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Capítulo 1:
bienvenida a litchbilld.

La Polinesia sacó una pierna con lentitud y sigilo de la bañera, apoyando primero sus dedos en la baldosa para comprobar si el suelo estaba mojado o no – No lo estaba –, así luego de unos segundos saliendo completamente de aquél lugar:
 
Secó cada pequeña parte de su cuerpo con su toalla sorprendentemente más suave que cualquier otra, sintiéndose por unos cortos minutos un poco relajada de estar en su casa y no en la escuela.
  
    Levantó su vista de sus pies, encontrando la imagen de su cuerpo reflejada por el espejo gigante que había en el baño. Dinah no se sentía feliz de la imagen que veía, pero tampoco se sentía infeliz, Ella aceptaba su cuerpo – Lo toleraba –: observó las pequeñas marcas que estaban en su cintura y casi estómago.

“Estúpidas estrías” musitó para ella misma, algo disgustada y seguidamente tapando el resto de su cuerpo con la toalla.

—¡Dinah, se hace tarde!—Gritó Milika, la madre de Jane, desde la planta baja.

—¡Ya voy, mamá, espérame!

La Polinesia agarró ropas al azar de su clóset, se las colocó con cierta rapidez y seguidamente se puso el calzado. Antes de dejar su habitación atrás, ella se observó unos 5 segundos al espejo y murmuró:

—Eres una hermosa flor.

[...]

—¡Chau, feea!—Se despidió Daniel, el hermano de la tonga, burlonamente desde la parte trasera del auto. Él la había empujado con sus pies hasta que ella estuvo fuera del auto.

—¡Dan, deja a tu hermana!—-Lo regañó milika, volteando y mirándolo con enojo. El chico de inmediato se encogió en su lugar, generando que el más chiquito  se riera – Seth –.

La chica de ojos marrones bufó ruidosamente, apretando la correa de su mochila al sintirse un poco mal – Ni siquiera sabiendo el por qué –. E ignorando esos sentimientos negativos, se dirigió a la entrada de su colegio. La mayoría de alumnos ya estaban adentro, o eso suponía Dinah: podía oír aún desde afuera los gritos, risas y murmullos que hacían los estudiantes.

¿Por qué tan felices? Se preguntaba la Polinesia. La escuela era una forma discreta de torturar a los adolescentes de sus pecados – o eso leyó en un libro –.  A veces la felicidad de esas personas lograba enojar o entristecer a Dinah, ya que ella deseaba estar igual de felices que ellos. Aunque por el momento no lograra estarlo.


Ni bien dió un paso al interior del instituto logró ver a los mismos grupos de siempre: Las Rosas – Camila, Normani y Lauren –, especialmente conocidas por ser las chicas populares de la escuela y con buenas notas (Justo como en una película de terror para adolescentes).

Las margaritas, aquí podían encajar todos, pero la gran mayoría estaba en éste grupo al ser los estudiantes comúnes y a los que todos ignoraban.

El cactus, una planta bonita de apreciar pero es preferible que no estés cerca de ella si no quieres salir lastimado – Aquí estaban la mayoría de los atletas –.

Y por último, pero no menos importante, los girasoles, generalmente aqui estaban los alumnos que no tenían un grupo en el cual estar – Inadaptados, en otras palabras –...

Dinah era un girasol, y a veces no le avergonzaba serlo. ¿Cuál era la ventaja de serlo? Podías tener el salón de clases para tí solo en la hora del almuerzo, o inclusive podías tener la habitación del concerje para leer o esconderte.
¿Cuál era la desventaja? Todo lo anterior.

El timbre ya había sonado, anunciando nuevamente el inicio de la tortura. Según los horarios de la morena, a ella le tocaba la materia de economía ¡Yuupi! – Nótese la ironía –: al entrar notó que la mayoría de pupitres estaban ocupado, por no decir todos. De inmediato se frustró al saber que debía salir a buscar uno.

—¿Profesor Miller?—Llamó al hombre con la calvicie brillante, quién volteó y movió su cabeza en señal de que siguiera—. No hay lugares ¿Qué hago?

El hombre de cuarenta y tantos se rió,  otorgándole el sentimiento tan poco apreciado de vergüenza a la Polinesia. El señor miró momentáneamente detrás de Hansen y sonrió enormemente, cuando devolvió la mirada hacia ella habló:

—Podrías ir junto con Buolet a buscar un banco, quizás puedas sentarte con ella y hacer una nueva amiga.

¿Buolet? Dinah no conocía a nadie con ese apellido, bueno, no es como si ella conociera a mucha gente. Ese pensamiento la obligó a voltear, viendo a una chica de cabello lacio y cejas pobladas – Como las de Lauren o Cara –. Una cara fresca y nueva.

—¡Hola! me llamo __________ Buolet ¿Tú cómo te llamas?—La chica castaña se acercó a ella, con una sonrisa empalagosamente bonita en su rostro.

Oh, una nueva niña Rosa.

—Uh... No es necesario que sepas mi nombre—Murmuró bajo, sabiendo que gracias al alboroto ella no la oiría.

La chica de ojos grandes y brillantes ladeó su cabeza, haciendo una pequeña mueca al no haber oído lo que la grandota dijo.

—¿Qué dijiste? Perdón, no pude oír.

Dinah negó con su cabeza, no dispuesta a repetir lo que dijo anteriormente. Sin decir nada, ella apretó nuevamente la correa de su bolsa antes comenzar a avanzar.
   __________ tomó aquello como una invitación a que la siguiera – Aunque no lo fue –.

Ambas caminaban en los largos pasillos de la escuela, la cual para Dinah seguía igual y para _________ era algo completamente y bonito; las paredes estaban decoradas con pósters que tenían mensajes bonitos, otros pósters con la invitación de los clubs, y otros sólo con dibujos.

—¿Los alumnos hacen eso?—Intentó sacar un tema de conversación la chica nueva, generando un poco de irritación e incomodidad en la Polinesia.

—Sí y no, a veces ayudan los profesores—Dicho eso, Hansen no volvió a hablar. Aunque ésto no le molestó o incomodó a ________, ella respetaba el silencio de su nueva compañera.

Cuando llegaron al final de un pasillo, dos puertas gigantes estaban allí, esperando a que las abrieran y revelaran el contenido que había allí: aunque obviamente lo que estaba dentro eran las sillas y pupitres esperando.

—Busca un pupitre para tí—ordenó Dinah, ya ella buscando el suyo con la mirada. Pero ________ ni siquiera escuchó a la tonga, ella buscó un pupitre doble para poder estar con Hansen, Ella quería ser su amiga.

Dinah no sé dió cuenta de eso hasta que escuchó una garganta ser limpiada, llamándola a que volteara y viera qué era: Buolet tenía ambas manos en la mesa para dos, mirándola con unos ojitos indescriptiblementes tiernos y llamativos. Fue imposible decir que no.

Sunflower » Dinah Jane.Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ