PRÓLOGO

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Algo tenía que estar muy jodido en tu cerebro para engraparle la cara a tu compañero de escritorio, mientras entonabas una canción de Red Velvet. Eso pensaba Kim SeokJin, arqueando una ceja detrás de la puerta. De todas las puñaladas, cortes, penetraciones e insultos que había visto en la última hora esa, sin dudas, era la escena que más le revolvió el estómago.

Bueno, y que el sujeto en cuestión estuviera recibiendo una mamada del calvo que siempre apestaba a ramen descompuesto en Finanzas. Carajo. Podía oír los sonidos de la saliva resonar contra sus mejillas y sintió la bilis subírsele por el esófago.

Mierda de compañía y mierda de subnormales.

La ira se agolpaba en su pecho, en un vaivén que subía y bajaba con brusquedad. La que solía ser una de las camisas más caras de su repertorio, ahora consistía en una tela sanguinolenta y llena de sudor que nada hacía a favor de su apariencia. Sin embargo, eso poco importaba ahora que su respiración se volvía animal, en tanto sus manos se apretaban en un puño resbaladizo por la sangre ajena.

Poco importaban su perfecta vestimenta, perfecta actitud y el perfecto desempeño que había lucido todos esos meses en que dejó de ser persona para tener la oficina que ahora tenía. Para gozar de un asistente, de café recién hecho por la mañana y de la excusa ideal para ignorar las llamadas de su familia.

El abogado Kim ahora estaba hecho una porquería y el corte en sus abultados labios se volvió una sonrisa al sentir un golpe en su pierna. Un martillo amenazaba con engancharse en la carne de su extremidad, manejado por la chica más simpática de todo el bufete. Sí, la misma que le había hecho un espectáculo por no querer meterle la polla en la fiesta de navidad del año pasado.

Llevado por el impulso del virus en su sistema, Jinnie —el dulce, apacible, bien comportado y cínico rey del cuarto piso —asestó una patada en la mandíbula de la pobre empleada hasta correrla del camino. Tenía asuntos que resolver con el comité directivo y los impulsos lo controlaban por completo. A él y a todos en ese rincón del infierno.

Pero no había que ser pesimista. Ahora tendría la oportunidad de hablar un par de cosas con su jefe. El mismo hijo de puta que decidió escuchar a Park JiMin y lanzarlo a la calle. Porque seamos realistas, ¿quién escogería el esfuerzo antes que un culo como ese?

Un nuevo impacto en su mejilla le hizo rechinar los dientes.

Mierda SeokJin, deja de tener la cabeza en los huevos y presta atención a tu alrededor.

La sonrisa en su cara esta vez se volvió una carcajada irónica. El agredido escupió sangre a un lado y asestó un golpe con toda brutalidad en el estómago del desconocido. 

—Come mierda, sunbaenim.

El tipo en el suelo, a pesar del dolor y de estar infectado, no podía creerlo. Nadie había escuchado a Kim maldecir a viva voz, menos con ese frenesí loco en los ojos digno de una bestia. Ni siquiera él, también manipulado por la enfermedad, llegaba a ese nivel. Aunque, ¿a quién le importaba? Después de recibir el monitor de una computadora en la cara difícilmente podría acordarse.

En la lluvia de papeles, salpicones de sangre, dientes y tacones quebrados, Jin prácticamente tuvo que hacer malabares para llegar al ascensor. Cojeaba con la derecha después de que su asistente lo pisara y creía tener un par de costillas rotas.


Tu código es 8, estrella, 1, 3, 9, pendejo


La voz resonó con desprecio al otro lado de la línea de comunicación del elevador. El castaño no perdió tiempo y pulsó los botones manchándolos con líquido burdeo.

Que Kim NamJoon mejor preparase su cara para ser jodida contra el escritorio que tanto ostentaba.

Pero, antes de salpicarnos la pantalla con la masacre futura, déjenme explicarles cómo el empleado más decente de la compañía terminó convirtiéndose en un psicópata.

MAYHEM ▹ JinKook/KookJinWhere stories live. Discover now