CAPITULO 42:

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La tarde cayó y la noche comenzó a llegar. Estaba más que feliz aquí.

Después de terminar de conocer la hacienda de los señores Jiménez, nos sentamos en el patio trasero a descansar, tomar unas cervezas nosotros y Julieta un refresco. El señor Agustín dio como motivo de celebración, el tenerme como invitada, y preparó todo para hacer una barbacoa. Me senté un rato con Charles, Julieta y su abuela, a platicar y reírnos de historias de cuando ella era niña, o como conoció a su esposo.

Le presté tanta atención, que se explayó entusiasmada en sus relatos y me sonreía cada nada, cuando pensaba que no la veía.

Me trataban con amabilidad y hospitalidad, eran atentos, humildes y divertidos. A menudo el padre de Charles hacía chistes sobre su hijo, haciéndonos reír a Julieta y a mí. Aunque él no estuviese tan feliz por ello. Me hicieron prometer durante la cena, que al otro día saldríamos a caminar por ahí, o cabalgar a unas cascadas que quedaban a una hora a caballo de la hacienda, conocer donde quedaban los establos de ganado y ver todas las cosechas. La verdad dije que si porque la idea me entusiasmaba. Todo esto era nuevo para mí y se tenían que vivir nuevas experiencias. ¿O no?

Ahora estaba en la cocina, ayudando a la madre de Charles a lavar los platos de la cena, mientras un pastel de moras, se asaba en el horno. El olor era exquisito. Mi jefe y su padre hablaban de algo en la oficina, y Julieta jugaba con Rayo en la sala de estar.

—Es maravilloso verlos a ambos tan felices—la miré.

Mientras ella lavaba, yo secaba y metía en las alacenas.

—Y raro. Casi no sonreían desde hace mucho tiempo. Creo que comenzaron a hacerlo desde comienzos de este año. Llegaste por esa época, ¿verdad?—asentí, estirándome para guardar un plato.

—Así es—me sonrió.

—Entonces están cambiado gracias a ti. Y te lo agradezco infinitamente. Por alegrar la vida de mi hijo y la de mi nieta—me recosté en el mesón de la cocina.

—Señora Azucena, yo solo he cumplido con el trabajo de niñera de Julieta y asistenta, si he hecho algo que les trajera alegría, fue sin querer—cerró el grifo, secando sus manos.

—Querida, puedes llamarme solo Azucena, no me hagas ver más vieja de lo que ya estoy—se rió—y con respecto a lo otro... Creo que has hecho más que eso. Charles me dice que eres una loca sin remedio—

Esa soy yo.

—Así me llaman—reí.

—Que Julieta te adora bastante. Y se le ve. Te considera una madre. Y Charles se siente más tranquilo por fin, al saber que su hija está en buenas manos—asentí—aunque más tranquilo tambien, por saber que tiene una mujer cerca que lo apoya—me sonrojé.

—No sé qué está insinuando, señora Azucena—reí otra vez, cuando vi que había vuelto a llamarla como antes—pero... Charles y yo solo somos buenos amigos—me puso una mano en el hombro.

—Yo no había insinuado nada. Solo lo que ven mis ojos, y noto algo en la forma en que se miran—miró al suelo—en fin. Puede que me esté haciendo demasiadas ilusiones—me rodeé los brazos—ve a descansar. En un rato que esté el pay los llamo y lo comemos con un poco de helado—metí las manos en mis bolsillos y moví la cabeza en una afirmación.

De repente me sentía muy tímida.

—Iré a desempacar mis cosas. Gracias por todo, Azucena. La cena estaba deliciosa—me sonrió maternal.

—Gracias a ti por ayudarme a organizarlo todo. Ya me caes muy bien—le sonreí y me encaminé a las escalas—tercer cuarto a la derecha. Cerca de los ventanales—hice caso.

MÁS QUE TU ASISTENTE L1 DE LA SERIE: MI JEFEOnde histórias criam vida. Descubra agora