Adictivo

616 64 4
                                    

Ojos voraces contemplaban desde las sombras cada movimiento de las caderas de aquel joven pelinegro.

Motivado por las palmadas de las concubinas de aquel harem, Dick bailaba al sonido de sus palmas, tambores y voces, habiendo perdido toda inhibición.

Por un momento, no era más un huérfano. No era un simple sirviente de palacio. Rodeado por las concubinas, envuelto en el ritmo de aquella melodía, su cuerpo parecía tener vida propia, embriagado por la música. Era un ave libre, volando entre las nubes que formaba cada nota.

Sus manos dibujaban figuras fantásticas, con más gracia que la que tenía ninguna de aquellas mujeres hechas para ser amadas. Sus ojos miraban con una mezcla de inocencia y sensualidad únicos, como invitando a un amante invisible a tomarlo ahí mismo, a marcar su cuello virgen.

Seducido por el momento, el joven omega ni siquiera se dio cuenta que el efecto de sus supresores estaba pasando, dejando su aroma impregnado en las vaporosas telas que las concubinas le habían prestado para su baile mientras se divertia con ellas.

Después de todo, no era la primera vez que Dick se colaba en el harem del palacio, para olvidarse por un momento de sus labores como mozo de los establos.

Sus padres habían muerto cuando él era demasiado joven para siquiera recordar sus rostros y había sido muy afortunado de que la familia real de aquella comarca hubiera decidido adoptarlo como parte de su servidumbre. Otros huérfanos no tenían tanta suerte y solo Alá sabe lo que habría pasado con un omega de su extirpe si hubiera vivido más tiempo en las calles.

A pesar de ello, sus amos no perdían oportunidad de recordarle que solamente era parte de la servidumbre, en especial la señora de la casa. Talia Al Ghul era su nombre y como bien lo indicaba su apellido, era una verdadera hija de un demonio. Una alfa que gustaba de castigar con su látigo al joven omega simplemente por la diversión de hacerlo.

Pero cuando lograba escabullirse al harem, rodeado por las concubinas, quienes se habían convertido prácticamente en la única familia que le quedaba, nada de eso importaba.

Sus pies descalzos se movían por el centro del salón casi como si flotarán, moviendo sus caderas de forma tentadora, prometiendo placeres tan extraordinarios que sin duda alguna tenían que ser el peor de los pecados... pero un pecado por el que bien valdría la pena caer al más temible de los infiernos.

- Ufffffff... - Suspiró al fin el omega cuando hubo terminado con su danza, tumbándose entre los cojines de las concubinas, que no dejaban de suplicarle que bailara un poco más para ellas.- El alma quiere, pero el cuerpo es débil, chicas. – Se lamentó con una media sonrisa, mientras tomaba un pañuelo de seda para limpiarse la frente perlada de sudor. – Además, aún tengo que volver a las caballerizas. El amo Damián no me perdonara si olvido de nuevo pasear a su caballo antes de que anochezca.

Entre lamentos y suplicas de que volviera a visitarlas de nuevo pronto, Dick al fin salió del harem, sin darse cuenta que detrás una figura misteriosa había abandonado su escondite entre las cortinas del harem, tomando entre sus manos el pañuelo con el que el sirviente se había limpiado la frente, para olerlo como si se tratase de una especie de droga.

- No debería pagarles nada... - Refunfuño el joven príncipe de ojos verdes antes de oler nuevamente aquel pañuelo, arrojándole un saco de monedas de oro a las concubinas.- Ni siquiera fueron capaces de retenerlo más que un par de canciones.

Luego de guardar el pañuelo con sumo cuidado entre sus pertenencias, también él salió del harem, siguiendo los pasos de su omega.

Sabía que su madre y su abuelo nunca lo perdonarían. Él, como futuro heredero de la familia Al Ghul, estaba destinado a desposar a algún o alguna omega de las más altas castas.

ADICTIVOWhere stories live. Discover now