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Notas:

• Corrigiending errores y alargando cosas.

Harry se encontraba acompañando a Ron y a Hermione mientras éstos hacían algunos deberes en el Gran Comedor. Se supone que el también había ido allí con ellos para realizar los suyos propios, pero existían cosas un poco más interesantes en las que pensar en esos momentos.

Hacía un rato, Draco Malfoy había abandonado la mesa de Slytherin, marchándose Merlín sabe donde. A hacer quién sabe que cosa.

Harry se había pasado las anteriores dos horas observándolo. Si tuviese que describir al rubio en esos momentos, diría que se encontraba en un estado físico, y tal vez psicológico, deplorable. Quizás este último no se notaba a simple vista, pero, si uno ponía más atención a su rostro y cuerpo, se daría cuenta de que éstos estaban realmente... mal. Su piel se había desteñido un par de tonos y su brillante mirada plateada ahora era oscura, casi sin vida. Ni hablar de las ojeras, tan sombrías como el resto de su delicado semblante.

Luego de que Voldemort cayó, todos los mortífagos que no habían muerto fueron a parar a Azkaban. Incluido Lucius. No iba a salir nunca más de allí, por lo que tenía sentido que Draco esté en ese estado tan apagado. Parecía un muerto, hacía todo sin una pizca de ganas. Desde comer hasta hablar con sus amigos.

El Gryffindor hacía oídos sordos a lo que sus amigos le decían mientras pensaba en eso.

Los ojos vivaces de Harry siguieron a Draco hasta que éste se perdió en los pasillos laterales al Gran Comedor. Pasaron cuarenta minutos. Luego una hora, y el rubio no daba señales de querer regresar. Tal vez sus amigos le habían dicho algo que lo molestó o quizás solo quiso irse de allí y tomar aire.

Curiosidad y preocupación, esas eran las cosas que Harry sintió desde aquel entonces. El Slytherin siempre le contestaba a todos los que se preocupaban por él (o fingían hacerlo) que se encontraba perfecto y que no molestasen. Ahora Harry estaba empezando a cuestionar eso.

Potter sabía que detrás de su victoria contra el Señor Tenebroso habían muchas personas que salieron perdiendo. Entre ellas Draco. Su padre estaba preso junto a los otros mortífagos. Su madre, exiliada en Francia. El Malfoy menor estaba solo, tan solo como él lo estuvo un tiempo.

Cualquier persona exclamaría “¡Pero es lo que tenía merecido!” y dejaría la conversación ahí, afirmando que el sufrimiento del villano no era en vano.

Pero Harry era un humano y Draco no era un villano. Él sabía bien que el rubio solo fue un peón más en el  macabro juego que se había desatado entre los bandos. Al igual que él.
Además, Harry podía sentir más cosas además de sed de venganza e ira.

Tal vez Lucius sí se merecía la condena que le tocó. ¿Pero Draco? Él, si se tenía que decir de esa manera, era solo otro eslabón en la peor cadena del mundo. Pero eso no lo hacía una persona cien por ciento inocente, también tenido sus momentos de culpa. Ni siquiera Harry se salvaba de eso.

Totalmente absorto en sus pensamientos, Potter ignoró olímpicamente a Ron, quien le contaba acerca de la temporada de Quidditch que se avecinaba y que era una verdadera lástima que los de Octavo Año no pudieran jugar.

El león estaba muy ocupado pensando en Draco. Mas específicamente en su rostro. Y siendo mucho más precisos todavía, en sus labios.

De todas las veces que se toparon en los corredores los últimos meses después de la Batalla, Harry estuvo fijándose más en Malfoy y en su extraño cambio de conducta. Ya no lo molestaba, no le gastaba bromas ni tampoco se metía con sus amigos. Es más, el azabache comprobó que efectivamente los evitaba cada vez que los veía venir.
Eternamente acompañado por sus amigos más íntimos Pansy Parkinson y Blaise Zabini, Draco Malfoy se daba la media vuelta y volvía por donde había llegado cuando estaban a punto de chocarse con el Trío Dorado.

Teen IdleWhere stories live. Discover now