Capítulo 19: Inquirir

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Sin nada que decir, estaban nuevamente allí. Los dos, callados e inmóviles, plenamente pensativos y cabizbajos. 

Aquel día intimaron de una manera en la que sólo ellos podían, pues aprender el uno del otro era la mejor forma de tocar sus almas.

Mientras él tomaba su mano y ella se dejaba guiar por sus instintos, el lapicero que los unía bailaba con gracia por cada ápice del papel. Parecía ser una escena ensordecedora, pero a la vez delicada, propensa a romperse como cristal ante el más mínimo movimiento tosco. 

Helen se había propuesto a ayudarla en sus tareas de vez en cuando, sólo cuando pudiese aportarle algo; así que cuando vio la oportunidad de ofrecerle de su talento, no pudo contenerse a tomar su mano y mostrarle lo que sabía. Ahora ninguna llamada o estímulo externo los interrumpiría de aquel magnífico sueño que estaban viviendo con los ojos abiertos, ya que sus acompañantes  eran tan solo algunos grillos que chirriaban desde las afueras de la casa, apiñados en la oscuridad de la noche.

Así transcurría el tiempo a su propio paso; segundo tras segundo, como una melodía eterna. (TN) aprendía como una niña pequeña de las enseñanzas de Helen, quien rodeaba la mano de su contraría con la suya. "¿Qué fragancia era esta?"  Se preguntó el garzo en media explicación, pues su nariz no podía evitar encontrarse con el aroma de su cabello recién lavado, el cual despedía un perfume tan dulce como el azúcar. 

Mientras tanto la chica retrataba los deseos de Helen, acomodada en una silla de madera barnizada, el susodicho se apoyaba suavemente en la espalda de la misma. Él sentía su espalda y ella su pecho, siendo testigos del palpitar de sus frenéticos corazones.

— ¿Cómo aprendiste a dibujar? 

La súbita pregunta desenterró al artista de su estado, que intranquilo por la curiosidad de su aprendiz, se dispuso a satisfacer aquel hambre tan característico de (TN) por saber las cosas:

— Supongo que es práctica. — Declaró. — No creo que exista el talento como tal.

(TN) no dijo nada. Parecía que se debatía algo en su interior, típico de una persona que no estaba de acuerdo con alguna idea o percepción. Ella sólo seguía silenciosamente al tacto de Helen, quien comenzaba a preguntarse en qué pensaba la joven. Así transcurrieron dos minutos de larga espera, a la expectativa de una respuesta: 

— Yo creo que el talento sí existe. — Expresó solemne, sin dejar de mirar el rostro que ambos estaban retratando en el lienzo desde hace rato. No sabía con exactitud qué era lo que provocaba su sonrisa: si el que tomara su mano o el que por fin expresaran los conceptos en los que habían creído por buen tiempo, como si fueran más que unos simples conocidos. Helen, consciente de ello, rápidamente notó el gesto risueño que dibujaban los labios de (TN); sólo escucho, atento y entusiasmado: — Es injusto pero, alguien que practicó tanto no puede superar a alguien que también practicó, pero  que tiene talento. Esa es la diferencia. — Explicó.

— Entiendo. 

Naturalmente el ser humano siempre quiere tener la razón, ¿verdad? Sin embargo, cuando ellos estaban juntos, eso no importaba. Había tantas cosas diferentes, pero ninguno de los dos se sentía capaz de enojarse con el otro por el hecho de no pensar lo mismo. 

Hacía tiempo que Helen no recordaba su historia con cariño. Esta vez, como muchas más que habrán,  era diferente. Vio en su mente a un pequeño "yo", alegre de cómo se veía su primer dibujo. Lucía mejor que cualquier otra obra en el salón de niños; más pulido, prolífico y casi correctamente coloreado. No pudo evitar cuestionarse: ¿había tenido talento todo este tiempo?

Sonrió también, contento de entender a lo que (TN) se refería. Tenía razón, el talento sí existía. 

[...]

|Musa| Bloody Painter y TúWhere stories live. Discover now