Capítulo 7: Regalos

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Narra el titiritero:

Había estado presente en la gran habitación desde hace tiempo, incluso antes de la repentina llegada de la nueva huésped.

La había visto antes deambular por los pasillos que albergaban a Helen, mi amigo. Ciertamente era una mujer de aspecto sencillo. Su mirada era tan penetrante como la de él y su amigo, pero sin pensarlo dos veces, la suya era mi favorita por una razón que para otros podría sonar banal. Sus ojos sin duda eran unos de los más bellos que había visto por aquí, lo cual me resultaba sorprendente pues éste era un recinto dedicado únicamente a artistas, personas de las cuales se supone que llevan impregnada la tristeza de la empatía en sus venas y por ende los ojos con el brillo más hermoso que podría apreciar.

Balanceé mis pies mientras me acomodaba para ver la función y así mismo para escuchar la respuesta del joven con quien me había peleado hace breves instantes.

-Gracias, pero no puedo aceptar tu propuesta. – Contestó aplastando con los dedos la pequeña caja que guardaba pinceles en su interior. Su gesto se notaba inseguro y su inflexión daba mucho qué decir. Ella no estaba del todo convencida de que ésta sería la respuesta que Helen, así que atacó nuevamente:

-No contestes ahora si no estás seguro. – Replicó. – Creo que podemos ser grandes amigos. Sólo dame la oportunidad.

Su mirada entrañable podía convencer a una persona, pero nosotros habíamos dejado de serlo hace algunos años. Somos, básicamente, monstruos.

Helen quiso devolver el paquete que había recibido de su parte, sin embargo su contraria se negó a tomarlo de vuelta. Dándole un pequeño empujón a sus débiles pero insensibles y frías manos, la chica insistió en que su regalo debería ser recibido por él. Quería de alguna manera ser aceptada por aquel chico que tanto había despertado curiosidad en ella. Deseaba que de esa forma pensara en considerarla aunque sea por un segundo.

Una sonrisa se formó en sus comisuras entretanto sus pies bailaban para liberar tención. No se iría fácilmente.

-¿Entonces, me permitirás? – Soltó con mirada acusadora. Esa maldita era muy lista, sabía cómo hacerte sentir culpable a alguien.

Helen bufó aun mostrándose reticente ante ella, cambiando de tema en su próxima contestación:

-¿No tienes que irte ya?

Habíamos estado tan sometidos a la tensión del ambiente que casi no escuchábamos cómo las puertas del exterior se abrían, dando paso a la tarde y a la puesta de sol. Eran aproximadamente las seis de la tarde y poco había notado el gran cambio de luz sobre nuestras cabezas. El sol se notaba naranja y los objetos que reflejaban su luz se bañaban en un rojo brillante como la sangre escarlata. Me pareció tan exorbitante no haber notado tal diferencia de luces que por poco me convencía de ser un total idiota.

-Oh... sí. Es tarde. – Manifestó con pesadumbre mientras acariciaba su nuca con preocupación. Acababa de recordar algo muy importante que con seguridad no sabía qué era. Quizá era su amigo, o había dejado la cocina encendida. No podía saberlo.

-Sí. Y deberías irte. – Helen claramente se había restabilizado. Se notaba mucho más tranquilo a comparación de hace unos minutos, pues su tono de voz volvió a ser el mismo de siempre.

-Oye- Agregó la joven, no obstante, su oyente no la dejó continuar y la interrumpió con severidad.

-Nada. Retírate ahora y deja de perder el tiempo conmigo. – Fulminó. Nuevamente tomó el control de la situación y la sumió en una sutil atmósfera de inseguridad. Estaba siendo acorralada en su propio juego.

|Musa| Bloody Painter y TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora