar que esel nombre de un dios que tiene la función simbólica de unir lo divino y lo demoníaco.»  El pequeño y sabio profesor siguió hablando, suave e insistentemente, mientras nadiele hacía mucho caso. Como el nombre no volvió a aparecer, mi atención volvió aconcentrarse en mis propios pensamientos.«Unir lo divino y lo demoníaco», resonaba aún en mi mente. Aquí podía yo empalmarmis reflexiones; el tema me resultaba familiar por las conversaciones que había tenidocon Demian en el último tiempo de nuestra amistad. Demian había dicho que venerábamosa un Dios que representaba sólo a una mitad del mundo arbitrariamenteseparada -el mundo oficial, permitido, «claro»-, pero que se debería llegar a podervenerar la totalidad del mundo; por lo tanto, había que tener un dios que fuera a la vezdemonio o había que instaurar junto al culto de dios un culto al diablo. Ahora resultabaque Abraxas era el dios que reunía en sí a Dios y al diablo.Durante un tiempo intenté con mucho empeño seguir la pista, pero no avanzabanada. Estuve incluso revolviendo toda una biblioteca en busca de Abraxas. Sin embargo,mi carácter no estuvo nunca muy inclinado a este método de búsqueda directa yconsciente, en la que uno, de momento, se encuentra solo con verdades que son comopiedras en la mano.La imagen de Beatrice, que tanto y tan intensamente me había ocupado, se fueperdiendo lentamente, alejándose de mí, acercándose más y más al horizonte,haciéndose borrosa, lejana, pálida. Ya no satisfacía a mi alma.La extraña existencia que yo llevaba, ensimismado como un sonámbulo, empezó atomar un rumbo distinto. El deseo de vivir floreció en mí, o más bien el deseo de amor;el instinto sexual, que durante un tiempo se había disuelto en la adoración de Beatrice,reclamaba nuevas imágenes y metas. Seguía sin permitirme ninguna satisfacción; y másque nunca me era imposible engañar mi deseo y esperar algo de las muchachas con lasque mis amigos buscaban su felicidad. Empecé a soñar otra vez; y más aun durante eldía que durante la noche. Imágenes, ideas, deseos brotaban en mí y me apartaban delmundo exterior, hasta el punto de tener un trato más verdadero y vivo con los sueños,con las imágenes y sombras, que con el mundo verdadero que me rodeaba.Un sueño determinado, un juego de la fantasía que aparecía una y otra vez, cobróuna significación especial. Este sueño, el más importante y perdurable de mi vida, eraaproximadamente así: yo regresaba a mi casa sobre el portal relucía el pájaro amarillosobre fondo azul- y mi madre salía a mi encuentro; pero al entrar y querer abrazarla noera ella sino una persona que yo no había visto nunca, alta y fuerte, parecida a MaxDemian y al retrato que yo había dibujado pero algo distinta y, a pesar de su aspectoimpresionante, totalmente femenina. Esta figura me atraía hacia sí y me acogía en unabrazo amoroso, profundo y vibrante. El placer y el espanto se mezclaban; el abrazo eraculto divino y a la vez crimen. En el ser que me estrechaba anidaban demasiadosrecuerdos de mi madre, demasiados recuerdos de mi amigo Demian. Su abrazo atentabacontra las leyes del respeto; y, sin embargo, era pura bienaventuranza. Muchas vecesme despertaba con un profundo sentimiento de felicidad; otras, con miedo mortal yconciencia atormentada, como si despertara de un terrible pecado.Poco a poco, y de manera inconsciente, se fue estableciendo una relación entre estasimágenes íntimas y la indicación que me había llegado del exterior sobre el dios quedebía buscar. La relación se fue haciendo cada vez más estrecha y más profunda ycomencé a darme cuenta de que en mi sueño invocaba a Abraxas. Placer mezclado conespanto, hombre y mujer entrelazados, lo más sagrado junto a lo más horrible, la culpamás negra palpitando bajo la más tierna inocencia: así era mi sueño de amor, así eratambién Abraxas. El amor ya no era un oscuro instinto animal, como, aterrado, lo habíasentido yo al principio: ni tampoco era la piadosa adoración que había ofrendado a lafigura de Beatrice. Eran las dos cosas, esas dos cosas y muchas más: ángel y demonio,hombre y mujer, hombre y animal, bien supremo y hondo mal. Pensé que estabapredestinado a vivir aquello, que mi destino era probarlo. Sentía deseos y miedo; perosiempre lo tenía presente, dominante.En la primavera siguiente iba a dejar el colegio para ir a la universidad, aunquetodavía no sabía a cuál ni tampoco a que facultad. Sobre mi labio superior crecía unpequeño bigote; ya era un hombre hecho y derecho y, sin embargo, estabacompletamente desorientado. Sólo había una cosa segura en mí: la voz de mi interior, mi sueño. Sentía el deber de seguir ciegamente sus imperativos, aunque me costabamucho esfuerzo y me revelaba a diario contra ellos «¿Quizás estoy loco? -pensaba muya menudo-, ¿quizá no soy como los demás hombres?» Sin embargo, era capaz de hacertodo lo que hacían los demás. Con un poco de aplicación y trabajo podía leer a Platón,resolver problemas de trigonometría o seguir un análisis químico. Pero había una cosade la que no era capaz: arrancar la meta vital que se ocultaba oscuramente en miinterior y plasmarla ante mis ojos, como lo hacían todos aquellos que sabíanperfectamente que iban a ser profesor o juez, médico o artista, cuánto tardarían enllegar y qué ventajas tendrían. Yo no podía. Quizá también llegaría yo un día a algo;pero ¿cómo iba a saberlo? Quizá tuviese que buscar y buscar durante años, sin llegar anada, sin alcanzar ninguna meta. Quizá llegase a una meta, pero a una meta horrible,peligrosa y mala. Yo sólo intentaba vivir lo que pugnaba por salir de mí mismo; ¿por quéresultaba tan difícil?Muchas veces intenté pintar la poderosa imagen amorosa de mi sueño, pero nunca loconseguí. De haberlo logrado, se la hubiera enviado a Demian. ¿Dónde estaba? No losabía. Sólo sabía que estaba unido a mí. ¿Cuándo volvería a verle?La paz amable de las semanas y meses bajo la influencia de Beatrice se habíaesfumado. Entonces creí que había encontrado una isla y una paz. Así solía sucederme:cuando una situación me resultaba agradable, cuando un sueño me hacía bien,empezaba a secarse y a perder su fuerza. Era inútil añorarlos. Ahora vivía en un fuegode deseos insatisfechos y en una tensa espera que a veces me volvían loco porcompleto. La imagen de la amada de mis sueños surgía a menudo ante mis ojos condiáfana claridad, más viva que mi propia mano. Yo le hablaba, lloraba ante ella,renegaba de ella. La llamaba madre y me arrodillaba entre lágrimas; la llamaba amada ypresentía su beso, que todo lo colmaba; la llamaba demonio y prostituta, vampiro yasesino. Me inspiraba los sueños más tiernos y las más salvajes obscenidades; para ellanada era demasiado bueno o demasiado agradable, demasiado malo o demasiado bajo.Pasé todo aquel invierno sacudido por una tormenta interior, difícil de describir.Estaba acostumbrado a la soledad; no me molestaba. Vivía con Demian, con el gavilán,con la imagen de mi sueño que era mi destino y mi amada. Aquello me bastaba paravivir, porque estaba dirigido hacia la grandeza y la lejanía y me conducía a Abraxas.Pero ninguno de estos sueños, ninguno de mis pensamientos me obedecía; no podíahacerles surgir o darles color cuando yo quería. Ellos venían y me asaltaban; medominaban y determinaban mi vida.Hacia fuera estaba protegido. No tenía miedo de los hombres; y mis compañeros, quelo habían descubierto ya, me mostraban un secreto respeto que me hacía sonreír. Si melo proponía, podía poner al descubierto los pensamientos de la mayoría de ellos,dejándoles en algunas ocasiones admirados; pero me lo proponía muy pocas veces, casinunca. Estaba siempre muy preocupado conmigo mismo. Deseaba desesperadamentevivir de una vez algo de la vida, dar algo de mi persona al mundo, entrar en relación ylucha con él. A veces, cuando caminaba por las calles al anochecer y no podía regresar acasa hasta media noche, creía que en aquellos momentos encontraría a mi amada, queaparecería tras la próxima esquina, que me llamaría desde la próxima ventana. Todoesto solía parecerme angustioso e insoportable y pensaba que algún día acabaríaquitándome la vida.En aquella época encontré un extraño refugio. Por «casualidad», como suele decirse.Pero esas casualidades no existen. Cuando alguien necesita algo con mucha urgencia ylo encuentra, no es la casualidad la que se lo proporciona, sino él mismo. El propiodeseo y la propia necesidad conducen a ello.En mis paseos por la ciudad había oído una o dos veces música de órgano en unapequeña iglesia de las afueras, pero nunca me había detenido a escucharla. Al volver apasar por allí, me paré a oír aquella música y reconocí que era de Bach. Me acerqué a lapuerta, que encontré cerrada; y como la calleja estaba casi desierta, me senté en unpoyo junto a la iglesia, me subí el cuello del abrigo y me puse a escuchar. El órgano noera grande pero sonaba bien y alguien tocaba de una manera muy especial, con unaexpresión muy personal de voluntad e insistencia que sonaba como una oración. Tuve lasensación de que quien tocaba sabía que la música guardaba un tesoro y se esforzaba,

DemianWhere stories live. Discover now