2. "Reticencia"

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Leo, por quinta vez, el mismo párrafo del libro que me había estado consumiendo los últimos días —cuando Mikhail aún no hacía acto de presencia ni arruinaba mi capacidad de funcionar con normalidad—, antes de rendirme y dejarlo arrumbado sobre la mesa de noche junto a mi cama.

Un suspiro largo y pesaroso brota de mi garganta cuando la ansiedad y la desesperación se asientan en mi estómago una vez más. Una maldición baja escapa de mis labios solo porque no sé de qué otra forma canalizar lo que siento. Porque estoy cansada de estar aquí, encerrada en mi habitación —gracias a las heridas que aún no logran sanar del todo en mi cuerpo—, mientras el mundo entero está cambiando.

He pasado las últimas dos semanas de mi vida atrapada en este lugar, leyendo los libros que pertenecían a Daialee para no sentir que voy a enloquecer. He pasado todo este tiempo dentro de estas cuatro paredes, sacándole información a cuentagotas a Rael y esforzándome para no gritar de la frustración cuando vienen Niara, Dinorah y Zianya a intentar hacer como si nada pasara allá afuera. Como si el mundo no estuviese siendo arrasado por fuerzas paranormales.

En medida de lo posible, he podido controlar los pequeños arranques de ira desesperada que a veces tengo cuando me tratan como si fuese algo a punto de romperse; pero, hoy en específico, me siento especialmente voluble e irritable.

La presencia de Mikhail en este lugar no ha hecho otra cosa más que perturbarme los nervios hasta un punto que se siente ridículo y, a pesar de que no lo he visto desde que se marchó de la habitación esta mañana, sentir su cercanía por medio del lazo que nos une es una completa tortura.

Una parte de mí se siente aterrorizada con la idea de que se marche sin avisar, y otra, simplemente espera que lo haga y que no vuelva a poner un pie aquí.

Todavía no sé cómo me siento respecto a él. A su presencia a mi alrededor. A todo lo que pasó hace unas semanas, pero el resentimiento y el rencor no han dejado de tomar fuerza con cada minuto que pasa aquí. No quiero sentirme de esta manera. No quiero guardar esta clase de sentimientos hacia él, pero mi corazón —mi alma, mi cuerpo entero— no deja de almacenar cada una de esas emociones rotas y enfermizas.

Mis ojos se cierran en el instante en el que el recuerdo de sus besos sobre mi piel me inunda los pensamientos. Trato de empujarlo lejos, pero no logro deshacerme de él. Al contrario, lo único que consigo, es hundirme otro poco en su interior, como si de fango se tratase.

El dolor hueco y abrumador que me llena el pecho, parece tomarse de la mano con el sentimiento de traición que me embarga y, de pronto, me encuentro sintiéndome asqueada. Me encuentro deseando borrar sus caricias de mi piel y los sentimientos profundos que terminaron de arraigarse en mi interior con aquello que hicimos.

Si tan solo lo hubiera sabido. Si tan solo no hubiese confiado en él de la forma en la que lo hice...

«Quizás ahora no dolería tanto».

Otro suspiro largo brota de mis labios y me obligo a empujar la retahíla negativa de mis pensamientos a otro lugar. Entonces, me estiro en la cama y desperezo los músculos lo mejor que puedo. Una punzada de dolor me escuece la espalda, pero no es lo suficientemente intensa como para inmovilizarme.

Acto seguido —y con mucho cuidado—, retiro el edredón que me cubre para arrastrarme al borde de la cama, donde dudo unos instantes.

Mis pies descalzos tocan la alfombra desgastada y vieja que cubre el suelo, y me debato internamente si debo o no llamar a alguien para que venga a ayudarme a levantarme; sin embargo, tomo la decisión de intentarlo de nuevo. De intentar ponerme de pie para encaminarme por mi cuenta al baño.

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