Capítulo 15

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El cielo estaba claro y brillante, pero unas nubes amenazaban lluvia antes de que terminase el día. Dylan y Cole volvían a caballo del riachuelo, donde habían tomado una deliciosa merienda, seguida de un postre aún más delicioso.

Cole lo había sorprendido aquélla tarde con los caballos ensillados y la merienda dentro de las alforjas. Dylan había salido de casa pulcramente vestido y limpio, pero volvía con el cabello revuelto y lleno de briznas de hierba.

— Ha sido una idea genial —sonreía Dylan, sujetando las bridas de Honey-do con una mano. Había sido maravilloso poder montar a caballo de nuevo... casi tan maravilloso como estar tumbado con Cole sobre una manta bajo los robles mientras se besaban y tocaban mutuamente.

— Lo dices ahora, pero casi he tenido que secuestrarte para que dejaras de trabajar durante un par de horas.

— No debería haber dejado solo a Wayne —dijo él entonces, sintiéndose culpable.

Sin embargo, Dylan echaba tanto de menos la libertad y la alegría que le proporcionaban montar a caballo que había desobedecido las órdenes del médico de no montar hasta una semana más tarde.

Cole sabía cuánto deseaba hacerlo y por eso había insistido en que fueran al riachuelo dando un paseo.

— Lo que pasa es que no estás acostumbrado a disfrutar de la vida.

— No lo estoy, es verdad —admitió él, mirando al hombre. Llevaba los mismos vaqueros y la misma camisa que había llevado el domingo anterior, cuando le había enseñado nuevos juegos en el establo—. Pero supongo que no es tan malo tomarme unas horas libres.

Cole miraba al hombre que cabalgaba a su lado. Al menos había hecho eso por Dylan. Lo había ayudado a olvidar sus problemas. En el riachuelo, Dylan le había contado cosas de su infancia y había revelado probablemente más de lo que hubiera querido.

— Tengo la impresión de que tu padre era un hombre de ideas anticuadas —dijo él, tirando de las riendas para que el caballo mantuviera el ritmo lento del paseo.

— Se tomaba todo muy en serio. Pero me enseñó a ser responsable y nunca se lo agradeceré suficiente. No hubiera podido mantener mis tierras cuando él murió si no me hubiera enseñado lo importante que es el trabajo duro. Pero era muy estricto, es verdad.

— Tú te rebelaste contra él.

— Cuando era un adolescente no nos entendíamos. A mí me gustaba hacer cosas que él consideraba absurdas y poco valiosas.

— ¿Como las carreras de caballos? —preguntó Cole.

— ¿Te lo ha contado Isobella?

— Me ha dicho que tienes algunos trofeos escondidos.

— Bueno, sólo campeonatos locales —sonrió Dylan, tímidamente—. Mi padre no me dejaba competir a más de cincuenta kilómetros. Pero cuando me casé... bueno, no teníamos dinero siquiera para pagar la inscripción y, cuando volví a casa, mi padre no quería ayudarme porque para él no era más que un acto de vanidad. Siempre me prevenía sobre los vaqueros y la gente del rodeo. Decía que sólo me traerían problemas y tenía razón.

— ¿Cuándo te casaste con Abigail, ella estaba...? —preguntó él. No le gustaba pensar en Dylan con su esposa. Le molestaba la idea de que hubiera tenido una hija con aquella mujer arrogante e irresponsable. Pero Isobella era una niña increíble, y Cole sabía que todo era debido a la educación que Dylan le había brindado.

Cole había recorrido todo el país buscando su arco iris, buscando premio tras premio en todas partes. Y los hombres... siempre se le habían dado bien, pero cuando empezó a ganar trofeos, caían en sus brazos sin que él tuviera que hacer nada.

SiempreWhere stories live. Discover now